37

Voy en un bus de camino al centro, donde me esperan Kate y Frankie para ayudarme a decidir qué me pongo esta noche en la ópera, cuando mi teléfono suena.

—¿Diga?

—Hola Joyce, soy Steven.

Mi jefe.

—Acabo de recibir otra llamada —añade.

—Eso está muy bien, pero no es preciso que me llames cada vez que sucede.

—Se trata de otra queja, Joyce.

—¿De quién y por qué?

—¿La pareja a quien ayer enseñaste la casita nueva?

—¿Sí?

—Han dado marcha atrás.

—Vaya, es una lástima —digo, sin la menor sinceridad—. ¿Han dicho por qué?

—Sí, de hecho sí. Según parece, alguien de nuestra empresa les aconsejó que recrearan como es debido la atmósfera de las casas de época, y que debían exigir al constructor que efectuara los trabajos adicionales. ¿Y adivinas qué? El constructor no estuvo de acuerdo con la lista de cambios que le dieron y que incluía… —Oigo crujidos de papel y lee en voz alta—: «Vigas vistas, paredes de obra vista, cocina económica, chimeneas…» La lista sigue. De modo que ahora se han echado atrás.

—Me parece bastante razonable. El constructor estaba recreando casas de época sin ninguna característica de época. ¿Tú le ves sentido?

—¿Qué más da? Joyce, sólo tenías que dejar que entraran a tomar medidas para el sofá. Douglas ya les había vendido la casa mientras tú estabas… fuera.

—Obviamente, no lo hizo.

—Joyce, necesito que dejes de espantar a los clientes. ¿Tengo que recordarte que tu trabajo consiste en vender, y que si no lo haces…?

—Si no lo hago, ¿qué? —digo con altivez, sulfurándome.

—Pues nada —responde ablandándose—. Sé que has pasado una mala racha —comienza torpemente.

—La mala racha ya es agua pasada y no tiene nada que ver con mi capacidad para vender una casa —le espeto.

—Pues vende una.

—Muy bien.

Cierro el teléfono con brusquedad y miro furiosa por la ventanilla. Sólo llevo una semana trabajando y ya necesito un respiro.

—Doris, ¿realmente es necesario todo esto? —se queja Justin desde el cuarto de baño.

—¡Sí! —contesta su cuñada—. Por eso estamos aquí. Tenemos que asegurarnos de que esta noche tengas buen aspecto. Date prisa, tardas más que una mujer en cambiarte.

Doris y Al están sentados a los pies de su cama en un hotel de Dublín que, para gran decepción de Doris, no es el Shelbourne. Es más como un Holiday Inn, pero es céntrico y queda cerca de las calles comerciales, cosa que satisface bastante a Doris. Nada más aterrizar esa misma mañana, Justin estaba resuelto a llevarlos a ver los monumentos, los museos, iglesias y castillos, pero Doris y Al tenían otras cosas en mente: ir de compras. El tour vikingo ha sido lo más cultural que han hecho; Doris aulló al caerle un roción de agua en la cara cuando el autobús se metió en el río Liffey y terminaron yendo a toda prisa a los servicios más próximos para que Al pudiera limpiarle el rímel de los ojos.

Sólo faltan horas hasta la ópera, hasta que por fin descubra la identidad del misterioso personaje. La mera idea lo llena de inquietud, excitación y nerviosismo. Será una velada de pura tortura o de cumplidos y comentarios graciosos en función de la suerte que tenga. Debe pensar en un plan de escape por si acaso.

—¡Date prisa, Justin! —grita Doris otra vez, y Justin se ajusta la corbata y sale del cuarto de baño—. ¡Muévete, muévete, muévete!

Justin va de un lado a otro de la habitación con su mejor traje, se detiene delante de ellos y se revuelve inquieto, sintiéndose como un niño con el traje de la primera comunión.

Silencio. Al, que ha estado engullendo palomitas de maíz con voracidad, también para para mirarle.

—¿Qué pasa? —pregunta Justin nervioso—. ¿Algo está mal? ¿Tengo algo en la cara? ¿Hay una mancha?

Baja la vista, estudiándose. Doris pone los ojos en blanco y menea la cabeza.

—Ja, ja, muy gracioso —dice—. Ahora en serio, deja de perder el tiempo y enséñanos el traje que vas a ponerte.

—¡Doris! —exclama Justin—. ¡Éste es el traje que voy a ponerme!

—¿Ése es tu mejor traje? —pregunta Doris, arrastrando las palabras mientras lo mira de arriba abajo.

—Me parece que lo reconozco de nuestra boda —dice Al, entornando los ojos.

Doris se levanta, coge el bolso y hace amago de salir.

—Quítatelo y ven conmigo —dice con calma.

—¿Qué? ¿Por qué?

Doris suspira profundamente.

—Tú quítatelo. Enseguida. Nos vamos de tiendas.

—Éstos son demasiado formales, Kate. —Dentro de los probadores de la tienda, arrugo la nariz ante los vestidos que ha elegido—. No es un baile, sólo necesito algo…

—Sexy —apunta Frankie, agitando un vestido delante de mis narices.

—Es una ópera, no un club nocturno. —Kate lo aparta de un manotazo—. Eh, mira esto. Ni formal, ni de fulana.

—Sí, podrías ser una monja —dice Frankie con sarcasmo.

Ambas dan media vuelta y siguen rebuscando entre los percheros.

—¡Ajá! Ya lo tengo —anuncia Frankie.

—No, yo he encontrado el perfecto.

Ambas se vuelven a la vez con el mismo vestido en la mano, Kate sosteniendo el rojo y Frankie el negro. Me muerdo el labio.

—¡Para ya! —dicen al unísono.

—Santo cielo —susurra Justin, quedándose petrificado junto a Doris mientras ésta y su hermano rebuscan entre los percheros de la tienda.

—¿Qué pasa? ¿Nunca has visto un traje de raya diplomática rosa? Es divino. Con esta camisa rosa y esta corbata rosa, oh, quedaría perfecto. Ay, Al, ojalá te pusieras trajes como éste.

—Prefiero el azul —enfatiza Al—. El rosa es un poco gay. Aunque a lo mejor es una buena idea por si resulta ser un desastre. Puedes decirle que te está esperando tu novio. Yo puedo respaldarte —se ofrece.

Doris le lanza una mirada de aversión.

—¿Ves? ¿No es mucho mejor que el que te has puesto antes? ¿Justin? Planeta Tierra llamando a Justin. ¿Qué demonios estás mirando?… Oh, es guapa.

—Ésa es Joyce —dice Justin con un hilo de voz, todavía petrificado y con la vista perdida en los probadores del fondo. Una vez leyó que el colibrí macho tiene un ritmo cardíaco de mil doscientos sesenta latidos por minuto, y se preguntó cómo era posible sobrevivir a eso. Ahora lo entiende. Con cada latido, su corazón bombea sangre por todo su cuerpo; siente vibrar las extremidades y le palpitan el cuello, las muñecas, el corazón, la barriga.

—¿Ésa es Joyce? —pregunta Doris impresionada, tras seguir su mirada—. ¿La mujer del teléfono? Vaya, parece… normal. ¿Qué opinas, Al?

Al la mira de arriba abajo y da un codazo a su hermano.

—Sí, parece realmente normal. Deberías pedirle para salir de una vez por todas.

—¿Por qué os sorprende tanto que parezca normal?

Pum-pum… Pum-pum…

—Bueno, encanto, el mero hecho de que exista es toda una sorpresa —suelta Doris—. Que además sea guapa es prácticamente un puñetero milagro. Vamos, invítala a cenar esta noche.

—Esta noche no puedo.

—¿Por qué no?

—¡Voy a la ópera!

—Ópera, ópera. ¿A quién le importa la ópera? Antes no he querido alarmarte, pero lo he estado pensando en el avión y… —Suspira profundamente y le toca el brazo con ternura—, no puede ser Jennifer Aniston. No será más que una señora anciana sentada en la primera fila esperándote con un ramo de flores que ni siquiera quieres, o un tipo gordo con mal aliento. Perdona, Al, no me refiero a ti. —Le toca el brazo con un ademán de disculpa.

Pum-pum… Pum-pum… El corazón de Justin late tan rápido como el de un colibrí, y ahora su mente va tan deprisa como sus alas. Apenas puede pensar, todo está ocurriendo demasiado deprisa. Joyce, vista de cerca, es mucho más guapa de lo que recordaba, su nuevo corte de pelo enmarcándole con delicadeza la cara. Está comenzando a alejarse. Tiene que hacer algo enseguida.

«¡Piensa, piensa, piensa!»

—Invítala a salir mañana por la noche —propone Al.

—¡No puedo! Mañana se inaugura mi exposición.

—Sáltate la inauguración. Llama diciendo que estás enfermo.

—¡No puedo, Al! He estado trabajando en esto durante meses, soy el jodido comisario, tengo que estar presente.

Pum-pum… pum-pum…

—Si no la invitas tú, lo haré yo —presiona Doris.

—Está liada con sus amigas.

Joyce sigue alejándose.

«¡Haz algo!»

—¡Joyce! —llama Doris a voz en cuello.

—Por Dios.

Justin intenta dar media vuelta y largarse en dirección contraria, pero tanto Al como Doris se lo impiden.

—Justin Hitchcock —dice una voz en alto, y Justin deja de intentar franquear la barrera y se vuelve lentamente.

La mujer que está al lado de Joyce le resulta familiar. Lleva a un niño en un cochecito.

»Justin Hitchcock. —La chica viene a su encuentro y le tiende la mano—. Kate McDonald. —Le da un firme apretón de manos—. Estuve en tu conferencia la semana pasada en la National Gallery. Fue increíblemente interesante. No sabía que conocieras a Joyce. —Sonríe radiante y le da un codazo a Joyce—. Joyce, ¡no me dijiste nada! ¡Fui a una conferencia de Justin Hitchcock justo la semana pasada! ¿Recuerdas que te lo dije? ¿El cuadro sobre la mujer y la carta?

Joyce abre mucho los ojos, con cara de susto. Mira alternativamente a su amiga y a Justin.

—En realidad no me conoce —dice Justin finalmente, percibiendo un leve temblor en su voz. Le corre tanta adrenalina por el cuerpo que tiene la impresión de estar a punto de despegar como un cohete, atravesando el tejado de los grandes almacenes—. Hemos coincidido en varias ocasiones pero nunca hemos llegado a presentarnos. —Le tiende la mano—. Joyce, soy Justin.

Joyce le estrecha la mano, pero al hacerlo la electricidad estática les da un calambrazo. Ambos separan la mano de golpe.

—Huy, huy, huy —canturrea Doris.

—Es electricidad estática, Doris. La causa la sequedad del aire y los materiales. Tendrían que poner un humidificador en esta tienda —dice Justin como un robot, sin apartar los ojos de la cara de Joyce.

Frankie ladea la cabeza y procura no reír.

—Encantador.

—Se lo he dicho mil veces —dice Doris enfadada.

Al cabo de un momento, Joyce vuelve a tender la mano para acabar el saludo como es debido.

—Lo siento, es que me ha dado…

—No pasa nada, a mí también. —Sonríe él.

—Encantada de conocerte, por fin —dice Joyce.

Se quedan cogidos de la mano, mirándose a los ojos. Por un lado, Doris, Justin y Al, y por el otro Joyce y sus amigas.

Doris carraspea ostensiblemente.

—Soy Doris, su cuñada.

Tiende la mano en diagonal por encima de los brazos de Justin y Joyce para saludar a Frankie.

—Soy Frankie.

Se dan la mano, y Al hace lo propio para saludar a Kate. La situación deviene un maratón de apretones de manos al saludarse todos a la vez, y Joyce y Justin finalmente se sueltan.

—¿Te apetece salir a cenar esta noche con Justin? —suelta Doris de sopetón.

—¿Esta noche? —Joyce se queda boquiabierta.

—Le encantaría —contesta Frankie por ella.

—Pero ¿esta noche? —Justin se vuelve hacia Doris abriendo mucho los ojos.

—Oh, no hay problema, de todos modos, Al y yo queremos cenar solos. —Le da un codazo—. No necesitamos carabina —concluye sonriendo.

—¿Seguro que no prefieres hacer lo que tenías previsto esta noche? —pregunta Joyce, un poco confundida.

—No, no —dice Justin meneando la cabeza—, me encantaría cenar contigo. A no ser, por supuesto, que tú tengas otros planes.

Joyce se vuelve hacia Frankie.

—¿Esta noche? Tengo eso, Frankie…

—Ni hablar, no seas tonta. En realidad no tiene ninguna importancia. —Abre mucho los ojos—. Podemos ir de copas cualquier otro día. —Frankie le quita hierro al asunto con un ademán—. ¿Adónde piensas llevarla? —le pregunta a Justin, sonriendo con dulzura.

—¿Al hotel Shelbourne? —dice Doris—. ¿A las ocho?

—Oh, siempre he tenido ganas de comer ahí. —Kate suspira—. A las ocho le va bien —contesta.

Justin sonríe y mira a Joyce.

—¿Seguro?

Joyce parece pensarlo, la mente le va al mismo ritmo que el corazón.

—¿Estás absolutamente seguro de que te va bien cancelar los otros planes que tenías para esta noche? —pregunta, arrugando la frente. Clava sus ojos en los de Justin y éste se siente culpable al pensar en la persona a quien se dispone a dar plantón.

Afirma una única vez con la cabeza y no está seguro de resultar muy convincente.

Percatándose de ello, Doris comienza a tirar de él.

—Bueno, ha sido maravilloso conoceros a todas, pero tenemos que seguir con nuestras compras. Ha sido un placer, Kate, Frankie, Joyce, encanto. —Le da un breve abrazo—. Disfruta de la cena. A las ocho. En el Shelbourne. No te vayas a olvidar.

—¿Rojo o negro? —Joyce levanta los dos vestidos para que Justin elija antes de que su cuñada se lo lleve.

Justin los mira detenidamente.

—Rojo.

—Pues que sea el negro, entonces. —Sonríe, reproduciendo su primera y única conversación en la peluquería, el día que se vieron por primera vez.

Justin se ríe y deja que Doris se lo lleve a rastras.