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REUNIONES

Si es nuevo en el mundo de los negocios, quizá haya pensado erróneamente que las reuniones son aburridas, un infierno sádico, pobladas por mastuerzos de nivel galáctico. Yo tuve esa misma percepción errónea cuando me inicié el mundo laboral. Ahora comprendo que las reuniones constituyen una especie de arte escénico en el que cada actor asume uno de los siguientes y desafiantes papeles:

• Maestro de lo evidente.

• Sádico bienintencionado.

• Mártir quejumbroso.

• Divagador.

• Dormilón.

Una vez que comprenda la verdadera naturaleza de las reuniones, puede empezar a afilar su habilidad escénica y crear su propio personaje. En este capítulo describiré algunos de los papeles clásicos, pero usted mismo puede combinar los personajes e inventarse sus propias interpretaciones.

MAESTRO DE LO EVIDENTE

El maestro de lo evidente está convencido de que mientras estudiaba las obras de Platón, Sir Isaac Newton y Peter Drucker, el resto del planeta se dedicaba a ver «Los Angeles de Charlie» y a comer galletas. El «maestro» siente la responsabilidad de compartir la sabiduría que posee en cada oportunidad que se le presenta. Sabe que todo concepto, por muy mundano que a él le parezca, será una revelación cósmica para los cerebros de chorlito que le rodean.

Entre las frases favoritas del maestro de lo evidente (expresadas con una gran convicción), se incluyen:

• «¡Se necesitan clientes para obtener ingresos!»

• «Beneficio es la diferencia entre ingresos y gastos».

• «La formación es esencial».

• «En la industria hay competencia».

• «Es importante conservar a los buenos empleados».

• «Queremos una solución en la que todos ganemos algo».

El secreto para ser un maestro convincente de lo evidente es combinar condescendencia con sinceridad. El público tiene que creer que usted se pregunta verdaderamente cómo pueden arreglárselas los demás para vestirse y acudir a trabajar al primer intento. Y tiene que parecer como si eso le preocupara realmente.

Puede practicar la representación de este papel mientras se encuentra a solas. Lo único que necesita es una lámpara de mesa común. Se inclina hacia la lámpara y le explica repetidas veces por qué «la electricidad es esencial» para el proceso de iluminación. Continúe reafirmando ese mismo pensamiento de diferentes formas. Procure desarrollar un ligero balbuceo o al menos la molesta costumbre de detenerse, como si tratara de encontrar la palabra adecuada. Siga practicando hasta que consiga que la bombilla se encienda simplemente hablándole.

El principio de Dilbert
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