Nota del autor
Una lengua no deja de ser la consecuencia de una evolución que depende de las personas que la emplean, y por ello es casi imposible decir dónde y cómo nace. Otra cosa son los documentos en los que por primera vez aparecen escritos, titubeantes, sus primeros balbuceos. Ya sabemos que los primeros legajos con palabras de una lengua romance que acabará convertida en el castellano proceden de los Cartularios del monasterio de Valpuesta, un enclave olvidado entre Burgos y Álava.
Medievalistas y paleógrafos han logrado descifrar los secretos de estos documentos medievales y han llegado a la conclusión de que en los Cartularios de Valpuesta participaron más de treinta escribientes.
Freile Gumessandus bien pudo ser uno de ellos. Un escribano especial que impulsó la creación de un documento aún no hallado; un documento tan excepcional como el resto de los que componen los Cartularios, pero cuyo contenido nos explicaría cómo pueblos de distintas lenguas y estirpes convergieron para hacerse más grandes.
Lejos de histriónicas y erróneas consideraciones de provincianismos poco cultivados, el idioma castellano pertenece por nacimiento a las personas que lo hablaron desde sus inicios; y esto incluye, sin lugar a duda, a los pueblos eusquéricos. De la misma forma, el eusquera es parte primigenia del alma cultural de los primeros pobladores de Castilla.
Y algún día aparecerá ese manuscrito…