23
Iba a volver con Ed —«¿Quién soy?», diré, esta vez me toca a mí—, pero llaman a la puerta del recibidor un segundo después de que David haya salido. Voy a ver qué quiere.
Una mujer espera al otro lado, esbelta y con los ojos como platos: Bina. Le echo un vistazo al móvil; las doce exactas. X-Acto-mente. Dios.
—David me ha dejado pasar —dice—. Cada vez que lo veo está más guapo. Esto tendrá que parar en algún momento.
—Tal vez deberías hacer algo al respecto —sugiero.
—Tal vez deberías cerrar la boca y prepararte para los ejercicios. Ve a ponerte ropa de verdad.
Me cambio y empezamos en cuanto desenrollo la esterilla, ahí mismo, en el suelo del cuarto de estar. Hace casi diez meses que Bina y yo nos conocemos —hace casi diez meses que salí del hospital, con la columna contusionada y el cuello dañado— y en este tiempo nos hemos cogido mucho cariño. Puede que hasta seamos amigas, como dice el doctor Fielding.
—Hoy hace calorcito. —Deposita una pesa en la curvatura de la espalda. Me tiemblan los codos—. Deberías abrir una ventana.
—Ni lo sueñes —gruño.
—Tú te lo pierdes.
—Me pierdo muchas cosas.
Una hora después, con la camiseta adherida al cuerpo, me ayuda a ponerme en pie.
—¿Quieres probar el truco del paraguas? —pregunta.
Meneo la cabeza. El pelo se me pega al cuello.
—Hoy no. Y no es un truco.
—Pues hace un día perfecto. Soleado y nada de frío.
—No, estoy… No.
—Estás resacosa.
—Eso también.
Un pequeño suspiro.
—¿Lo has intentado esta semana con el doctor Fielding?
—Sí —miento.
—¿Y qué tal ha ido?
—Bien.
—¿Hasta dónde llegaste?
—Di trece pasos.
Bina me estudia con atención.
—De acuerdo. No está mal para una mujer de tu edad.
—Y además cumplo años.
—Vaya, ¿cuándo?
—La semana que viene. El once. El once del once.
—Voy a tener que hacerte un descuento para personas mayores. —Se agacha y mete las pesas en el estuche—. Vamos a comer.
Nunca he sido mucho de cocinar —de eso se encargaba Ed— y hoy en día FreshDirect me deja lo que necesito en la puerta: platos congelados y precocinados, helado, vino. (Vino al por mayor). También algo de proteína magra y fruta, por Bina. Y por mí, protestaría ella.
Siempre comemos a deshoras; por lo visto Bina disfruta del placer de mi compañía.
—¿No debería pagarte por esto? —le pregunté en una ocasión.
—Ya me das de comer —contestó.
Le lancé un trozo de pollo carbonizado en el plato.
—¿Te refieres a esto?
Hoy toca melón con miel y unas tiras de beicon.
—¿Estás segura de que no está curado? —pregunta Bina.
—Segurísima.
—Gracias, guapa. —Se lleva una cucharada de fruta a la boca y se limpia un poco de miel del labio—. He leído un artículo que dice que las abejas pueden llegar a alejarse hasta diez kilómetros de su colmena en busca de polen.
—¿Dónde lo has leído?
—En The Economist.
—Oooh, The Economist.
—¿No es increíble?
—Es deprimente. Yo no puedo ni salir de casa.
—El artículo no hablaba de ti.
—Pues a mí no me lo parece.
—Y también bailan. Lo llaman la…
—… Danza de las abejas.
Parte una tira de beicon en dos.
—¿Cómo lo sabes?
—Cuando estuve en Oxford, fui a una exposición del Pitt Rivers dedicada a las abejas. Su museo de historia natural.
—Oooh, Oxford.
—Recuerdo lo de la danza en concreto porque quisimos imitarla. Básicamente andábamos dando tropezones y contoneándonos. Más o menos como cuando hago ejercicio.
—¿Ibais borrachos?
—Sobrios no estábamos.
—Desde que leí el artículo no he dejado de soñar con abejas —confiesa—. ¿Qué crees que significa?
—No soy psicoanalista. No interpreto los sueños.
—Pero, y si tuvieses que hacerlo…
—Si tuviese que hacerlo, diría que las abejas representan tu acuciante necesidad de dejar de preguntarme qué significan tus sueños.
—La próxima vez sabrás lo que es sufrir —masculla mientras mastica.
Comemos en silencio.
—¿Te has tomado las pastillas?
—Sí. —No es cierto. Lo haré cuando se vaya.
Poco después, el agua corre por las cañerías. Bina se vuelve hacia la escalera.
—¿Eso era una cisterna?
—Sí.
—¿Hay alguien más aquí?
Sacudo la cabeza y termino de tragar.
—Parece que David tiene compañía.
—Menudo putón.
—No es un angelito.
—¿Sabes quién es?
—Nunca me entero. ¿Estás celosa?
—Por supuestísimo que no.
—¿No te gustaría hacer la danza de la abeja con David?
Me lanza un trocito de beicon.
—El miércoles de la semana que viene tengo un compromiso. Lo mismo de la pasada.
—Tu hermana.
—Sí. Vuelve a la carga. ¿Te va bien el jueves?
—Tienes todos los puntos.
—¡Viva! —Mastica y remueve el vaso de agua—. Pareces agotada, Anna. ¿Descansas bien?
Primero asiento, pero luego digo que no.
—No. Es que… Es decir, sí, pero últimamente tengo muchas cosas en la cabeza. Esto no es sencillo para mí, ¿sabes? Todo… esto.
Extiendo un brazo con el que abarco toda la habitación.
—Sé que no debe de ser fácil. Sé que no lo es.
—Y el ejercicio.
—Lo estás haciendo muy bien. De verdad.
—Y la terapia. No es fácil estar en el otro lado.
—Me lo imagino.
Inspiro hondo. No quiero alterarme.
Solo una cosa más.
—Y echo de menos a Ed y a Livvy.
Bina suelta el tenedor.
—¿Cómo no vas a echarlos de menos? —dice, y me sonríe con tal dulzura que me entran ganas de llorar.