VIIDaga

—Dame el anillo —dijo Holland.

Lila alzó una ceja. No era una pregunta o un pedido. Era una exigencia. Y considerando que quien hablaba había pasado la mayor parte del viaje encadenado en la bodega, le resultó bastante atrevido de su parte.

Alucard, quien aún sujetaba la sortija de plata, comenzó a negarse, pero Holland revoleó los ojos y chasqueó los dedos y el anillo salió disparado de la mano del capitán. Lila se lanzó por él, pero Kell la tomó del brazo y el anillo aterrizó en la mano abierta de Holland.

Este hizo girar el anillo entre sus manos.

—¿Por qué dejar que lo tenga él? —ladró Lila, soltándose de un tirón.

—¿Por qué? —repitió Holland, mientras una rodaja de plata iba volando hacia ella. Ella arrancó el segundo anillo del aire. Un momento después, Kell atrapó el tercero—. Porque soy el más fuerte.

Kell revoleó los ojos.

—¿Quieres comprobarlo? —gruñó Lila.

Holland estaba observando su anillo.

—Hay una diferencia, señorita Bard, entre el poder y la fuerza. ¿Sabes cuál es esa diferencia? —Levantó los ojos—. El control.

Su indignación se encendió como un fósforo, no solo porque ella odiaba a Holland, odiaba lo que estaba insinuando, sino porque sabía que tenía razón. Porque todo su poder bruto, era exactamente eso, bruto. Sin formar. Salvaje.

Sabía que tenía razón, pero aun así sus dedos ansiaban un cuchillo.

Holland suspiró.

—Tu desconfianza es más razón aún para dejarme hacerlo.

Lila frunció el ceño.

—¿Por qué lo dices?

—El anillo original es el ancla. —Lo deslizó por su pulgar—. Como tal, está atado a sus copias y no al revés.

Lila no entendía. No era una sensación que disfrutara. Lo único que le gustaba menos era la mirada en los ojos de Holland, la mirada petulante de alguien que sabía que ella estaba perdida.

—Los anillos amarran nuestro poder —dijo lentamente Holland—. Pero puedes romper la conexión cuando quieras, mientras que yo estoy atado al hechizo.

Una sonrisa cruel atravesó el rostro de Lila. Chasqueó la lengua.

—No puedes pasar un día sin encadenarte a alguien, ¿no es…?

En un instante él ya estaba sobre ella. Los dedos de él alrededor del cuello de Lila y el cuchillo de Lila contra su garganta. Kell lanzó las manos hacia arriba exasperado, Jasta gritó una advertencia sobre manchar con sangre su barco y un segundo cuchillo fue a descansar debajo de la mandíbula de Holland.

—Bueno, bueno —dijo Alucard distendido—. Lo sé, he pensado en matarlos a los dos, pero pensando en el bien común, intentemos mantenernos civilizados.

Lila bajó su cuchillo. Holland soltó su cuello.

Cada uno dio un paso atrás. Lila ardía con irritación, pero había algo más. Le tomó un momento reconocerlo. Remordimiento. Se posaba como un peso frío humeante en su estómago. Holland estaba parado ahí, sus rasgos cuidadosamente fijos, como si el golpe no hubiese llegado, pero claramente lo había hecho.

Ella tragó, se aclaró la garganta.

—Estabas diciendo…

Holland le sostuvo la mirada.

—Estoy dispuesto a ser el ancla de nuestro hechizo —dijo con cuidado—. Mientras los tres estemos amarrados, mi poder será suyo.

—Y hasta que elijamos romper ese amarre —respondió ella—, nuestro poder es tuyo.

—Es la única forma —insistió Holland—. La magia de un antari no fue suficiente para tentar a Osaron, pero juntos…

—Podemos atraerlo —terminó Kell. Bajó la vista al anillo en su mano, luego se lo puso. Lila vio el momento en que los poderes se encontraron. Un estremecimiento que pasó como un escalofrío entre ellos, el aire zumbando con el poder combinado de ambos.

Lila miró su propia sortija de plata. Recordó el poder, sí, pero también la sensación aterradora de estar expuesta y, sin embargo, atrapada, dejada al desnudo y sujeta a la voluntad de otro.

Quería ayudar, pero la idea de atarse a otro…

Una sombra cruzó su visión cuando Holland dio un paso hacia ella. Lila no levantó la mirada, no quería ver la expresión de Holland, llena de desdén o, peor, lo que estuviera ahora visible a través de la grieta que ella misma había abierto.

—No es fácil, ¿verdad?, encadenarse a otro. —Un escalofrío la recorrió cuando él le arrojó sus palabras en la cara. Apretó el puño alrededor del anillo—. Incluso cuando es por una causa mayor —continuó él, que nunca levantó la voz—. Incluso cuando podría salvar una ciudad, sanar un mundo, cambiar la vida de todos los que conoces. —Los ojos de Lila se dispararon hacia Kell—. Es una decisión difícil.

Lila encontró la mirada de Holland, esperando —quizá incluso deseando— encontrar esa calma fría, implacable, quizá teñida de desagrado. En lugar de eso, encontró tonos de tristeza, pérdida. Y de algún modo, fuerza. La fuerza para continuar. Para intentarlo de nuevo. Para confiar.

Lila se puso el anillo.

Conjuro de luz
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