DISPERSIÓN DE LOS ADEPTOS

- Visitas mucho la casa de Bernabé -le dijo Benasur.

- Sí. Tiene para mí muchos atractivos… -le repuso Mileto ambiguamente. Luego miró a Benasur con mucha más intención que la puesta en sus palabras.

Estaban en un saloncito cercano a sus habitaciones en el dédalo de piezas del primer piso de la casa del viejo Alan. Permanecieron un largo rato en silencio. Después, Benasur se aproximó a uno de los estrechos ventanucos que daban a la calle y desde el que se veía la cima del Silpius.

- Tenemos muchas cosas que hacer. Y nos falta tiempo para atender a todas.

- Antes no tenías ese problema -dijo Mileto-. Antes sabías bien, de un modo instintivo, cuál era el orden de las atenciones…

- ¿Qué quieres decir?

- Quiero decir, Benasur, que ninguna de esas cosas que tienes que hacer despierta tu ilusión.

El navarca quiso cambiar el tema que iniciaba, insinuante, su escriba.

- ¿Qué sujeto es Bernabé?

Mileto se encogió de hombros. Y seguidamente:

- Un chipriota… Como todos los adeptos del Nazareno, una magnífica persona… Todo lo que conoce de Jesús es de oídas. Él no ha sido testigo de su proceso y muerte como nosotros. Él no ha sido testigo de la Resurrección como tú. Y sin embargo, él cree y ha ajustado su vida a su fe. Ha liquidado sus bienes en la isla y ha aportado el dinero a la comunidad… Le gusta que le hable de Saulo. Cree que la conversión de Saulo es una de las manifestaciones más potentes de Jesús. Y más significativas. El otro día me dijo: «La gente se queda boquiabierta con los milagros que hacen los apóstoles. Es más importante curar un alma que dar vida a un órgano muerto…»

- Y si yo te dijera que sospecho que lo que Jesús hizo en mí fue matarme el alma… -dijo con melancolía, con un dejo de impotencia.

- Eso es un absurdo tuyo -opuso Mileto-. Lo que me parece es que tú persistes en mantener vivas tus potencias para unas funciones que han quedado caducas. No has hecho ningún esfuerzo por acercar tu alma a Jesús… Me atrevería a decir que casi lo niegas.

- ¿Debo confeccionarme el vestido de luz que sugiere Saulo? - preguntó no sin ironía el navarca.

- ¿Por qué no?

- ¿Y tú?.

- Yo no tengo vocación. Mi caso es distinto. Yo no me siento vacío como tú. Pero puedo afirmarte una cosa: que yo, sin tus experiencias personales, sin tus pruebas, siento mayor simpatía por los adeptos, por los crísticos que tú.

- ¡Los crísticos! Curioso… Es la primera vez que oigo esa palabra… ¿Tú la has inventado?

- De algún modo hay que llamarlos para diferenciarlos de los fariseos y saduceos, de los esenios y de los helenistas. Ellos son distintos. Son crísticos, adictos fervorosos, hasta el sacrificio y la muerte, a la fe en el Cristo.

- Tú tienes una simpatía por ellos… exclusivamente intelectual.

- ¡No, Benasur! Mi simpatía es ética. No he encontrado tanto hombre rigurosamente moral como estos adeptos. Podrán ser inteligentes o tontos, diligentes o perezosos, simpáticos o feos, pero todos son morales, de una moralidad que implica la práctica de un sinnúmero de virtudes. Esto conmueve y admira de ellos. Son éticos. Y el mundo sólo puede salvarse por la ética. Y no hay razón más sólida que la razón moral, Benasur… Y óyeme bien, esas comunidades prosperarán, se acrecentarán. La semilla es tan sana y potente que fructificará en todo el mundo. En escasos seis años mira hasta dónde ha llegado: a Damasco, a Antioquía, a Chipre… La sangre que derramó Jesús en la cruz parece ser riego fecundo para todas las tierras a las que llegó una gota…

- No te comprendo. Bien absorbida quedó la sangre del Nazareno por la tierra del Gólgota…

- No, Benasur… Acuérdate de aquel día. Toda Jerusalén estaba llena de judíos de la diáspora. Todos estuvieron ante el pretorio o en la calle de la Amargura. Y la mayoría no se perdió el espectáculo de la crucifixión… Sobre todos ellos cayó una gota de sangre, gota que se llevaron en su conciencia a sus países de origen. Y esa gota se ha mantenido fresca, como recién derramada. Esa gota ha conturbado almas y ha removido sentimientos. No olvides el caso de Celso Salomón. Como él, muchísimos más… Y cuando esos hombres como Cefas, Yago, Juan, Saulo y el mismo Bernabé salgan a sembrar la palabra de Jesús, ten seguro que la cosecha será sorprendente… Esa semilla cuando prende en corazones jóvenes, como en el caso de David Alan, obra prodigios. Bien cerca tenemos la prueba.

- ¿Qué sabes tú de ese mozo?

- Sé que está dispuesto a renunciar a todas las riquezas del viejo. -Pruébamelo dentro de unos años. Es muy joven y todavía no se da cuenta del poder del dinero…

- Benasur, tú a su edad y quizá antes, ya sabías lo que valía el dinero. Ese muchacho tiene la voluntad puesta en otras fuerzas…

Benasur se encogió de hombros. No entendía bien el asunto. No. Por lo menos no sabía qué papel podía jugar él en un mundo regido por la moral, movido por la virtud. Ignoraba la capitalización, el mecanismo del espíritu. Hasta entonces habían gobernado los mandatos de Yavé. El hombre para vivir en paz con su conciencia no tenía más que cumplirlos estrechamente. Mas ahora, esos cristicos como los llamaba Mileto, parecían autodictarse la conducta, los mandatos. Como si quisieran enmendarle la página al Señor. ¿Acaso Jesús, el Nazareno, había predicado aquellas cosas que ahora comenzaban a practicar sus adeptos? No lo sabía. Nunca se había detenido a averiguarlo. En la semana víspera de Pascua él había andado muy diligente para reunir el capital que necesitaba. También para perder a Jesús. Y después ¿qué? Sí, la Resurrección. Recordaba la presencia de Jesús resucitado, con todas las heridas sangrantes. Recordaba el sosiego que había traído a su espíritu. Recordaba también al viejo Samuel y a Zintia. Y a Raquel y a Jacob y tantas personas más vencidas por la nueva doctrina. Había algo de misteriosa potencia, de sobrenatural designio en todo aquello. Porque todos los seres que le eran familiares lo ceñían ahora en un círculo de fervorosa adhesión al Nazareno: Raquel, Zintia, Samuel, Miqueas, Jacob, Cireno, Amur… Todos. Y aun los distantes: Celso Salomón. Y aquí mismo, en Antioquía, la fe había atravesado la vieja piedra corrompida de Alan Kashemir para llegar a clavarse en el juvenil corazón de su bisnieto…

¿Qué era aquello? ¿Qué estaba sucediendo? ¿No habían salido Mileto y él de Jerusalén en persecución de Saulo? ¿No era Saulo un malvado? ¿No llevaban listas las armas para clavárselas siete veces en sus ríñones?

- ¿Qué saben de Saulo los que llegan de Damasco? -preguntó al escriba.

- Confirman la versión de que había salido al desierto días antes del ataque.

- ¿Con qué rumbo?

- ¡Bah! Supongo que el desierto ya es una meta. ¿No crees? -Y tras una pausa en la que permaneció indeciso, se decidió a declararse-: Mira, Benasur, no quería decírtelo; pero creo que debes saberlo. Tus paisanos, los adeptos que han llegado a casa de Bernabé, dicen que el etnarca Hazman y el general Essim, de Aretas, atacaron Damasco con un armamento tan moderno y eficaz que hizo imposible la resistencia. Comprenderás que en estos momentos todos los agentes del Proconsulado están investigando cuándo y cómo los partos han fabricado esas armas… La entrada del rey Aretas en medio de un escuadrón de carros fue espectacular. Por tanto, Roma no sale de su perplejidad al enterarse de lo potente que es el ejército parto… Y Partía lo único que ha puesto han sido las municiones…

El perplejo era Benasur. Mileto prosiguió:

- No te extrañes. Se dice que no hay mejor diplomacia que la apoyada con las armas. Los Zisnafes, los Garsuces han seguido tu criterio y parte del armamento que les cediste lo desembarcaron en costas de Mara y lo han llevado a través del desierto hasta el campamento de Aretas.

Benasur no sabía si indignarse o aceptar la situación tal como se presentaba. Tampoco estaba seguro de si él tenía derecho o razón a oponerse al uso que los partos hacían del material de guerra que les había cedido. Pero como quiera que fuese, la captura de Damasco significaba en los aspectos diplomático y táctico un triunfo militar que robustecería la precaria situación en que se encontraba Partia. El hecho de que Aretas, apoyado por Artabán, estuviera en Damasco, prolongaba psicológicamente la frontera parta hasta Siria, estableciendo un límite común a los dos imperios. Roma había rehusado una tal vecindad para evitar roces y disputas, choques con Partia que pudieran llevarle a una guerra. Y aunque Partia estaba en condiciones que aconsejaban sostener con mayor razón igual actitud, la toma de Damasco por parte de Aretas, aliado a la diplomacia de Garsuces, era un golpe certero que pasaba la iniciativa bélica a los partos, quienes, por otra parte, en tierras de Armenia continuaban reculando ante la presión de las fuerzas rebeldes alentadas por Roma.

- ¿Qué piensas de todo ello, Benasur?

- Pienso que Garsuces es habilísimo. Y que la guerra va a durar lo suficiente para que Artabán pueda reorganizar su ejército y recuperar Armenia. Pienso, por tanto, que se impone una espera, a fin de que mi gestión cerca de Farasmanes sea más oportuna, cuando se encuentre más descorazonado. En el momento que Artabán tome la iniciativa del ataque, es la ocasión para intervenir cerca de él y operar.

Mileto no le acreditaba a Benasur dotes de estratega. Pero desconocía detalles de cómo se desarrollaba la guerra en Armenia para hacerle objeciones válidas. De cualquier modo, esa preferencia por la espera era una resolución consecuente con el ánimo de Benasur, que desde hacía algún tiempo prefería la lentitud cuando no la inhibición.

- Lo que no debes perder de vista es tu situación particular con Roma. En Alejandría me hablaste de retirar a Benasur de la circulación, a fin de poner vida y hacienda a salvo. Aun en el caso de que ganen la guerra los partos, tú no quedarás mejor parado con Roma. Si haces, como espero, negocio con los partos, tanto mejor. Pero no olvides arriar velas en el Mar Interior.

Un criado vino a decirles que el señor estaba ya en el comedor. También esperaba el joven David. Mientras Benasur y el anciano hablaban, Mileto tuvo ocasión de preguntarle al joven si tenía alguna nueva noticia que darle.

- Ha venido de Sidón el principal de Damasco, Ananías. Quiere conocer la situación de los adeptos refugiados.

Después del almuerzo, Benasur y Alan Kashemir se retiraron a dormir. Mileto y David fueron a casa de Bernabé. El problema en Antioquía, Tiro y Sidón no eran los fugitivos de Damasco, sino los de Jerusalén, cuya corriente se hacía continua. Mileto habló largamente con Bernabé y Ananías y allí mismo, en el acto, escribió a Celso Salomón, de Roma, explicándole la situación y pidiéndole un trirreme para que en dos o tres viajes condujera a costas héticas a los nazarenos perseguidos y huidos de Jerusalén. No pensó en pedirle las naves a Benasur porque sospechaba que se las negaría. Si Celso Salomón accedía, que estaba seguro de que sí, Mileto mandaría carta a Darío David pidiéndole que colocase a los refugiados en los distintos negocios de Benasur, de acuerdo con la disposición o capacidad de cada expatriado.

Cuando se despidió de los principales de la comunidad, Ananías le preguntó curioso:

- Dime, Mileto. ¿por qué haces esto no siendo de los nuestros?

- No soy de los vuestros pero os tengo simpatía… Quizá por un sentimiento de solidaridad…

- No… -opuso Bernabé-, Eso es algo más que solidaridad.

Mileto negó con la cabeza.

- No me agradezcáis nada. Yo no hago más que anticiparme a los deseos de David Alan. Él habría hecho más que yo si estuviera en posesión de las participaciones que su bisabuelo tiene en la Compañía Naviera. ¿No es cierto, David?

Tenía razón Benasur. David no sabía todavía lo que se puede hacer con el dinero. Pero desde esa tarde el muchacho distinguió a Mileto con un especial afecto.