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Justin acaba de relatar su desastroso fin de semana a Bea, que está sentada en el sofá, boquiabierta.

—No puedo creer que me haya perdido todo esto —comenta ella decepcionada—. ¡Menudo chasco!

—Bueno, no te lo habrías perdido si no me hubieses retirado la palabra —bromea Justin.

—Gracias por disculparte con Peter. Te lo agradezco. Y Peter también.

—Me estaba portando como un idiota; no quería admitir que mi niña ya es toda una mujer.

—Más te vale creerlo —responde Bea sonriendo—. Dios —piensa en la historia que su padre acaba de contarle—, sigo sin poder imaginarme que alguien te enviara esas cosas. ¿Quién sería? Sea quien sea, te habrá estado esperando en la ópera.

Justin se tapa la cara y hace una mueca.

—Basta, por favor, esto me está matando.

—Pero, de todos modos, elegiste a Joyce. —Justin asiente y sonríe apenado—. Debía de gustarte mucho.

—Lo que está claro es que en realidad yo no le gustaba, porque no se presentó. No, Bea, sanseacabó. Ahora toca seguir adelante. He hecho daño a demasiadas personas intentando averiguarlo. Si no recuerdas habérselo dicho a nadie más, pues bueno, nunca lo sabremos.

Bea reflexiona.

—Sólo se lo conté a Peter, a la supervisora de vestuario y a su padre. ¿Qué te hace pensar que no fuera ninguno de ellos?

—Conocí a la supervisora de vestuario esa noche. No se comportó como si me conociera y, además, es inglesa. ¿Por qué habría ido a Irlanda a hacerse una transfusión de sangre? La llamé y le pregunté sobre su padre. No preguntes. —Acalla a Bea con la mirada—. De todos modos, su padre es polaco.

—Un momento, ¿de dónde sacas eso? No era inglesa, era irlandesa. —Bea frunce el ceño—. Ambos lo eran.

Pum-pum… Pum-pum…

En ese momento Laurence entra en la sala con tazas de café para él y Bea.

—Justin —dice—, estaba pensando que cuando tengas un momento tendríamos que hablar…

—Ahora no, Laurence —lo interrumpe Justin, sentándose en el borde del asiento—. Bea, ¿dónde está el programa de tu ballet? Sale su foto.

—Francamente, Justin —Jennifer aparece en el umbral con los brazos cruzados—, podrías ser un poco más respetuoso, para variar. Laurence tiene algo que decir y tú tienes el deber de escucharle.

Bea sale corriendo a su habitación, abriéndose paso entre los adultos enfrentados, y regresa agitando el programa en la mano sin hacerles el menor caso. Al verlo, Justin lo coge y se pone a hojearlo a toda prisa.

—¡Aquí! —Clava el dedo en la página.

—Chicos —dice Jennifer interponiéndose entre ellos—, realmente tenemos que arreglar esto ahora.

—Ahora no, mamá. ¡Por favor! —chilla Bea—. ¡Esto es importante!

—¿Y esto no?

—No es ella. —Bea agita la cabeza con vehemencia—. Ésta no es la mujer con quien hablé.

—De acuerdo, ¿qué aspecto tenía?

Justin se ha puesto de pie. Pum-pum… Pum-pum…

—Deja que piense, deja que piense. —A Bea le entra pánico—. ¡Ya lo tengo! ¡Mamá!

—¿Qué? —Jennifer mira confundida a Justin y a la joven.

—¿Dónde están las fotos que sacamos la noche de la actuación? —pregunta ésta al cabo.

—Oh, eh…

—Deprisa.

—Están en el armario del rincón de la cocina —dice Laurence, arrugando la frente.

—¡Muy bien, Laurence! —Justin sacude el puño en el aire—. ¡Están en el armario del rincón de la cocina! ¡Ve a por ellas, rápido!

Alarmado, Laurence corre a la cocina ante la mirada atónita de Jennifer. Le oyen revolver papeles mientras Justin da vueltas por la sala a toda velocidad y las dos mujeres le miran.

—Aquí están —anuncia Laurence a su regreso, y Bea se las arranca de la mano.

Jennifer intenta protestar, pero Bea y Justin hablan y se mueven a cámara rápida. Bea comienza a pasar fotografías a toda velocidad.

—Tú no estabas en el bar en ese momento, papá. Te habías esfumado, pero sacamos una foto de grupo y ¡aquí está! —Corre al lado de su padre—. Son ellos. La mujer y su padre, al fondo. —Señala.

Silencio.

—¿Papá?

Silencio.

—¿Papá, estás bien?

—¿Justin? —Jennifer se acerca—. Se ha puesto muy pálido, tráele un vaso de agua, Laurence, deprisa.

Laurence sale corriendo hacia la cocina otra vez.

—Papá. —Bea chasquea los dedos delante de sus ojos—. Papá, ¿estás aquí?

—Es ella —susurra Justin.

—¿Ella, quién? —pregunta Jennifer.

—La mujer a la que le salvó la vida —explica Bea saltando de excitación.

—¿Tú le salvaste la vida a una mujer? —pregunta Jennifer, impresionada—. ¿Tú?

—Es Joyce —susurra Justin.

Bea da un grito ahogado.

—¿La mujer que me llamó por teléfono?

Justin asiente.

Bea da otro grito ahogado.

—¿La mujer a la que diste plantón?

Justin cierra los ojos y se maldice en silencio.

—¿Le salvaste la vida a una mujer y luego le diste plantón? —Jennifer se ríe.

—Bea, ¿dónde tienes el teléfono?

—¿Por qué?

—Te llamó, ¿recuerdas? Su número estaba memo rizado en tu teléfono.

—Ay, papá, de eso hace siglos. Mi teléfono sólo guarda los últimos diez números. ¡Eso pasó hace semanas!

—¡Mecachis!

—Se lo di a Doris, ¿te acuerdas? —prosigue la hija—. Lo apuntó. ¡Llamaste a ese número desde tu piso!

«¡Lo tiraste al contenedor, capullo! ¡El contenedor! ¡Aún está allí!»

—Toma. —Laurence regresa presuroso con el vaso de agua, jadeando.

—Laurence. —Justin alarga los brazos, lo coge por las mejillas y le da un beso en la frente—. Tienes mi bendición. Jennifer —hace lo propio con su ex mujer, pero el beso se lo da en los labios—, buena suerte.

Sale corriendo del apartamento mientras Bea lo vitorea, Jennifer se frota los labios con asco y Laurence se sacude el agua de la ropa.

Justin va corriendo de la estación del metro a su casa bajo una lluvia que cae de las nubes como si las estuvieran escurriendo. Le trae sin cuidado, levanta la mirada al cielo y se ríe, gozando del contacto del agua en su rostro, incapaz de creer que Joyce fuese la mujer en cuestión desde el principio. Tendría que haberlo adivinado. Ahora todo tiene sentido; que le preguntara si estaba seguro de querer cambiar de planes para ir a cenar con ella, que su amiga hubiera asistido a la conferencia, ¡todo!

Dobla la esquina de su calle y ve el contenedor lleno a rebosar. Salta a su interior y comienza a buscar.

Al otro lado de la ventana, Doris y Al dejan de hacer la maleta y le observan preocupados.

—Maldita sea, pensaba que realmente volvía a ser normal —dice Al—. ¿Crees que deberíamos quedarnos?

—No lo sé —contesta Doris—. ¿Qué diablos está haciendo? Son las diez de la noche. Seguro que los vecinos avisan a la poli.

Justin tiene la camiseta gris empapada, el pelo peinado hacia atrás, la nariz le chorrea, los pantalones se le pegan a la piel. Al y Doris le ven gritar de júbilo mientras arroja el contenido del contenedor al suelo.