Rancho quemado
Nick Pearly señaló la corriente fangosa del río, y, dirigiéndose a su compañero, dijo: —Karen, si no me engaño, éste es el Knife River, y, si lo es, el maldito poblado que buscamos, y cuyo nombre es Broncho, no debe estar muy lejos. El llamado Karen era un individuo de regular estatura, bastante metido en carnes, feo como un dolor, pero de una atracción especial cuando sonreía. Su cuerpo era desproporcionado, pues poseía unos brazos largos y musculosos, unas piernas cortas y muy estevadas de tanto montar a caballo, y en su rostro dos detalles que hacían sonreír: una nariz porruda, colorada en la punta, y unas orejas descomunales, que movía a su antojo como hacen los perros. Su compañero, en cambio, era un muchacho alto, fornido, sin grasa, duro de esqueleto. Moreno tirando a cetrino, sus dientes eran blancos y menudos, sus labios finos y delgados, su nariz perfecta, y sus ojos negros y brillantes. Buen caballista, montaba un magnífico ruano de finas patas y cabeza erguida. Karen tiró de las bridas de su pinto, y dijo: —Está bien, cabezota; ya estamos en el Knife. Y ahora, ¿qué?