CLEMMA

Había otra carta, de Cyprian Pasquinel, que derrochaba franqueza brutal, la carta de un pariente que no lograba comprender qué había sucedido bajo el techo de su hospitalidad: De todos los jóvenes que la cortejaban en nuestra casa, Clemma fue a elegir, con instinto infalible, al oficial de carácter más débil que el ejército de los Estados Unidos haya estacionado jamás en este distrito. Si permanece con ella un mes después de que la criatura haya nacido, seré el hombre más asombrado de Missouri.

Cuando le mostraron a Jim aquella acerba opinión, el muchacho se mantuvo silencioso en la cocina de los Zendt, limitándose a tamborilear con los dedos encima de la mesa. Trató de hablar en dos ocasiones, pero afloraban lágrimas a sus ojos y parecía temer que le fallase la voz. Por último, echó la silla hacia atrás y dijo al mayor de los Zendt algo que nunca olvidaría:

— Clemma me necesitará. He de dar con ella.

Retiró del banco todo el dinero que tenía allí y, avanzada la tarde, regresó al rancho, donde ensilló su montura y se pasó la noche cabalgando, a fin de llegar a Cheyenne a tiempo para tomar el tren de Saint Louis. Una vez allí, fue en busca de Cyprian Pasquinel.

— Aléjate de esa chica, joven -aconsejó el congresista.

— Eso lo dice usted porque es india -contraatacó Jim, deseoso de agarrarse a un clavo ardiendo.

Pasquinel se echó a reír en su cara.

— Eso es indigno y lo sabes. Su madre es miembro de nuestra familia. Y, por lo tanto, Clemma también lo es. La escueta verdad consiste en que la muchacha todo indica sin lugar a dudas que ha heredado toda la debilidad de sus tíos. Y ya sabes lo que les ocurrió.

— ¡Lo que dice es cruel! -protestó Jim, pero e! congresista se mantuvo firme en su opinión.

— Olvida a esa salvaje zagala india -recomendó.

Fue inútil. Jim estuvo más de una semana buscando a Clemma por todo Saint Louis. Recorrió la ciudad de parte a parte, con la esperanza de encontrar alguna pista que le condujese a la muchacha… el muelle, los hoteles, las calles de mala nota. Pero no dio con Clemma.

Transcurrió el invierno de 1875 y, en la Granja de Zendt, nadie tenía la más remota idea acerca del posible paradero de Clemma, de si el bebé nació bien y de si fue niño o niña. Los Zendt escribieron varias cartas a diversas amistades que tenían en Chicago y Nueva York, y Cyprian Pasquinel solicitó información en el Departamento de Guerra, en Washington. Todo lo que pudo averiguar fue que el teniente Ferguson había sido apartado del servicio por malversar fondos gubernamentales. Se le licenció en Nueva Orleáns y, desde entonces, se carecía de noticias suyas.

Y entonces, durante la primavera de aquel año, un oficial del ejército recibió la orden de trasladarse a Denver para revisar los fuertes occidentales y, cierta tarde, se detuvo en la tienda de Zendt y dijo a Lucinda:

— Conocí a su hija en Saint Louis. Tuvo suerte al desembarazarse del tal Ferguson.

— ¿Qué fue de él? -inquirió Lucinda sosegadamente.

— Creo que vive en Bastan con una moza francesa.

— ¿Y Clemma?

— No… no me irá a decir usted que no sabe nada de Clemma.

— Pues, no, no sé dónde está.

— Lo siento. ¿No se enteraron de que el niño murió?

— No.

Todo el estoicismo indio se manifestó por sí mismo en el breve monosílabo. Lucinda no albergaba ningún sentido de vergüenza, ninguna reticencia. En efecto, su hija había desaparecido y ella agradecería muchísimo cualquier información que le proporcionaran.

— Ignoro por completo dónde puede estar -dijo el oficial, y Lucinda inclinó la cabeza.

Cuando Jim se enteró de aquellas noticias, se alteró extraordinariamente y anunció su intención de intentar de nuevo dar con la muchacha, pero Levi le previno:

— James, nunca olvidaré que lo abandonaste todo para marchar en busca de Clemma, pero ya hiciste bastante. Hiciste cuanto podía esperarse de ti, y con creces, y ahora debes apartarla de tu mente.

— ¿Puede apartarla usted de la suya?

— No, pero yo soy su padre.

— Y yo voy a ser su marido -replicó Jim.

En vez de olvidarla, como debería haber hecho, se obsesionó aún más con la idea de que estaba destinado a encontrarla, a cuidar de ella. Siempre que iba a la ciudad, preguntaba a los Zendt si sabían algo, y llegó a convencerse de que, tarde o temprano, Clemma le escribiría y esperaría en algún lugar a que él acudiese a rescatarla.

Jim demostró claramente que no tenía el menor interés en conocer chicas y que tampoco deseaba gran cosa llevar cualquier otra clase de vida social. Volcaba todas sus energías sobre el rancho y su competencia profesional aumentó tanto que no le faltaron sugestivas ofertas de varias sociedades inglesas que explotaban grandes empresas ganaderas en el norte, pero el muchacho prefirió quedarse con Seccombe y Skimmerhorn, dos hombres en los que confiaba.

Intensificó su estudio de la naturaleza y analizó las costumbres de las aves y de la fauna inferior, pero lo que le encantaba de verdad era la supervisión de los herefords del "Uve Coronada". Llegó a conocérsele en todo el ramo con el término de "Jim Lloyd, el hombre hereford", un apodo que le producía moderado orgullo.

En 1876, todo lo relacionado con la Granja de Zendt alcanzó un punto culminante. Para empezar, el Congreso accedió por fin a aceptar a Colorado como trigesimoctavo estado de la Unión, y se decidió que el ingreso tuviese efecto el 1 de agosto, poco después del centenario de la nación.

La categoría de estado se hubiera podido lograr mucho antes, en 1866 a decir verdad, y así habría sido de no mediar los simpatizantes sudistas del territorio que, en combinación con quienes aún reverenciaban al coronel Skimmerhorn por su intrépida victoria en las Muelas del Crótalo, propusieron que la constitución del nuevo estado incluyese una cláusula estipuladora de que en Colorado, mientras se mantuviese su dignidad estatal, sólo los hombres blancos tendrían derecho al voto. Como quiera que en el territorio no había prácticamente negros ni chinos y, desde luego, ningún indio, la única razón que aquellos patriotas podían alegar para semejante exclusión estribaba en que parecía de buen tono.

— Nos hace más bien modernos -dijeron, y sus conciudadanos adoptaron con entusiasmo la propuesta.

El Senado y la Cámara de la nación también la aceptaron, sobre la base de que los habitantes de un estado deberían ser capaces de elegir a las personas con quienes deseaban compartir las responsabilidades.

El presidente Andrew Johnson, sin embargo, se mostró disconforme con el proyecto de ley cuando llegó a su mesa de trabajo. Lo vetó con severa censura, fundamentando su dictamen, no en el problema moral de la discriminación, sino en la circunstancia práctica del descenso de la población, con el apoyo de los resultados de un reciente plebiscito que contradecía anteriores mandatos territoriales: La población de Colorado, en vez de aumentar, ha disminuido. En unas elecciones celebradas en 1861, el número de votos que se emitieron fue de l0.580. En las elecciones de 1864, los votos emitidos fueron 6.192, mientras que en las elecciones de 1865, el total de votos fue de 5.905… No está satisfactoriamente establecido que una mayoría de ciudadanos desee gobierno estatal. En un referéndum celebrado con el fin de determinar el punto de vista de la población se emitieron 6.192 votos, de los cuales una mayoría de.3.152 se pronunciaban en contra de la dignidad de estado.

Tal vez un consejero divino estaba sentado junto a Johnson cuando escribió estas palabras, porque, de haber admitido a Colorado en aquel momento, seguramente sus dos senadores habrían votado en contra de él en el encausamiento que se avecinaba -así lo afirmaron- y Johnson se habría convertido en el primer presidente destituido del cargo. De cualquier modo, en 1866 Colorado continuó siendo territorio.

Ahora, en una época más apacible, y eliminada la estipulación ofensiva, Colorado iba a alcanzar la categoría de estado y el acontecimiento se celebraría festivamente de una a otra frontera.

¡También habría elecciones! El nuevo estado tendría derecho a dos senadores, que la asamblea legislativa elegiría, puesto que se consideraba que el público en general no estaba cualificado para votar en el caso de un cargo tan augusto; y a un congresista, que, visto que su importancia era menor, se permitiría al pueblo elegirlo directamente. : Al aproximarse la fecha de la proclamación estatal, un movimiento razonable comenzó en la pequeña villa de la Granja de Zendt. Fue la maestra de escuela, la señorita Keller, quien lo provocó, y apenas había expuesto su sugerencia cuando la idea se apoderó de la imaginación de todos:

— Granja de Zendt no es nombre para un núcleo destinado a ser una ciudad. ¡Celebremos el doble nacimiento y rebauticémonos con el nombre de Centenario!

La propuesta resultó tan popular que transcurrieron dos días antes de que a alguien se le ocurriese preguntar:

— ¿Qué dirá Levi? Al fin y al cabo, él fundó este lugar. A Levi le pareció una gran idea.

— Nunca me gustó el nombre de Granja de Zendt -declaró-. A decir verdad, el apellido Zendt no me hace maldita la gracia. Todos los que conocí con tal nombre eran personas de mal talante o tacañas como ellas solas. Salvo mi madre, y su apellido de soltera era Spreichert.

Lucinda manifestó que, en su opinión, el nombre de Centenario era perfecto, y aquella misma tarde fechó una carta dirigida a Cyprian. "Centenario (Colorado), 9 de junio de 1876", la primera aparición del nombre en un documento.

De modo que la decisión estaba tomada y la ciudad de Centenario había nacido. Se organizó una lucida fiesta en el río, para acompañar vistosamente la entrada de los segundos cien años de la independencia norteamericana y el nacimiento de la nueva ciudad. Se asaron novillos donados por el Rancho Venneford y se pronunciaron discursos patrióticos que auguraban un espléndido futuro para la nación y para la urbe, pero un jarro de agua fría cayó sobre los festejos cuando en el tren de Cheyenne llegó la noticia de que, en un vulgar campo de batalla de Montana, el coronel George Armstrong Custer y todos sus hombres habían sido víctimas de una carnicería desencadenada por los sioux y los vengativos cheyennes.

Pasquinel Mercy figuraba entre ellos, seleccionado específicamente por Custer para que fuera su edecán, después de la cacería de búfalos del Union Pacifico Cuando un joven vaquero irrumpió a la carrera en medio de la fiesta y anunció a gritos la espantosa noticia, la embarazada esposa de Merey, Laura Skimmerhorn, se desmayó, y algunos asistentes a la celebración clavaron su vista acusadora en Lucinda Zendt.

La nación había cumplido ya cien años y la ciudad contaba treinta y dos, a partir de aquel día de agosto de 1844 en que Levi Zendt y los McKeag llegaron para establecer su puesto comercial. En el caso de ambas, nación y ciudad, todos los ramales importantes del desarrollo futuro habían sido identificados; la historia consistiría en su lenta maduración. Para la nación, ¿qué hacer respecto a la raza?, ¿cómo regular la expansión comercial?, ¿en qué forma distribuir la creciente riqueza? Para Centenario, la historia sería lo que siempre fue: ¿cómo podía el hombre adaptarse al riguroso medio ambiente circundante?, ¿cómo se las arreglaría para aprovechar su tierra creativamente?

Advertencia a la redacción de US: Como sureño, siempre he compartido el recelo de los habitantes del Oeste hacia las empresas ferroviarias. De haber sido ganadero o agricultor en el Oeste, me habría sentido muy disgustado por la manera insolente en que me trataron los ferrocarriles. Tarifas discriminatorias, normas arbitrarias en cuanto al ganado y los cereales, negativa a proporcionar servicio e indiferencia soberbia respecto a mis problemas -todo lo cual soportamos en el sur-, me habrían enfurecido hasta el punto de inducirme a formar parte de los agitadores. Los abusos nadan del hecho de que los propietarios de los ferrocarriles nunca se consideraron servidores de un país en expansión; eran hombres que trataban de exprimir un buen negocio y sacar hasta el último centavo de beneficio, y para conseguirlo no dudaron en subvertir cuerpos legislativos, pervertir las leyes económicas y perseguir a quienquiera que intentase obligarles a un cumplimiento más honrado de sus deberes. Como consecuencia de ello, incluso hoy los ciudadanos del Oeste adquieren con verdadera fruición billetes de avión y nada tiene de extraño que se haga oídos sordos a la actual campaña en la que se pide apoyo público para los ferrocarriles. Si de veras el comodoro Vanderbilt dijo: "Que zurzan al público", lo que ahora dicen los descendientes de ese público acerca de los ferrocarriles no se puede explicar en letras de molde.

Diplodocos. El dinosaurio exhumado el año 1875 en el Risco de Creta se conoció como diplodoco, y años después, a lo largo de la frontera entre Colorado y Utah, una expedición financiada por Andrew Carnegie desenterró dos hermosos ejemplares. Uno de ellos descansa ahora en un magnífico estrado, en el Museo de Historia Natural de Denver, y es la joya de aquella colección. Carnegie quedó tan complacido por su hallazgo que ordenó preparar moldes de cada uno de los huesos del esqueleto, centenares de ellos, y hacia diversos museos de todo el mundo partieron vaciados de yeso, para que personas de muchos puntos del orbe pudieran disfrutar de "su dinosaurio", ya que él sufragó todos los gastos. Un último vaciado de los moldes, éste de cemento, se yergue ahora a la entrada del museo de Vernal (Utah), no muy lejos de los lugares por los que vagó el diplodoco original, hace ciento treinta y seis millones de años. Es una figura enorme.

Triceratops. Las tierras que circundan las Muelas del Crótalo se mostraron generosamente remunerativas con muchos equipos de excavadores. A partir de 1873 y durante todo el resto del siglo XIX, los científicos desenterraron una sorprendente variedad de huesos. En el siglo XX, grupos de las universidades del este y de Europa continuaron la tarea. Este año, en lechos de arcilla del pleistoceno, yo mismo he encontrado la quijada de un eohippus; reluce en mi mano como una pequeña joya, y justo al norte del Risco de Creta, en un depósito Morrison clásico, tuve la emoción de encontrar un escudo protector completo de los que los triceratops llevaban alrededor del cuello y cuyos bordes dentados levantaban, como formidable defensa, cuando algún depredador los atacaba. Es algo electrizante, se lo aseguro, tener en la mano el resto fósil de un saurio gigante que se alzaba, lleno de vida, setenta millones de años atrás, en el mismo sitio donde uno se encuentra ahora.

Aviso. Comprendan, cosa que debe hacer también el redactor de los epígrafes, que ningún ser humano ha visto nunca un hueso de dinosaurio. Lo que saqué a la luz aquel día no era un hueso de triceratops, sino más bien la petrificación de un hueso que alguna vez existió. Los llamados huesos de dinosaurio son en realidad piedras formadas dentro de la matriz del hueso original. Lo ocurrido es lo siguiente: Cuando el hueso original quedó enterrado, agua que contenía sílice se filtró en su interior y, aunque con enorme lentitud, el sílice se depositó dentro del hueso. Con el tiempo, la estructura ósea se disolvió y fue completamente sustituida por piedra, de una forma tan minuciosamente detallada que, gracias a la apariencia de la piedra, podemos deducir hoy con absoluta certeza hasta la estructura celular del hueso original, e incluso diagnosticar certeramente las enfermedades que el hueso pudiera haber sufrido. Nadie ha visto nunca un hueso de diplodoco, pero el recuerdo pétreo de ese enorme animal resulta todavía más conmovedor y hermoso de lo que yo haya sido capaz de reseñar descriptivamente.

Plusmarcas. Los ochenta y nueve búfalos que Amos Calendar abatió en su alto de ninguna manera constituyen un record. Informes de ese período, cuya autenticidad está demostrada, citan las siguientes muertes consumadas en un día: Charles Rath, ciento siete; Doc Zahl, ciento veinte; Orlando A. Brand, doscientas noventa y tres. Testigos presenciales vieron a Tom Nixon matar ciento veinte cabezas en cuarenta minutos, pero la hazaña le costó dejar destrozado el cañón de su "Sharps". Jim Cato, famoso cazador de búfalos que actuaba en la Panhandle Texana y sus proximidades, derribó, según se le atribuye, dieciséis mil búfalos durante el gran exterminio.

Armas de fuego. Sería imposible sobreestimar el significado emotivo que entrañan las armas de fuego para los habitantes del Oeste. Si uno desea que le vuelen la cabeza, no tiene más que abrirse paso a codazos en una taberna rebosante de parroquianos y mencionar el control de armas. Un legislador consigue verse elegido de modo perenne merced a una simple divisa que pega en los parachoques de los automóviles de su distrito: "El Oeste no se conquistó con armas registradas." Las que se citan en este trabajo gozan de especial favor entre los coleccionistas. El estupendo "Hawkens" de Pasquinel se vendió en 1826 por 17,68 dólares; hoy valdría alrededor de 1.200 dólares. El hermoso "Melchior Fordney" que adquirió Levi Zendt, le costó 12 dólares en 1844, pero su precio actual sería de 600 dólares. El "LeMat" 1863 de Buford Coker se vendió la primera vez por 50 dólares; hoy vendría a costar 1.000 dólares. El "Sharps" para búfalos que utilizaba Amos Calendar le costó 53 dólares en 1873; su valor ha ascendido hoy hasta 1.250 dólares.

Cuenta sobre el papel. Puede parecer improbable que empresas tan meticulosamente supervisadas y financiadas como las haciendas ganaderas inglesas y escocesas se dejaran engañar por recuentos engañosos o fraudulentos, pero los archivos rebosan ejemplos. En 1882, el Rancho Holly y Sullivan fue vendido a la Compañía Agropecuaria del Valle del Arkansas con 178.000 hectáreas y una cuenta sobre el papel de 17.000 cabezas de ganado. Por suerte, el comprador insistió en que se incluyese una cláusula de escalamiento descendente de acuerdo con el recuento real de los animales. El número de cabezas, según ese recuento real, fue de 8.683. La Sociedad Agropecuaria de Niobrara tenía en sus libros 39.000 reses; al efectuar la liquidación, sólo aparecieron 9.000 cabezas. Esos errores se producían principalmente porque los administradores calculaban a ojo los alumbramientos de terneros: "Tenemos 1.000 vacas y es lógico suponer que un 85 por 100 darán a luz su ternero, de modo que el año que viene dispondremos de 1.850 reses." En los pastos abiertos, el porcentaje de nacimientos apenas llegaba al setenta, de modo que de un año para otro la brecha entre la cantidad real y la que figuraba en los libros no cesaba de ensancharse.

Prensa inmoderada. Como editores obligados a medir sus palabras, para no quebrantar las leyes que prohíben la difamación, es posible que las citas del Clarion les parezcan un tanto incendiarias. En lo que se refería a los indios, la prensa de Colorado se sintió muy poco reprimida y uno encuentra en las hemerotecas numerosas invocaciones al genocidio. La política editorial consistía en abogar por el exterminio de los indios, exigiéndolo, y ello no significaba traslado o eliminación; significaba matar a todo indio que se hallara dentro de las fronteras estatales.

Colorado. Adviertan a su cartógrafo que extreme su cuidado al trazar los mapas de esta región. El estado se configuró en última instancia mediante la unión de tres franjas verticales de territorio disociado -occidental, central, oriental-, cada una de ellas con su particular historia dramática. En 1492, España reivindica vagamente toda la zona (Colón); reivindicación confirmada en 1541 (Coronado). Las franjas occidental y central permanecen españolas hasta 1821, luego pasan al Imperio Mexicano; en 1823, República de México. Occidental: En 1848, México la cede a EE. UU. como consecuencia de una guerra; en 1850, se convierte en Territorio de Utah. Central: De México, hasta 1836, luego de la República de Texas; en 1845, Texas se une a los EE. UU. y conserva las tierras del norte; en 1850, Texas vende tierras a los EE. UU., que inmediatamente las divide entre los Territorios de Utah (norte) y Nuevo México (sur). Oriental: Española hasta 1682, y después de Francia (La Salle); en 1763 vuelve a España mediante un tratado; en 1800, otra vez francesa (Napoleón); en 1803, vendida a EE. UU. (Compra de Louisiana); en 1805, Territorio de Louisiana; en 1812, Territorio de Missouri; en 1819, los indios la reclaman de modo más o menos ambiguo, pero legalmente la franja es Territorio Inordenado. En 1854, las franjas central y oriental se fusionan, para dividirse horizontalmente en seguida entre los Territorios de Nebraska (el norte, incluida la Granja de Zendt), Kansas (central) y Nuevo México (sur); en 1859 se proclama el ilegal y fallido Territorio de Jefferson; en 1861, Territorio de Colorado, con las presentes fronteras estatales; en 1876, categoría de estado. El nombre de Colorado se deriva del español y puede significar rojo, de color o chiste verde.