LA HUELGA TAMBIÉN ES UN ARMA
El rumor de la huelga por parte de los trabajadores de la industria textil se extendió por Damasco, pero sin que nadie supiera precisar a qué rama de la industria afectaría el paro. Y si bien el rumor se hacía cada día más persistente también era cierto que se prolongaba la espera y con ella la ansiedad, aunque en la industria no se descubriera ningún signo de malestar, inquietud o antagonismo. Por su parte, las autoridades se mostraban indiferentes al rumor.
Benasur quiso salir de dudas y se fue a ver al embajador Garsuces, a quien suponía bien enterado. Garsuces lo recibió en el baño. También los partos se romanizaban, pues el embajador no exhibía ninguna vellosidad en su cuerpo blanco, mondo y atlético, cuidadosamente depilado. Le chocó verle sin el bigote postizo, aunque lo encontró natural, ya que se le hubiera despegado en el agua.
Después de saludarse, Garsuces preguntó casi con indiferencia:
- ¿Qué buena noticia me traes?
- Ninguna. Supongo que tú tendrás algo que comunicarme, aunque no sea bueno. ¿Qué sabes de esos rumores de huelga?
- ¿Traficas en textiles?
- No.
- No te inquietes entonces. La huelga es un movimiento estratégico que yo he provocado…
Desde la alberca, el embajador sonreía a la vez que entornaba los ojos.
- Me parece que a los partos se os va toda la fuerza por la estrategia hablada… -repuso Benasur.
- ¡Ah, la diplomacia, mi caro Benemir! Si no fuera por la diplomacia Roma ya nos hubiera engullido. Los romanos son demasiado ingenuos e infantiles para tener una diplomacia. Si Roma con el ejército que tiene tuviera diplomáticos, ya estarían sus fronteras en el Ganges. Te lo digo yo.
- Bien, ¿pero la huelga?
- Imagínate que dentro de diez días estalle la huelga de los textiles… He hablado con los cabecillas de los tejedores. Les he prometido asilo en el barrio nabateo. Por tanto, ninguna autoridad damascena será capaz de sacarlos y obligarlos a reanudar las faenas… Pero las autoridades romanas no obrarán con tanta prudencia como las damascenas. Pensarán que para molestias de asilo ya tienen bastante con el templo de Apolo en Antioquía. Y forzarán, violentarán el barrio. Habrá, como es natural, resistencia. Muertos, heridos…, lo de siempre. Y las fuerzas romanas impondrán, claro está, su autoridad. Y el orden será restablecido… ¿Correcto?
- Sí, correcto… ¿Y qué más?
- ¿Acaso no lo imaginas, Benemir? -preguntó el parto saliendo de la alberca. Llamó a un criado que acudió solícito con toallas.
- Sí, me lo imagino. La población damascena quedará disgustada, resentida con esta intromisión de Roma.
- Exacto. Es muy oportuno -continuó Garsuces- que en vísperas del asalto de la ciudad por las tropas de Aretas IV, la población esté disgustada con Roma. Si no colabora con los nabateos, por lo menos se mantendrá pasiva ante los exhortos de Roma. Es muy importante que Damasco caiga en poder de Aretas, sobre todo si el rey nabateo hace una declaración de amistad a Partía.
- ¿Y cuál es el pretexto para el paro?
- Los miserables, Benemir, siempre tienen un pretexto para soliviantarse. Piden un mejor rancho y la paridad de salarios con la industria alfarera. No lo conseguirán, desde luego, porque el fisco llena la bolsa con las exacciones que hace a los industriales.
- Quiere decirse que el clima de Damasco va a cambiar…
- Quizá súbitamente. Y no en sentido saludable… ¿Mi consejo? Que salgáis tú y tu escriba para Ctesífón lo antes posible…
Garsuces se había acostado en una litera, y un criado esparcía sobre su cuerpo una esencia, frotándole los músculos.
- ¿Tú piensas quedarte aquí? -le preguntó el navarca.
- No soy tan ingenuo, Benemir. En cuanto las tropas de Aretas toquen a las puertas de la ciudad, yo nada tengo que hacer en Damasco. Me iré a Antioquía, simulando que huyo de Aretas. Y en Antioquía me dedicaré a espiar a tu amigo Lucio Vitelio, el procónsul…
- ¿Cómo te has enterado de que soy vigilado?
- Desde hace tiempo, Benemir. Y por distintos conductos, pero principalmente por mis confidentes. Como es natural los agentes de Partia vigilan a los agentes del Pretorio, único modo de neutralizar sus actividades. Y al vigilarlos es fácil enterarse a quién vigilan ellos. Tienes agentes en tu barco. Y los tuviste también en Garama. A Garama llegaron con el séquito del embajador Agaramez de Mauritania…
Benasur estuvo tentado de preguntar al parto si sabía cuál era el motivo de semejante espionaje, pero tuvo pudor de hacerlo. Sin embargo, insinuó:
- Mi amistad con el César…
Garsuces hizo un gesto ambiguo, y mientras el criado le calzaba los zapatos, murmuró:
- El César… -Y ya poniéndose de pie, todavía desnudo anticipó-: ¿Y si yo te dijera que sospecho que el César Tiberio está siendo vigilado como tú por Macrón?
Benasur para ocultar su sorpresa dio la espalda al embajador fingiendo que daba unos pasos. Pero en seguida se volvió para replicar:
- ¿Por qué ha de estar vigilado el César?
Garsuces se encogió de hombros. Después, alzando los brazos para que el criado le pusiera la subúcula, dijo:
- ¿Cuántos años das de vida a Tiberio? Dale los que quieras, pero es lo bastante viejo para que en Roma haya más de tres individuos pensando en sucederle. Por tanto hay tres personas que están ya conspirando contra él. ¿Quién será el afortunado? Lo mismo puede ser un familiar que un legado, que un senador. Lo que tú ni yo nunca sabremos ni tampoco el César Tiberio es a qué poder o a qué persona obedece Macrón… Tú eres lo suficiente inteligente para comprender que mientras viva Tiberio nada tienes que temer, pero que en cuanto él cierre los ojos o se los cierren, tú estás perdido, Benemir… Tienes, por tanto, lo que le resta de vida a Tiberio para arreglar las cosas, de modo de poner a buen recaudo tus bienes… y tu persona… ¿Quieres que te dé mi parecer? Cuando tuve noticia de que habías concertado favorablemente para nosotros el convenio del armamento, pensé que ya sabías que estabas en desgracia y que te apresurabas hábilmente a crearte en Partía otro campo de operaciones… Te advierto que mi señor el rey Artabán te dispensará toda clase de facilidades para que negocies en nuestra patria. Hay minas que necesitan ser explotadas y herrerías que deben ser reorganizadas. Somos un imperio intermedio, que consumimos cómodamente lo que nos manda Occidente y Oriente. Pero debemos empezar a pensar que Partia puede suministrar mercancía a Occidente y a Oriente. Hasta ahora hemos sido tierra de tránsito comercial, vehículo mercatorio. Podemos ser manufactureros y expedidores… Sin una gran industria, tal como la tiene montada Roma, siempre estaremos subordinados a contingencias externas… -Y como acabara de vestirse, Garsuces invitó-: ¿Quieres tomar un jugo de dátil o prefieres ajenjo macerado? -Después se pegó cuidadosamente el bigote postizo, con la ayuda del espéculo que le sostenía el criado.
Benasur pensó que posiblemente la mayoría de las cosas que decía Garsuces carecían de fundamento, pero en su charla aportaba tal cantidad de ideas y sugestiones, cuando no originales agudas, cuando no lógicas seductoras, que de su ingenio podía extraerse un buen número de consideraciones. Éstas, sometidas a una serena reflexión, tamizadas y sopesadas, quedaban utilizables. En muchos aspectos Garsuces coincidía con el Benasur de hacía años, cuando andaba con la idea de hacer la guerra a Roma. Su inferioridad material ante el adversario les inducía a imaginar extrañas estratagemas, recursos que podían resultar a veces paradójicos, pero que, aplicados con audacia, rinden provechosos resultados.
No dejaba de regocijarse con las intimidades del embajador parto, que tan al desnudo ponía la situación real de su país; contra las timideces y escrúpulos de Roma que veía en Partía, desde la derrota de Carras, un temible enemigo. Y Benasur pensaba que, indudablemente, si Partía organizaba una industria, si se lanzaba a imitar el sentida práctico de Roma, terminaría por convertirse en un adversario peligroso.
Si hace años Benasur hubiera tenido esta oportunidad que ahora le ofrecía Partía, él se hubiera metido en la aventura sin ninguna reserva. Pero ahora…
Ahora las cosas habían cambiado. Sin que nunca se lo dijera sinceramente, tenía la aprensión de que las cosas, hasta su misma persona, habían sufrido mudanza desde la pascua de la Crucifixión, desde la Resurrección del Nazareno. Como si el contacto con Jesús le hubiera cortado las alas, la misma ambición. Había cambiado tanto que ahora se dejaba vigilar, casi perseguir por unos individuos anónimos que obedecían a la Cauta. Hace años esto hubiera herido su soberbia y consecuente con su temperamento, la menor sospecha le habría inducido a presentarse en Roma para deshacer con una de aquellas maniobras suyas, toda la inculpación, toda la conjura tramada contra él.
No, no era el mismo. Ahora la mayoría de las veces dejaba ir su pensamiento a Barcino, donde una mujer que no lo amaba, que, por el contrario, le guardaba un rencor y un odio inextinguibles, vivía al lado de un niño que gustaba jugar con barcos. En realidad, convirtiéndose en el financiero más potente del Imperio, había cegado para siempre la fuente de los estímulos. Ni aun lo de Partia, con ser un negocio quizá más importante que el de Roma, movía su interés, ya que daba por obtenido el provecho que de esa empresa esperaba.
Todo comenzaba a deshacérsele en las manos. A Midas, lo que tocaba se le convertía en oro. A él, hecho de oro, lo que tocaba se le transformaba en decepción. Era ya, por anticipado, un desilusionado de todo. Ni Zintia ni el reino de Garama servían a sensibilizarle la fuente de los estímulos. Podía afirmar que había aceptado lo de Partia como un pretexto para abandonar Garama. Y Cosia Poma y su hijo y sus negaciones tampoco suscitaban en él la ilusión de la aventura.
- ¿Por qué tan callado, Benemir? -le preguntó el embajador al mismo tiempo que le ofrecía una copa de jugo de dátil.
Benasur alzó la cabeza. Al pasar al salón había puesto su vista en el dibujo del mosaico, y abstraído en sus pensamientos apenas se había dado cuenta de la entrada de aquella mujer. Una mujer que lo miraba con una expresión en el rostro que, de ecuánime y equilibrada, le provocó un inexplicable estremecimiento.
- ¿Tu esposa?
- No. Es Arsamiza, mi hermana.
- ¿También diplomática? -dijo con un dejo de ironía Benasur.
- También. Ella conoce tu vida mejor que yo. Por tanto, te admira mucho más que yo.
Benasur volvió a mirarla, pero en seguida desvió la vista. Arsamiza no había cambiado de expresión, pero ahora, Benasur, tras las palabras dichas por Garsuces, creyó observar que aquella mirada que le había provocado en principio un escalofrío se le antojaba más cálida. Arsamiza no era hermosa, era algo más que hermosa. Ese «algo» participaba de una cualidad indescifrable, inefable. Era muy alta, tan alta como él. Se atrevió a decir:
- ¿Por qué me admiras, Arsamiza? Nada de particular tiene mi vida ni mi persona…
- Tu vida tiene mucho de particular, Benasur (Ella le dijo Benasur), pero ahora que te veo puedo hablar de tu persona: de tus ojos que tienen muy metida en ellos la noche; de tu boca con todo el cansancio del día… ¿Qué te fatiga, Benasur?
- La vida… Quizá la vida.
- Sí, y ¿además de la vida?…
- Otra vez la vida.
Benasur sonrió por ver si el rostro de la joven cambiaba de expresión.
- La vida, la vida y la vida -dijo la mujer-. Tres veces la vida. ¿Sabes la canción del caminante?
Llevo detrás de mí la sombra, la sombra de mi vida, que desde la infancia no me abandona ¡Ay cómo pesa y duele la sombra, pegada desde siempre a mis pies cual cadena!
Benasur se sintió cautivado por la voz de Arsamiza. - ¿Dónde aprendiste el arameo? -En Sidón. - ¿Ahora?
- No. Estudié en Sidón tres años con las sacerdotisas de Astarté. - ¿Fuiste acolita?
- No. Pupila nada más. Luego estuve en Lesbos; después en Alejandría.
- ¿Aprendiste algo en Lesbos? -Todo lo que allí enseñan. Garsuces rió. Arsamiza protestó:
- No hagas caso a mi hermano, que tiene la malicia siempre en la cabeza. ¿Por qué no te sientas, Benasur?
- Me queda poco tiempo. Tomaré el jugo y me iré. Se sentaron los tres, al modo parto, sobre almohadones y alrededor de una mesita de marfil.
- ¿Sabes que pronuncias muy bien el arameo? -Lo sé. Y te hablo en tu lengua porque quiero halagar tus oídos. -Gracias, Arsamiza…
Quedaron en silencio. Garsuces con un gesto de aburrido; Benasur intrigado, mirando con curiosidad a la joven a ver cuándo cambiaba de expresión. Al fin, el embajador dijo:
- Benemir, ¿quieres contarle a mi hermana, la dulce Arsamiza, lo que hiciste con su alteza Gotarces?
- Lo aprisioné con grillos al banco de los remeros. Arsamiza soltó de súbito la risa. Fueron cinco o seis carcajadas metálicas, con timbre de plata. En seguida enmudeció. En sus ojos, bailando entre las pestañas, dos lágrimas.
- ¡Pobre príncipe Gotarces! -se condolió.
Ahora sí mostraba una expresión afligida. El judío, mecánicamente, sacó un pañuelo de la bolsa y se lo dio a la joven. -Enjúgate las lágrimas, Arsamiza. -Gracias -rehusó el pañuelo-, las secará el sol. Benasur miró a Garsuces. Éste bajó la vista.
- ¿Cuándo te pones en camino de Ctesifón? -preguntó la joven. -Cualquier día -repuso evasivo.
- ¡Qué lástima! Si fuera mañana, yo te acompañaría.
Garsuces hizo una seña de inteligencia a Benasur y se apresuró a decir:
- Benemir tiene todavía varios asuntos pendientes en Damasco.
- Lo siento -dijo la parta-. Compartiríamos la misma tienda. Y mi almohadón sería el tuyo. Y en la noche, mirando a las estrellas, yo te cantaría canciones en arameo. ¿Sabes la de la Fuente olvidada?
- La sé, Arsamiza…
- Es una hermosa canción para esponsales.
- Sí.
Benasur sintió que se le acabaron las palabras. Se puso en pie. Se despidió de Arsamiza. El embajador lo acompañó hasta la pieza inmediata.
- Te diste cuenta, ¿verdad?
- Sí, Garsuces.
Al día siguiente Benasur quiso prevenir a Gam Kashemir:
- Algo raro está sucediendo en Damasco, Gam. Tengo la sensación de que alguien va a dar un zarpazo sobre la ciudad…
- No ocurre nada, Benasur… Lo que pasa es que ese Saulo del demonio está soliviantando a la gente…
- ¿Tú crees que la solivianta?
- ¡Por los senos de Astarté! ¿Te parece poca cosa pretender darles a los judíos otro Dios, a vosotros que os gloriabais de tener solo uno?
- No es otro Dios, es el mismo. Jesús es hijo de Yavé. Pero son la misma persona…
- Eso es un acertijo, Benasur. ¿Cómo quieres que la ciudad esté despreocupada cuando hay un individuo que la somete a semejantes torturas mentales? Admito que Jesús sea hijo de Yavé, muy bien. Esto es natural. ¿Qué necesidad hay de que el Hijo y el Padre sean la misma Persona?
- Tengo entendido, Gam, que son tres personas.
- ¿Tres personas? ¿Dónde está la otra? Porque Saulo, que yo sepa, no ha hablado del nieto.
- No. No se trata del nieto.
- Ya, ya… ¡Si seré negado! Si hay un hijo tiene que haber una madre.
- No es la madre, Gam…
Gam se quedó mirando a Benasur como a un demente.
- Una de dos. O es la madre o es el abuelo. Porque ¿quién parió al hijo?
Benasur dio unos pasos por la sala con gesto de apesadumbrado.
- Parece mentira, Gam, en la ignorancia religiosa en que has caído. Probablemente tú no has vuelto ya a entrar a una sinagoga…
- No. A veces, pocas, voy al templo de Astarté. No creo. Respeto las ideas de mi padre. ¿Sabes? Me divierten más los dioses griegos… Si te las amañas para eludir sus castigos, vives feliz a la sombra de sus complacencias. Afrodita, Dionisos, Eros… No son malos sujetos. Pero, dime ¿quién es la tercera persona?
- La Tercera Persona es el Espíritu.
¡Ya! Ya lo había oído. Ahora comprendo por qué los adeptos le dan tanta importancia… Pero si es espíritu mal puede ser una persona.
- Tú, que fornicas con los ídolos, no puedes comprender que una persona no tiene que ser necesariamente un sujeto físico…
- Con estas explicaciones -interrumpió Gam- tengo los conocimientos suficientes para ir el sábado a escuchar a Saulo… Hablará en el foro. Y según todos los rumores será sensacional…
- ¿Que va a hablar en el foro?
- Los adeptos de Jesús son osados, valientes… ¡Quién sabe! Porque quizá Saulo haya pensado que cuanto más se aleje de la Sinagoga más se distancia de una buena paliza… ¿Cuáles son tus ideas al respecto, Benasur? ¿Crees lícita la traición?
- En el caso de Saulo no hay traición. Ha dejado lo más por lo menos…
- Tú lo dices, por lo menos. ¿Qué se encierra en todo esto?
- Un misterio que tú nunca entenderás, Gam. Porque yo, que estoy en antecedentes de todo… yo, te lo digo sinceramente, estoy confuso, perplejo.
Gam Kashemir rió.
- ¡Tiene gracia! Sería divertido que tú, Benasur de Judea, que llegaste a Damasco con la furiosa intención de cortarle el pescuezo a Saulo, ahora te sintieras conmovido con sus prédicas…
- ¿Por qué hablas de lo que no sabes, Gam? Mejor, preocúpate de lo que viene. Te repito que hay una amenaza sobre Damasco, y un hombre medianamente previsor estaría poniendo a buen recaudo sus bienes… su tesoro y su harem. Porque ya sabrás la afición que tienen los nabateos a las mujeres de harem… ¿O qué crees, que se van a ir a acostar con la primera zarrapastrosa que encuentren para no tocar tu harem?
Gam Kashemir dejó de reír. No tenían ninguna gracia los acertijos de Benasur.
- ¿Por qué dices eso? ¿Acaso sabes algo?
- Quizá.
- ¿Qué cosa sabes?
- En concreto nada. Hay gente importante en Damasco que ha sentido como yo esa sensación de amenaza…
- ¿En la embajada parta?
- Es posible que en la embajada parta sientan la misma cosa… Yo lo único que te digo es que uno de estos días salimos para Antioquía.
- ¿Y por qué no mañana?
- Porque mañana todavía no ocurrirá nada.
- ¡Qué escrúpulo por decir que te quedas a oír a Saulo!
- ¿Escrúpulo? Ninguno. Soy hombre dueño de sus actos…
- No, Benasur. Aunque tú quisieras quedarte en Damasco te obligaría a salir de la ciudad ese miedo que te produce…
- La matanza, Gam. Se hará una matanza. ¿Cómo te llevas con los nabateos?
- Mal. Les asisto en sus necesidades… que es la forma de hacerse enemigos. ¡Mal, mal! Pero te aseguro que si tú te vas… yo abandono la ciudad también. ¿Por qué no me dices lo que sabes?
- Roma quiere limpiar a Damasco de la población nabatea. Sería una buena acción, si Roma supiera hacer las cesas con sigilo. Este plan de Roma ya lo conocen los nabateos. Hay que ser muy lerdo para no sacar la conclusión de lo que aquí va a pasar…
- Los nabateos van a asaltar la ciudad.
- Exactamente. ¿Qué les detiene? Sólo la espera a las hordas nómadas del desierto, que se dirigen a Damasco de todos los rumbos… Cuando estén todas juntas…