LA ÚLTIMA LANGOSTA

El almuerzo de ese día fue tan malo, que Benasur se retiró malhumorado a dormir la siesta. Y durmió hasta bien avanzada la tarde. Dio por vistas las carreras de caballos. Llevaba media vida corriendo tras una meta sin lograr saber, al cabo de las canas, adonde conducía tanto correr.

Salió al pasillo y llamó al primer mozo que pasaba. Le dijo:

- Habla con el cocinero mayor; habla si es necesario con los diez helanódices, con la sacerdotisa Aspiaca, con Zeus Olímpico; pero yo quiero desayunar, almorzar y cenar dignamente. Dile al archimagirus que Benasur sabe pagar el precio de las cosas… -Y tras de poner un tetradracma en la mano del mozo, agregó-: Y ahora quiero cenar con mi pupila en mi cuarto. Prepáranos un servicio de gala para gustar una buena cena…

- Como tú, señor, debieran ser todos los huéspedes, que sabes apreciar los buenos platos y el buen servicio. Pero los que llegan al Leonidaión, además de invitados…, ya me comprendes.

Se fue el mozo encomendándolo a los dioses por su largueza. Y poco después, cuando Benasur se aseaba, volvió acompañado de cuatro pajes que traían una mesa y abundancia de vajilla de electro y vidrio, así como mantel, servilletas, candelabro de cinco lucernas y flores para el adorno.

- Me dijo el archimagirus que tendrás una cena digna de tu liberalidad, y que en lo sucesivo no te preocupes, pues te ordenará en el comedor triclinío de arconte.

Auxiliado por los pajes colocó la mesa. Sobre el fino mantel que despedía un suave perfume de cedro, fueron poniendo la crátera que con el cyathus que hacía juego, eran dos piezas maravillosas, talladas en piedra traslúcida de Paros, con asas y mango de electro cincelados. Los vasos y las copas también de electro tenían en la base un círculo de ópalos. Los platos hondos y llanos, las cucharas y cucharillas, en fin, cada una de las piezas eran ricas de material y de artificio.

- Será conveniente que traigas un focus sin combustible, únicamente con brasas, para calentar el agua del vino y el té… Yo tomo té de opio.

- Lo que tú mandes, señor…

Cuando el mozo regresó con el focus, que colocó en un trípode de patas de garra, le dio la lista de los platos de la cena. Benasur sólo puso una objeción: que el puré no fuera de habas sino de lentejas, muy caldoso y con trozos de huevo duro y de queso de cabra en aceite.

- ¿ Y los vinos, señor?

- Los tres caldos de Naxos… Empezaremos con el dorado para la sopa y el pescado; el tinto para la carne, y el llamado pámpano para las libaciones… Y para el té licor de Chipre de la cosecha de la sequía. ¡Ah! Y el agua del gutturnium que la perfumen con jazmín de Persépolis.

El mozo comprendió que el huésped sabía pedir. Ya en la puerta, preguntó:

- ¿ Uno o dos pajes, señor?

- Con uno es suficiente si sabe ser oportuno y diligente.

- Te mandaré a Theo, señor. ¿Citaristas? ¿Algún refinamiento… de carácter personal?

- No. Mi pupila tañerá la lira. No dejes de avisarla que cenará en mi cuarto.

- Perfecto, señor.

Benasur no estaba muy seguro de que aquello fuera perfecto, pero sí cenaría bien esa tarde. Terminó de vestirse, de arreglarse y se disponía a salir a la terraza cuando llamaron a la puerta. Era Mileto.

El escriba no pudo disimular un gesto de asombro y de curiosidad al ver una mesa tan suntuosamente servida. Y para dos personas. ¿Quién sería la favorita? Probablemente aquella dama que el día anterior se había mostrado tan interesada por Benasur durante el prandium. ¿O habría vuelto Salomé?

De todos modos no era portador de una noticia que estimulase el apetito. Mas no podía posponerla por más tiempo.

- Tengo que darte una mala noticia…

Benasur miró fijamente a Mileto. Sí, indudablemente, se trataba de una mala noticia. Sacó el perfumador y se lo llevó a la nariz. Aspiró intensamente. Después miró hacia la puerta que daba a la terraza.

- ¿ No podías dejarla para mañana?

Mileto pensó ante esta salida que la persona a quien esperaba Benasur era de importancia, de peso. O específicamente devorable. Pocas veces el judío posponía el conocimiento de un informe, de un dato, de una noticia.

- No lo creo conveniente… Además debo dártela estando presentes Xandro y Anfisa.

- ¿ Alejandro y Anfisa. Pero ¿qué es lo que ocurre?

Mileto se acercó a Benasur.

- Sencillamente que Gotarces se ha fugado.

- ¡Cómo!, ¿que se ha fugado?

- Sí, valiéndose de la complicidad de dos marineros que hacían guardia en el Aquilonia.

Benasur dio unas vueltas por la habitación en actitud pensativa.

Mileto se sorprendió que no comenzara a dar gritos.

- ¿ Y los agentes de la Cauta?

- Ésos siguen encadenados… Ésos no tenían brazaletes de oro con que sobornar a los marineros.

Benasur pensó que el agente no identificado de la Cauta que hizo la señal al cojo de Rodas, seguía en el Aquilonia. De lo contrario, él habría liberado a sus compañeros. Pero era posible que la fuga de Gotarces diera una pista sobre ese agente. Preguntó:

- ¿ Por qué deben estar presentes Anfisa y Alejandro?

- Porque Anfisa fue testigo de una fase de la fuga; porque Xandro era el oficial de guardia.

- ¿ Qué marineros liberaron a Gotarces?

- Mino de Cos y Tanio. Pero insisto que será mejor que les preguntes a Anfisa y Xandro.

- Bueno. Diles que hagan el favor de subir.

A Benasur no le importaba mucho la fuga de Gotarces. Lo único interesante es que se denunciara la evasión a la autoridad.

Al poco rato entraron Anfisa, Mileto y Alejandro. Anfisa quedó sorprendida gratamente con la mesa para la cena, pues se imaginó que, como había llegado ese día a Olimpia, Benasur le haría los honores de la hospitalidad. Además el navarca tenía motivos para extremar las cortesías hacia ella, después de las humillaciones que le había hecho pasar por la estúpida britana.

A pesar del agasajo que la esperaba, Anfisa prefirió mantenerse callada, indiferente hacia el judío. Benasur, por el contrario, se interesó por saber si ya se encontraba bien.

- ¿ Has hablado con Osnabal?

- No…

- Conviene que te vea. No vaya a ser que hayas cometido una imprudencia levantándote… -Y encarándose con Alejandro-: Bueno, señores; Mileto me ha contado que el príncipe Gotarces se ha fugado… ¿Estabas tú de guardia, Alejandro?

- Propiamente de guardia, no. Akarkos dio asueto a la tripulación del barco para que todos, remeros y marinos, tripulantes de servicio y oficiales, pudiéramos asistir a las fiestas de Olimpia…

- Cierto; yo se lo sugerí… -asintió Benasur.

- Como Platón y yo somos los únicos oficiales, acordamos que un día él y otro yo fuésemos a bordo para presenciar el relevo de guardia y estar seguros de que se hacía. Antes de saltar a tierra indicamos a los marineros qué días les tocaba hacer servicio… Platón y yo, los días que tenemos que ir al barco, solemos hacerlo en la noche para dormir en él, y así, en la mañana temprano, poder vigilar el relevo de las guardias…

- Muy bien, abrevia… No entres en muchos detalles que si hay algún punto dudoso yo insistiré sobre él para que me lo aclares…

- Las guardias se hacen por día completo. Anteanoche estaban a bordo Mino de Cos y Tanio… Hemos procurado que en cada guardia se quedase por lo menos un hombre hábil que, en caso necesario, supiera atender a Anfisa… Me acosté tranquilamente, y en la mañana, cuando subí a cubierta, vi que no estaban los marineros. Bajé a buscarlos a los camarotes, bajé al fori y allí me encontré que Gotarces había huido y que en su banco sólo quedaban los grilletes rotos… Les pregunté a Quiro Celio y sus compañeros detenidos y se negaron a darme detalles. Que sí, que ellos habían visto a Mino y a Tanio romper los grilletes; que ellos, encadenados como están, no habrían podido evitarlo aunque hubiesen querido.

- ¿ Qué hiciste entonces?

- Esperé a que llegaran los marineros del relevo. Les expliqué en pocas palabras lo que había pasado; dejé a uno de guardia y salí con el otro a hacer las primeras indagaciones entre los tripulantes de los barcos anclados en la ría. Ninguna de aquellas gentes sabía nada. Hasta en la tarde dimos con un marinero que conocía a Tanio, porque son paisanos o han trabajado juntos, y nos dijo que Tanio, otro marino y un mocetón alto habían cogido el coche de viajeros de la costa que va a Pyrgo. Volvimos a bordo y conminé a los detenidos a que me contaran todos los detalles de la evasión. Me dijeron que Gotarces les ofreció a Mino y a Tanio los tres brazaletes de oro que llevaba si le quitaban los grilletes. Tú, navarca, sabes el valor de esos brazaletes y la codicia que pueden despertar en unos marineros…

- Pero ¿cuándo Gotarces pudo hablar con ellos?

- Pues el día que llegamos a la costa de Elida. El día que nos venimos todos a Olimpia. Mino de Cos y Tanio hicieron esa primera guardia. Y en la noche, cuando Tanio fue a echar un vistazo al fori, le llamó Gotarces… y le hizo la proposición. A fin de pensarlo bien y no precipitarse, convinieron liberar a Gotarces en su próxima guardia, o sea, anteanoche… De la caja de herramientas sacaron el martillo y el cincel… -Y mirando a Anfisa-: Ella tiene algo que decir…

- Habla, Anfisa -le dijo amablemente Benasur.

Anfisa sonrió casi con una reservada, íntima satisfacción de ser útil, necesaria en ese momento al judío.

- Yo estaba dormida… Supongo que finalizaba la segunda vigilia cuando unos golpes me despertaron. Oí que alguien forcejeaba en la puerta de tu camarote. Grité «¿Quién anda ahí?» Me contestó una voz de hombre para mí desconocida. «La última langosta de Phut, que ha recobrado su libertad. ¿Y tú quién eres? ¿Otro locústido melancólico?» Me eché un manto sobre los hombros y salí a ver de quién se trataba… Un individuo alto y guapo, con una terrible barba y unos ojos feroces estaba revolviendo tu ropero. No se inmutó al verme. Debía de saber por los marineros que yo estaba a bordo. Y sólo me dijo: «Las circunstancias me obligan a apropiarme de una túnica y un manto de Benasur, porque no sé qué han hecho de mi ropa. Pero no te preocupes, que Benasur ya no volverá vivo al Aquilonia. Le dejo su traje de luto para que con él lo amortajen».

- ¿ Eso fue todo?

- Por lo menos eso es lo que a ti puede interesarte…

- No prejuzgues, Anfisa, sobre lo que a mí puede interesarme o no… En fin, te ruego sigas hablando…

- Puedes ordenármelo si te place, Benasur -se puso quisquillosa la seléucida.

- Dejémonos de simplezas, Anfisa. Suplicado o mandado, continúa…

Anfisa se mordió los labios. Miró a la mesa y se decidió a continuar:

- Gotarces me preguntó: «¿No tienes una moneda de oro que me obsequies?» Cuando le dije que no tenía un cobre, sonrió, alzó los hombros e hizo este comentario: «¡Parece mentira! Los arsácidas tenemos un preclaro linaje de redomados bandoleros… Y mírame, en estos momentos siento escrúpulos de forzar la caja de Benasur… Te lo digo para que prestes testimonio en caso de que la suerte me sea adversa, y me apresaran después de clavarle el cuchillo a ese puerco judío. No dirán que maté por robarlo». Después, al oír que los marineros lo llamaban desde cubierta, me dijo: «No puedo perder el tiempo contemplándote… ¡Y mira que eres la mujer más bella que he visto en mi vida…!» -Anfisa hizo un gesto como dando a entender que se violentaba al repetir las palabras tan halagadoras de Gotarces. Y en seguida con estudiada intención, sonrió irónicamente para preguntar-: ¿Continúo, Benasur?

- ¡ Claro! ¿Quién te lo impide?

- Podías pensar que mi pudor…

- ¡ Oh! Si se violenta tu pudor…

Con su poquitín de rabia, Anfisa concluyó:

- Pues aún dijo más Gotarces: «Aunque me aliviaría mucho, tampoco puedo hacerte ese servicio que tanto apetecéis las mujeres. Pero no te quedarás sin un beso». Y sin que pudiera evitarlo, Gotarces me besó… Y en un respiro que tuvo, agregó: «Si un día te pierdes, ya sabes dónde encontrarme: en Ctesifón, en la corte del rey Artabán, mi augusto padre…»

Anfisa calló.

- Y tú ¿qué? -le preguntó el judío.

- ¿ Qué quieres que hiciera -se revolvió Anfisa-, sino dejarme besar?

- No me refiero al beso, si no a lo de la corte de Artabán…

Mileto corrió a la terraza porque le atacaba la risa. Benasur continuó con un comentario:

- No lo eches en olla podrida, Anfisa… No me parece tan descabellada la unión de dos tipos como vosotros, de una seléucida y de un arsácida…

Anfisa miró a Alejandro que estaba con una hermosa arruga en el entrecejo. No le había gustado el escarceo erótico de Anfisa con Gotarces.

- Bien -dijo Benasur-, sólo falta que nos digas, Anfisa, que hiciste después que Gotarces se desprendió de tus brazos…

- Subí a cubierta. Lo vi saltar a tierra con los dos marineros. Los vi alejarse hacia el camino de la costa…

- ¿ Y después?

- Me volví a la cama. ¿O esperas que hubiera hecho otra cosa?

- Yo soy el que pregunto, Anfisa, no tú -dijo Benasur manipulando con la paletilla de las brasas-; contéstame: ¿por qué no avisaste a Alejandro?

- Ignoraba que estuviera en el barco.

- ¿Es que no sabías que él o Platón dormía a bordo?

- Sí, lo sabía, porque todas estas mañanas he desayunado con uno o con otro…

- ¡ Estupendo! Entonces ¿por qué esa noche, precisamente esa noche, ignorabas que se encontrase a bordo?

- ¡ No acepto palabras reticentes, Benasur! Nadie me obligará a hablar si me niego a hacerlo. ¡Yo no soy ni guardia ni oficial de tu barco…!

- No es esa contestación destemplada la que merezco recibir de ti, Anfisa. Tú no eres nada en el Aquilonia, cierto. Pero tú cobras un salario. Acepto que son muy bellos tu rostro y tu cuerpo, pero en compensación al poco servicio que me han hecho hasta ahora debías mostrar más lealtad por mis cosas.

Alejandro intervino:

- Creo, señor, que no son ésas las palabras que deben dirigirse a una noble doncella…

- ¡ Ahora tú, Alejandro! Casi te doblo la edad. Si no por mi jerarquía, por mis años debes concederme la experiencia suficiente para saber qué palabras debo yo usar con las mujeres… ¿Sabes por qué Anfisa no te fue a avisar? Porque si es cierto su relato estaba entontecida con el beso de Gotarces… Y basta ya de situaciones equívocas. Si a ti, Anfisa, no te agrada ni el empleo ni el patrón o cualquiera de ellos dos, te licencio y asunto concluido. Nada te debo y nada me debes. Y en el siglo sabático, las reconciliaciones. ¡Por la marca de Caín!… -y dirigiéndose a Alejandro-: Y ahora dime tú: ¿tan profundo es tu sueño que no oíste los golpes, los ruidos? Bien está que no llegaran a tu camarote los martillazos que debieron de dar en el fori… Pero Anfisa oyó el ruido que provocaba Gotarces…

- Lo siento, pero yo, señor, tengo ese sueño profundo que da la conciencia tranquila.

- ¿ Por quién lo dices, por Anfisa o por mí?

- Lo digo por mí mismo, señor.

- Bueno, volvamos a la cuestión. ¿Qué hiciste desde la tarde de ayer en que supieron que Gotarces había tomado el camino de la costa hasta hace un momento que me dan la noticia?

- Según nos había dicho Anfisa, Gotarces salió del Aquilonia a buscarte. Pensé que cabía la posibilidad de que el informe proporcionado por el conocido de Tanio fuera falso. Debía prever que pudiera haber venido a Olimpia a buscarte. Por tanto, me vine con el marinero para Olimpia. Visitamos las barracas, preguntamos a todos los marineros y remeros del Aquilonia que nos encontramos. Ninguno había visto a Mino de Cos ni a Tanio. Los fuimos contando, y nos faltaban por ver todavía once tripulantes más. Nos dirigimos al barrio de Alcibíades donde logramos dar con los restantes en una taberna. Tampoco ellos tenían noticia de los evadidos… Seguro de que Gotarces se había ido a Pyrgo a embarcarse, volví al Aquilonia para recoger a Anfisa, que, el día antes, me pidió que la trajera a Olimpia para presenciar las carreras del hipódromo… Suponíamos que te encontraríamos allí; y cuando informamos de lo que pasaba a Mileto, él nos aconsejó que no te dijéramos nada; que conocía tu humor y prefería darte él la noticia.

- Consideraba inútil dártela antes y echarte a perder el día -dijo Mileto.

- Todos habéis obrado con negligencia y dilación; y, al parecer, para no molestarme. Tengo que estaros agradecido, a pesar de que ninguno de vosotros haya sido capaz de volver a encadenar a ese cretino. En fin, sólo queda un trámite por hacer, Alejandro. La prefectura del puerto de Alejandría tiene conocimiento de que Gotarces estaba en galera bajo mi responsabilidad. Mañana mismo debes ir a la prefectura de Pyrgo para hacer la denuncia de su fuga, a fin de que lo busquen y lo manden a Alejandría. Procúrate una copia del acta, que necesitaré para salvar mi responsabilidad… ¿Enterado?

- Enterado, señor…

- Bien. Perdonadme si os traté con dureza, señores. Podéis iros… Ya es la hora de la cena. Tú, Anfisa, te ruego que te quedes.

Anfisa, a pesar de la cena que tenía preparada Benasur, fingió, no sin mucho esfuerzo, estar disgustada. Le complacía, por otra parte, la invitación, ya que mientras estuviera en el cuarto de Benasur, Alejandro se consumiría de celos. Mas se creía con sobrados motivos para estar quejosa del trato del judío. Haciéndose la desentendida, cuando se quedaron solos, dijo desmayadamente:

- ¿ Qué es lo que quieres?

- Quiero decirte a solas que esto que pasa no es lo convenido…

- Pero ¿qué es lo que está pasando?

- Creo observar que coqueteas con Alejandro. Y yo no permito que ninguna mujer que depende de mí enrede o perturbe a mis subordinados. No te confundas, que esto no son celos ni nada que se le parezca. Es una cuestión de disciplina y de eficiencia. Yo quiero un oficial que me sea útil en el Aquilonia y no que esté pendiente de la sonrisa, del vestido o de los mohines de la mujer que me acompaña.

Y la mujer que me acompaña no debe tener cara ni atenciones más que para mí, aunque yo no la mire, aunque a mí no me interese. Te dije en Antioquía que debías ir acostumbrándote a fingir un cierto afecto o si tú quieres un cierto amor hacia mí… Esta obligación tuya no implica una reciprocidad por mi parte. Así se lo hice entender a tu madre.

Y así se hizo el trato. Yo he pagado el salario, Anfisa, y tú no cumples con lo acordado. Si te crees incapaz de normar una conducta a base de lo tratado dilo de una vez y asunto concluido. Pero a mí no me gusta repetir las cosas ni recordar a mis colaboradores sus obligaciones.

Anfisa se sentó en el triclinio y cogió una cuchara con la que empezó a jugar. Después, con la vista fija en el piso, dijo:

- Quizá todas estas confusiones se deban a mi falta de experiencia. Nunca he estado subordinada a otra persona que no fuera mi madre. Y tú debes reconocer, Benasur, que el empleo que me has dado es algo extraño…

- Quizá sea extraño, pero nada pesado. Me parece bastante honroso y muy remunerador para una mujer…

Anfisa se aventuró a decir:

- ¿ Y si yo tuviera comprometido mi corazón contigo…?

- ¡No digas simplezas, Anfisa! Yo conozco cuándo las mujeres están interesadas por uno…

- ¡ Tú lo conoces todo…!

- No, no lo conozco todo. Pero hablo de lo que conozco.

- ¿ No te parece mejor que dejemos esta discusión? ¿Por qué no me ofreces una copa de vino?

- Porque aún no lo han servido… Además conviene que te vayas, pues ya deben haber empezado a servir las cenas en el comedor.

Benasur no lo dijo con la menor intención, pero Anfisa se quedó fría. Reflexionó y se puso en pie.

- Tienes razón, ya es tarde. -Se fue hacia la puerta, sin atreverse a volver a mirar a la mesa, preguntándose para quién estaba destinado aquel triclinio-: ¿Me acompañarás mañana al pentathlón?

Benasur invirtió los términos al contestarle:

- No sé si necesitaré que me acompañes mañana.

Anfisa se mordió los labios y abrió bruscamente la puerta en el preciso momento que llegaba Clío.

Clío estaba muy bonita, tan bonita y graciosa como una lirista sáfica.