OTRO EMBAJADOR PARTO

Benasur pensó que era conveniente establecer contacto con el embajador de Artabán en Damasco, y después de estudiar el asunto con Mileto, decidieron que éste fuese a la calle de Seleuco Nicátor, en pleno barrio nabateo, donde se encontraba la embajada parta, según les dijo Gam Kashemir.

Fue fácil reconocerla, pues era la única que tenía guardia sacerdotal, o sean soldados de la ciudad.

A un empleado que salió a recibirle le dijo:

- Deseo ver para un asunto urgente e importante al embajador. Dile que vengo en nombre de Benemir. Este nombre es suficiente para que él te diga si me recibe o no.

El empleado se fue para volver momentos después.

- Me dice que sí tiene el gusto de recibirte.

- ¿Cuál es el nombre del embajador? -preguntó al empleado mientras era conducido a presencia del parto.

- Garsuces Saram -le dijo el otro.

Pero no fueron directamente con el embajador, sino a un despacho donde trabajaban dos escribas. Uno de ellos era de los individuos que la noche anterior había visto en el Bazar de Medianoche.

- ¿Cuál es tu nombre?

- Mileto de Corinto.

- ¿Qué asunto traes de Benemir?

- Un asunto que no debo decir sino al embajador.

- ¿Quién es Benemir?

- Mira, escriba, es inútil que me interrogues. Si el nombre de Benemir no le dice nada a su señoría Garsuces Saram, yo no estoy tan ocioso como para perder el tiempo.

El escriba sonrió. Miró de arriba abajo a Mileto y pasó a la pieza inmediata. En seguida regresó el empleado para dejarle la puerta franca, a la vez que decía:

- Su señoría Garsuces Saram, embajador del Rey de reyes, su majestad Artabán III, hijo de Ahura Mazda y emperador de Partia.

Su señoría miraba por una ventana que daba a la plaza de Ciro el Grande. Y reía consigo mismo, quizá de alguna divertida escena que estaba viendo.

Mileto contó hasta diez parado en medio de la sala. Después se acercó a la ventana y miró fuera. Tres golfillos estaban robando higos de uno de los canastos que había en un carro de fruta, abandonado por unos momentos ante la casa de un cliente.

- ¿Qué higos son ésos? -preguntó Mileto en griego.

- De sicómoro, de sicómoro damasquino. ¿No los ha probado? Son una delicia. Te dejan la boca perfumada para todo el día, si antes no te la lavas hastiado de tanto perfume…

Poco a poco el embajador se volvió hacia Mileto. ¡Vaya tipo! ¿Dónde los pescaría Artabán?, se preguntó. Era alto, blanco, con una sombra rubia en la barbilla y un bigote postizo, negro, muy horizontal. Llevaba en las orejas tres anillos, eslabonados entre sí, de mayor a menor, y un collar de piedras amarillas, muy puras, a la garganta. Del collar pendía un pectoral de oro, con un elefante índico de marfil y una inscripción.

El embajador introdujo la mano en la manga y sacó un pañuelo. Lo hizo con la limpieza de un prestidigitador. Se lo llevó a la nariz, se tocó delicadamente las fosas nasales y preguntó enarcando las cejas en un griego impecable:

- ¿Mileto de Corinto?

- Sí, Mileto de Corinto, y sabes a lo que vengo.

- ¿Escriba de Benemir?

- Sí, escriba y algo más.

Entonces el embajador sin abandonar el pañuelo de seda, que colgaba de la mano, corrigió los pliegues del manto de Mileto.

- Me crispan los nervios unos pliegues que no estén en su sitio. Te lo disculpo porque supongo que sabrás llevar bien el palio. Se ve que es la primera vez que vienes a Damasco, ¿no es así?

- Sí, es la primera vez.

- ¿Te gusta?

- Me ha sorprendido favorablemente.

- Reconozco que ayer el ambiente del Bazar no era el más adecuado para un extranjero, mucho menos para un griego como tú. ¿Te gusta Alejandría?

- Mucho, señoría.

- Sé que hace años fueron injustos contigo… (Mileto se quedó confuso). Pero tu teoría sobre el hombre como ente social, no discriminable como individuo civil por el Estado, me parece demasiado… ¿cómo diría?

- ¿Audaz?

- No, nada de eso…

- Independientemente de lo que te parezca mi teoría, que no es el momento de discutirlo, me deja perplejo que estés tan bien informado…

- Los partos nos hemos pasado tres generaciones espiando a Roma. Hemos hecho un Estado de espías… y hoy nos encontramos que no tenemos guerreros. Su alteza el príncipe Orodes, hijo de su majestad, acaba de sufrir un descalabro… Estamos perdiendo la guerra estratégicamente. Si yo fuese un derrotista te diría que estábamos derrotados. En estos momentos una flota de treinta y seis barcos navega hacia el golfo Pérsico con un cargamento de rico material de guerra que nos ha cedido el magnífico Benemir de Judea… Todo lo malo está dicho. Lo bueno me lo reservo para decírselo a Benemir. Ha sido tan gentil con nosotros que merece nuestras mejores noticias… Esas noticias implican maniobras diplomáticas que yo y otros compañeros míos hemos llevado a feliz término…

Y tras una pausa:

- Ahora dime, ¿cómo está su alteza el príncipe Gotarces? Ha sido una idea genial la de Benemir. Es el único hombre que sin diagnosticarle su cretinismo congénito e incorregible le ha aplicado la terapéutica que lo revela. No te extrañe mi lenguaje. Estuve cinco años en la Academia de Pérgamo estudiando toxicología. Precisamente la que experimentaba Mitrídates. Era un científico, no lo niego, pero le faltaba imaginación. Algo semejante le ocurre a Zisnafes… Magnífico diplomático, pero le falta fantasía… Zisnafes sé que pasó un mal rato. Yo me hubiera divertido. Tanto que me hubiese atrevido a bajar a la galera del barco para decirle a Gotarces: «Rema, cretino, que al fin has encontrado tu oficio». Pero dime, ¿aún sigue amarrado al remo?

- Aún. Benemir no lo dejará libre hasta que se lo suplique su majestad Artabán…

- ¡Magnífico! Decididamente genial… Nosotros, los partos, tenemos mucha simpatía por Benemir, que apoyaba a Tacfarinas. En esa guerra Benemir cometió un error…

Mileto iba de perplejidad en perplejidad. Sospechaba que nada ignoraba Garsuces Saram.

- ¿Un error? Posiblemente.

- Su error estuvo en comprometerse con Tacfarinas. Error de exceso de buena fe. El plan más certero hubiera sido fomentar la escisión apoyando a Tacfarinas por un lado y a sus lugartenientes por otro. Creo que se llamaban Raz Amal, Asdruhan y Mazipa… Entonces hubiera encendido una guerra civil en el África Proconsular que se habría extendido a la Mauritania y, con suerte, a los pueblos marmáridas. Bien. Es historia vieja, historia inútil porque es historia del vencido… No te admires, Mileto. Hoy día Partía es todo lo que te estoy diciendo: información, datos, documentos, pero no tenemos un general medianamente pasadero, excepción hecha, claro está, de nuestro rey Artaban. Pero su majestad, dicho sea sin crítica, es hombre de inteligencia rápida y decisiones lentas. Ya ha captado todo el problema de la guerra, pero todavía no ha tomado una decisión. Lo que habría que pensar es si Artabán llegará oportunamente con la decisión o nos sorprenderá la derrota. En ese caso, Benemir perdería una cuantiosa inversión.

El embajador se colocó el pañuelo en la manga y se asomó de nuevo a la ventana.

- Se han ido los chicos. Ahora es una vieja la que roba los higos. Pero por la cantidad que faltan, deben haber pasado otros oportunistas antes. Éste es Damasco, Mileto. Cuando el mozo salga y se dé cuenta, se regocijará. Venderá el resto del canasto y dirá a su amo: «Me han robado, señor, dos canastos». Y cuando el amo se eche las manos a la cabeza, el mozo dirá: «Pero pude recuperar uno». Entonces el amo abrazará al mozo y dará gracias a la magnánima Astarte… -Y al notar que Mileto tenía puesta su curiosidad en la estatua de un caballo de mármol, dijo abandonando la ventana-: ¿Qué te llama la atención, Mileto? -Ese caballo…

- Me lo suponía… No creo que ninguna ciudad del mundo tenga una estatua igual. Dicen que tiene cuatro siglos… Aquí se le conoce con el nombre del Caballo de Ciro, pero Ciro no aparece por ninguna parte. Lo que admira es que la gente haya respetado tanto un monumento que no es religioso ni militar ni siquiera civil… Son sorprendentes sus testículos. Quizá por esto, por testículos tan conspicuos, tan principales, el pueblo ha respetado la estatua. ¿Te has fijado, Mileto, cómo las gentes populares respetan los testículos? En Damasco el mejor elogio que se puede hacer a un individuo que presume de hombría es decirle que tiene los testículos del Caballo de Ciro…

Garsuces rió. Y se quedó mirando a Mileto escrutadoramente. El griego se sintió molesto con aquella mirada. Quizá porque el embajador había insistido mucho en las glándulas viriles.

- Bien… -murmuró Mileto.

- Sí, bien -dijo el embajador, concluyendo-. Dile a Benemir que con todo gusto hablaré con él. No aquí. Desde que llegaron a Damasco estáis siendo vigilados por agentes de Roma. Dile que hoy al anochecer le mandaré un coche de servicio público. Que esté dispuesto para meterse en él y dejarse conducir. Que no se extrañe. Posiblemente lo llevarán a la población nabatea, extramuros de la ciudad. Dile también que toda la flota salió ya de Porto Albo, y que Zisnafes y su séquito van en la nave insignia. Hemos burlado a Roma en esta primera fase de la guerra.

En efecto, Benasur fue conducido a las afueras de la ciudad, a la zona en que una aglomeración de casas de adobe y de tiendas características de los nómadas, extendía la población mucho más allá de los límites de la vieja muralla.

Garsuces lo esperaba en una de esas tiendas que, si era de hombre principal, no por eso se veía libre de la suciedad y de la pestilencia. Las comidas agrias, las pieles mal curtidas y las inmundicias de todo género atacaban al olfato hasta producir vértigo. Antes de saludar al embajador, el judío se llevó el perfumador a la nariz, pero este artilugio le sirvió de poca defensa.

- En tiempos de paz -empezó diciendo Garsuces- un embajador lleva una vida regalada. Se dedica uno a preparar la guerra. Y la guerra se organiza con gentes bien vestidas y limpias. Pero una vez que la guerra ha estallado, un embajador tiene que valerse de todos los recursos para lograr la paz. Y entre esos recursos está con mucha frecuencia descender a tratar con gentes inmundas, como estos nabateos que me han prometido levantarse contra Roma…

Benasur hizo un gesto entre sorprendido e incrédulo, no obstante que ya Mileto le había hablado del desparpajo con que se expresaba Garsuces.

- ¿Te extraña que hable así, Benemir? Te advierto que lo hago como fruto de la experiencia. Lo más difícil en la diplomacia es crear un estilo. Para crear un estilo se necesita no solamente talento diplomático, sino imaginación, fantasía. La Humanidad se muere de mugre y de aburrimiento porque no tiene fantasía. El reinado de Tiberio pasará a la historia como ejemplo de monotonía. En todo se repite con la machaconería de un torpe. ¡Qué falta de ingenio! A mí me aburriría estar pensando todo el día en lo mismo: cómo eliminar a los enemigos. ¿Tú has leído sus cartas al Senado? Siempre el mismo ardid para sacar la sentencia de muerte. Yo imaginaría el modo de que mis enemigos se eliminaran entre sí. Y me divertiría por las sorpresas. Un rey, un sátrapa siempre matan igual. Un pueblo no. Un pueblo es un monstruo con mil cabezas de cretinos, y cada cretino tiene una cosa sorprendente en la mollera. El cretino es original para la tortura y para la maldad… Bien, lo que quería decirte, Benemir, es que yo tengo mi estilo diplomático. Y es decir las cosas claras con la seguridad de que mis enemigos aunque las oigan por los oídos de los espías no las creerán. Los gobiernos no creen más que en la falacia, por tanto, si tú dices la verdad escueta, es fácil sorprenderlos. Con la ventaja para ti de que no tienes que andar devanándote los sesos en crear dos planes, el del enemigo y el de tu uso particular… Por eso te digo que no sería difícil que Lucio Vitelio sepa ya que yo estoy soliviantando a los nabateos. El alzamiento será para dentro de un mes. Lucio Vitelio tiene la cabeza demasiado cuadrada para admitir ideas tan redondas…

Benasur aprovechó la pausa que hizo el hablador de Garsuces para decirle:

- Mileto me ha dado muy malas noticias de la guerra.

- Son las únicas noticias que tenemos. Una política parta con imaginación hubiera creado ya dos victorias para el consumo exterior. Nosotros sólo tenemos el estribillo de nuestras retiradas, de nuestras derrotas estratégicas. Eso ya se hizo cuando la batalla de Edessa y no hay por qué insistir. ¿Sabes que tuvimos una mala jornada con nuestro general Orodes? Tú conoces a su hermano Gotarces, pues aunque sólo son hermanos de padre los dos tienen igual deficiencia mental. Quizá supere Gotarces, cosa que le da todas las posibilidades para ocupar el trono cuando el rey Artabán, mi gran señor, entregue el aliento a Ahura Mazda… Porque has de saber que Bardanes, el príncipe heredero, es demasiado prudente para reinar en Partía. Lo cierto es que hace una semana los ejércitos de Farasmanes y Orodes se vieron las caras. Orodes ya no podía recular más si no quería encontrarse con el pie de su padre. Se empeñaron los dos ejércitos en una batalla y en lo más duro de ella Farasmanes retó a Orodes. Tuvo el joven que acceder y dejó correr su caballo contra Farasmanes. Éste hizo lo propio contra Orodes. Los dos llevaban la lanza como es estilo en estos duelos, pero en el momento del encuentro Farasmanes con más astucia y pericia logró lancear, aunque sólo por el casco, a Orodes. Y dio en tierra con él. Farasmanes no tuvo tiempo más que para salir huyendo hacia su campo. Pero los soldados partos al ver caer a su príncipe se lanzaron a una desbandada general, tan estratégica, según nuestra doctrina militar, que la victoria se decidió para las armas invasoras. Es cierto que el terreno era ventajoso para nuestros enemigos los hiberos… Artaban estaba preparando el grueso del ejército para reforzar la ofensiva de su hijo, pero Lucio Vitelio, aprovechándose de la derrota, amenazó con todo descaro a Partia diciendo que si Artabán movilizaba sus fuerzas fuera del país, él invadiría la Mesopotamia, cosa que yo sé muy bien, tan bien como tú, Benemir, que no es cierta… Artabán ha doblado las manos y ha preferido esperar tu armamento; pero según el último mensaje que recibí, nuestros hombres están desertando y sumándose a las fuerzas de Sinaces que ha logrado interesar en la guerra a su padre Abdageses… ¿Tú lo conoces?

- No, no sé quien es.

- Es el más poderoso terrateniente de Armenia. Cuando vivía nuestro llorado rey Arsaces de Armenia y quería salir de palacio a dar un paseo, había que pedir permiso a Abdageses, porque el rey entraba sin querer, en sus tierras. Que Abdageses ande metido en la guerra es una buena noticia para nosotros, pues sumará a la impostura de Tirídates su impopularidad. Pero hay un golpe diplomático que yo no puedo hacer porque Farasmanes me conoce y sabe que soy capaz de traicionarle. Y es sobornar a Farasmanes ofreciéndole no sólo una satrapía en Armenia sino otra, que sea jugosa, en Partia. Si lográsemos que Farasmanes se pasara a nuestro lado, la guerra quedaría técnicamente resuelta a nuestro favor… Además, yo recomendaría a cualquier extranjero que no permaneciese mucho tiempo en Damasco, porque la toma de la ciudad por parte de los nabateos constituirá una matanza. Es lo único que saben hacer con cierta eficacia. Estoy seguro que si entran por la puerta Oriental no llegarán a la Occidental. Pero eso sí, no dejarán un solo vecino para que lo cuente, sobre todo en el barrio nabateo, pues ya es tiempo, según ellos, de irse a vivir a las casas de los suyos. Así que… tú dices, Benemir.

- Supongo Garsuces, que hay otras buenas noticias…

- Sí. Tenemos veinte mil escitas que esperan sólo tus armas. Nuestras gestiones diplomáticas cerca de los clitas han llegado a feliz término, y ya ese pueblo se está pasando las voces. Su levantamiento coincidirá dentro de un mes con la toma de Damasco por parte de los nabateos. Lucio Vitelio y sus legiones quedarán así comprometidos entre dos conflictos inesperados. Es el momento para la gran ofensiva parta que estamos seguros que será arrolladora… ¿Qué por qué este optimismo? Porque al frente de los escitas están dos guerrilleros dahos que no se sientan sino sobre la punta de sus espadas… No pienses mal, Benemir. Los dahos son gente bárbara y honesta, dos cualidades difíciles de asociar, pero que cuando se aparejan dan hombres de fiar.

Bien, si este plan estuviera apoyado con un principio de deserción en el ejército invasor… ¿Me comprendes? Esta deserción sólo puede provocarla Farasmanes… Y si tú tuvieras unos días de ocio…

- ¿Quieres insinuar…? -murmuró Benasur. Y negando con la cabeza, dijo-: Tu estilo diplomático no va conmigo, Garsuces. He llegado a Damasco de paso para Ctesifón. Tú, que todo lo sabes, estarás enterado de que estoy invitado a la corte de Artabán, tu Rey. Si una tal insinuación me la hiciera Artabán vería si le complacía o no. Debes saber que mi tiempo vale mucho dinero, y que no puedo perderlo en intrigas diplomáticas…

- Porque sé que vale mucho dinero y el mucho que estás exponiendo en la guerra de Armenia es por lo que te lo digo. Si quieres tener seguras las concesiones, debes poner todo lo que esté de tu parte para acabar cuanto antes con la guerra…

- ¿Es que además del armamento debo poner la diplomacia? ¿Qué pone, entonces, Partía?

- Pone… sus retiradas estratégicas. En fin, yo insinuó, sugiero… pero no insisto. Insistir es repetirse y entrar en la monotonía. Por eso he pensado que tú eres la persona ideal para convencer a Farasmanes… Si Farasmanes tuviera la seguridad de que le dábamos la satrapía de Carmania y que tú construías esas instalaciones portuarias en las costas de Carmania aceptaría en seguida pasarse a nuestro bando. Piénsalo, Benemir. Supongo que uno de los temas de conversación que tendrás con el rey Artabán versará sobre este punto.

- ¿Qué piensas tú de la actitud de Roma?

- Roma se mantiene a la expectativa. Ahora ya ha lanzado su amenaza. Si por desgracia tuviéramos otro fracaso militar, las legiones de Vitelio cruzarían el Eufrates y se apoderarían de la Mesopotamia. Si esto ocurriese, antes de dos años las legiones romanas llegarían hasta la frontera de la India.

Entre la pestilencia y la charla incontenible de Garsuces, a Benasur le dio dolor de cabeza.

- Si no tienes nada mejor que decirme, regreso a casa de Kashemir.

- Sólo variantes del mismo tema, pero aún no las tengo maduras. ¡Ah! No creo que te convenga frecuentar el Bazar.

- Tú también estabas anoche…

- Mi caso es distinto. Mis indiscreciones forman parte de mi juego diplomático. Es necesario que me vean despreocupado de la guerra para que dentro de unos días que vaya a Antioquía no crean allí que es actitud fingida. Prácticamente estamos derrotados y debo fingir con mi indiferencia que tenemos detrás de nosotros cien mil indios…

Benasur cuando abandonó la tribu nabatea pensó que las guerras eran negocio demasiado absorbente. Que se metía uno en ellas por curiosidad y que cuando quería retirarse todos los caminos estaban cerrados. Y máxime ahora que la Cauta le pisaba la sombra. Tenía que dejar ultimado lo de Partia aunque tuviese que ir a sobornar a Farasmanes. Él no podía vivir sin un mundo donde pudiera moverse y negociar. Y Roma le cerraba el suyo.