Capítulo 64

La primera noche ofreció una luna casi llena que brillaba en el firmamento lanzando destellos de plata sobre un mar en calma. Soplaban vientos favorables y el capitán decidió navegar a vela dejando la nave a cargo del piloto y de los vigías, y dio descanso a los galeotes. Antes del ocaso prendieron la farola situada en la parte posterior de la carroza. Solo la galera del almirante mostraba esa luz y era la guía para las naves que la seguían.

Después de cenar y antes de tumbarse sobre los tablones, Caries le dijo a Joan:

—Tenemos suerte de estar cerca de la proa.

—¿Por qué?

—Porque los desgraciados que duermen en popa, cerca de la carroza, lo pasan mal en la noche. Entre los picotazos de pulgas y chinches y la dureza de las tablas cuesta dormir y al cambiar de postura suenan las cadenas. Ese ruido despierta a los oficiales, que hacen azotar a los culpables. Imagínate sufrir todo eso sin ni siquiera poderte mover.

Joan lo imaginó. Era horrible.

Habían baldeado la cubierta poco antes de cenar, estaba limpia de excrementos y orines, pero aún maloliente y húmeda del agua. La brisa era fría, Joan sacó toda la ropa de su saco para acomodarse y dormir. Entonces oyó a Jerònim, el buena boya, que junto a su colega Sanҫ acosaba de nuevo a Caries toqueteándolo por atrás.

—Le has contado muchos secretitos a tu novio, ¿verdad? —le decían.

El chico se defendía a manotazos y el ruido de sus cadenas parecía divertir a los atacantes. Joan se dijo que aquello era indigno y evaluó a los acosadores. Ambos eran de mayor estatura que Caries, aunque él les superaba en altura. Eran musculosos pero no demasiado y calculó que de un primer puñetazo, si le pillaba bien y por sorpresa, tumbaría al primero. Después no temía un enfrentamiento cara a cara con el otro, confiaba en ganarle. Aun así, antes de intervenir se contuvo para evaluar las consecuencias. Con toda seguridad, Garau, el alguacil, consentía aquello, quizá también disfrutara del abuso y se pondría de parte de Jerònim y de su compinche. Además, ya le habían llamando «novio» del chico y si lo defendía, le tacharían también a él de homosexual. Y por fin se dijo que era una locura participar en una pelea recién llegado y que si ganaba, siempre tendría a aquellos individuos a su espalda día y noche. Nunca podría estar tranquilo.

Apretó los dientes y esperó a que se cansaran de molestar al chico, que se defendía como podía, con lágrimas resbalando por sus mejillas y en silencio. Eran dos, y mucho más fuertes, pero Caries ni se sometía ni se resignaba.

Joan sintió vergüenza por permitir aquello. Era una cobardía. Pero se dijo que no podía dejar que sus impulsos le alejaran más aún de Anna y de su familia.

Cuando los de atrás se cansaron de jugar, se acomodaron para dormir. Amed se apoyó en la crujía y Caries se acurrucó contra la borda. Joan trató primero de tumbarse en el banco, pero el cabeceo del barco amenazaba con lanzarle sobre la cubierta. Terminó tendiéndose en la cubierta, estaba húmeda, no había espacio suficiente y topaba con las piernas de Amed y con Caries. Resultaba difícil encontrar una postura algo cómoda y al crujir del maderamen de la nave se unía el ruido de las cadenas de los forzados al moverse. Al final pudo conciliar un sueño intranquilo del que se despertaba a menudo con dolores. En una ocasión se encontró a Caries casi encima de él. Dormía o aparentaba hacerlo. Su primer impulso fue empujarlo con violencia. ¿Qué dirían los demás si los encontraban abrazados? Pero, por mucho que le pesara, el chico le producía ternura y lo apartó con suavidad.

—Entre los hombres soy medio mujer y entre las mujeres, medio hombre —le confesó Caries en un descanso de la boga el tercer día.

Joan miró sus ojos de un azul claro y su expresión lánguida mientras asimilaba la frase.

—Yo sufro doble condena —continuó el chico—. La de galeras y la de ser tratado como una puta por hombres a los que no deseo, que me dan asco.

Joan no dijo nada y esperó a que Caries continuara.

—Tú eres fuerte y sobrevivirás —afirmó el chico—. Pero yo no aguantaré mucho. Moriré aquí.

—¿Por qué te condenaron? —Joan quiso cambiar de conversación.

—Por sodomita.

—¿Entonces tú…?

—Me violaron.

Y Caries le contó su historia. Su padre era un importante mercader de Perpiñán y ya desde su infancia Caries mostraba una feminidad natural que se acentuó al iniciar su desarrollo adolescente. Sin estar grueso, sus formas más redondeadas que los chicos de su edad denotaban una delicadeza inusual. Su padre le espetaba con frecuencia que se comportara como un hombre y, aunque durante un tiempo intentó actuar como se suponía debían hacerlo los hombres, pronto se convenció de que era contra su naturaleza y dejó de fingir. Su padre pasó del desprecio al rechazo y de rechazarle a ignorarle. El hombre decía que Caries era una vergüenza para la familia, pero que por suerte tenía un hijo mayor que heredaría el negocio y el apellido; puso toda su atención en el primogénito actuando como si Caries no existiera. Y el hermano mayor hizo lo mismo. El chico sufría el rechazo de los hombres de su familia, sabía que se avergonzaban de él y sospechaba que si muriera, no lo lamentarían.

Por el contrario, su madre y hermana apreciaban su sensibilidad y le mimaban. La mujer sufría por su hijo e intentaba por todos los medios convencer al padre, aunque sus súplicas eran infructuosas. El mercader quería encerrarle en un convento, pero topaba con la firme negativa de la madre, que había aportado al matrimonio una cuantiosa dote, y del propio Caries. El chico aceptó estudiar latín y teología fingiendo acatar el deseo paterno de cursar una carrera religiosa. El hombre esperaba comprar un cargo eclesiástico que diera a su hijo unas rentas aceptables y así olvidarse de él para siempre.

Caries disfrutaba de la actividad intelectual y gozaba de la lectura y de las enseñanzas de su preceptor. Despechado por el rechazo paterno, decidió mostrarse al mundo tal como era y no disimulaba un cierto contoneo incluso en la calle. Le gustaba que los hombres atractivos le miraran y se dio cuenta de que atraía a algunos de ellos. Al poco inició una relación clandestina con un poderoso eclesiástico del obispado de Elna a quien conoció a raíz de sus estudios teológicos. Estos eran la excusa perfecta y Caries se enamoró locamente de aquel hombre de mundo, atractivo, con autoridad y que casi le triplicaba la edad.

En aquel tiempo el Rosellón y la Cerdaña estaban ocupados por Francia, y la transición a raíz del tratado de Barcelona, por el que Carlos VIII le devolvía a Fernando de España ambos territorios, trajo disturbios importantes. Los beneficiados por el régimen anterior querían conservar sus prebendas mientras sus contrarios buscaban venganza, los malhechores aprovechaban el vacío de poder y las tropas galas en retirada saqueaban.

Caries se vio envuelto en una de aquellas algaradas yendo a casa de su amante con la excusa de la teología. En su trayecto diario había un puesto de guardia y con frecuencia los soldados le hablaban sin que él les atendiera. En aquella ocasión un par de ellos aprovecharon el revuelo para violarlo en plena calle y delante de varios testigos. No había autoridad a quien reclamar y Caries solo pudo ir a llorar su desgracia a su amante, que montó en cólera pero que tampoco pudo hacer nada. Al día siguiente los soldados franceses abandonaron la ciudad dejando atrás saqueos y mujeres mancilladas.

Aquello no fue más que el principio de la desgracia de Caries.

En el momento en que decidió mostrar su homosexualidad firmó su condena; quería desafiar a su padre, aunque sabía que la gran mayoría pensaba como su progenitor. Tampoco le importaba a Caries la desaprobación de esas otras personas. Él era como era y no quería esconderlo.

La homosexualidad no era delito, pero la sodomía sí. Y de eso le acusaron cuando se restableció el nuevo orden en Perpiñán. Varios testigos, aupados por enemigos comerciales del padre, afirmaban que le vieron fornicar con los soldados franceses en plena calle. De poco le sirvió alegar que fue violado, los prejuicios sobre él pesaron más que la verdad. Nadie excepto su madre movió un dedo para ayudarle. Ni su padre, ni su hermano, ni su poderoso amante hicieron nada. Desaparecieron, le dejaron solo.

Caries envió recados desesperados al eclesiástico, que este no respondió. El chico estaba enamorado y su abandono le partía el corazón más que cualquier otra cosa. Al final le mandó un mensaje advirtiéndole que si no acudía en su ayuda, confesaría su relación. Esta vez el clérigo respondió. Le decía que era un chico vicioso y mentiroso, que trató de tentarle a él sin éxito, y que lamentaba que todos sus esfuerzos por llevarle al buen camino hubieran fracasado. Sería la palabra de Caries contra la de él, hombre respetado y poderoso. Aquella traición le hundió para siempre. ¡Fue precisamente aquel clérigo quien le introdujo en los placeres del cuerpo! El abogado que pagaba la madre no pudo hacer nada frente a la palabra de los testigos.

Caries fue declarado culpable. Al ser menor se libró de la muerte a cambio de unos azotes públicos y de sentarle sobre una parrilla hasta que el juez olió su carne achicharrada. Las quemaduras de aquel suplicio eran mortales en la mayoría de los casos, pero Caries, para su desgracia, como él decía, sobrevivió. Los cuidados de su madre y los generosos sobornos a los carceleros para que aceptaran a los médicos lograron mantenerle con vida aun a costa de horribles sufrimientos.

Pero el castigo no bastaba; pasaría el resto de sus días remando en galeras.

En septiembre, la flota del almirante Vilamarí llegó a Colliure con el rey Fernando. El monarca tomó posesión oficial del Rosellón y se instaló en Perpiñán, los notables le juraron fidelidad y el territorio se pacificó una vez las tropas reales lo ocuparon. El 8 de octubre, cumplida su misión, el rey regresaba a Barcelona en la Santa Eulalia y Caries, casi restablecido de sus heridas, remaba cumpliendo su condena. Pasó la invernada en Barcelona y, con excepción de algunos días en que se hizo el mantenimiento estacional de la nave, el chico, junto al resto de los galeotes, estuvo todo el tiempo atado en su banco con solo unas lonas cubriéndole del relente.

—Esa es mi doble condena —concluyó—. La miseria que conlleva esta vida de galeote y sufrir los abusos de unos cuantos desgraciados.

—¿Por qué no los denuncias a la oficialidad?

Caries rio de lo absurdo de la pregunta.

—Aún no te has enterado de dónde estás, Joan —repuso—. Un galeote no es nada. Poco más que una rata. Los oficiales no hablan con nosotros ni esperan que nosotros hablemos, solo dirigirte a un mando por encima de un alguacil es un insulto para él.

—Pero tiene que haber forma de denunciar lo que está pasando, aunque sea a un alguacil distinto de Garau.

—No les importa lo más mínimo lo que hagan conmigo. ¿Te crees que no lo saben? Un día de este invierno, en Barcelona, aprovecharon que los oficiales estaban en tierra para violarme.

—¡¿Qué?!

—Sí, me violaron, y mis gritos se oyeron en toda la galera hasta que me llenaron la boca con trapos. —Caries le miraba con ojos húmedos de lágrimas—. Después me azotaron por gritar.

—¿Quiénes fueron? —Joan se sentía horrorizado. Le indignaba que molestaran a Caries, pero una violación era el colmo.

—Esos dos de atrás y Garau —dijo el chico con rabia—. Todos y cada uno de ellos. Y lo hicieron en varias ocasiones.

—Pero ¿cómo se atreven? Son adultos y su pena sería la muerte.

—¿Y quién los denuncia? —repuso Caries—. Nuestra palabra no vale nada.

Joan movió la cabeza en un disgusto azorado sin saber qué responder.

—Aunque te diré algo —le dijo Caries con rabia—. Quieren que me someta a ellos, que sea su puta. Pero antes se helará el infierno que yo consienta. Me lo han quitado todo, pero no podrán robarme mi dignidad.

A Joan le afectó mucho el relato. Admiraba la valentía de aquel chiquillo, débil y de formas femeninas, que no se rendía. Recordó las palabras de Abdalá, la verdadera libertad estaba en el interior del individuo, en su espíritu, en su mente. Y mientras no se sometiera, Caries continuaba siendo libre.

Le habían enseñado a despreciar a los homosexuales. Pero nunca había conocido a ninguno. ¿Qué culpa tenía él de ser medio mujer? Era el deseo de Dios que él fuera así, puesto que así había sido creado. ¿Qué pecado cometía Caries amando a un hombre si esa era su tendencia natural? Joan estaba en galeras por matar, pero Caries no cometió crimen alguno; no merecía el castigo que sufría y sintió una gran pena por él.

Por primera vez desde que fue encadenado a la galera, Joan sacó su libro. Se conservaba bien y estaba por empezar. Destapó el corcho de su tintero, le echó unas gotas de agua para evitar que la tinta se secara y removió el líquido con la pluma. Anotó: «Medio mujer entre los hombres y medio hombre entre las mujeres». Y después: «Mientras conserves la dignidad serás libre».

Y no escribió más. Tenía mucho que pensar sobre aquello.

Prométeme que serás libre
cubierta.xhtml
sinopsis.xhtml
titulo.xhtml
info.xhtml
dedicatoria.xhtml
aviso.xhtml
mapa.xhtml
primera.xhtml
Section0001.xhtml
Section0002.xhtml
Section0003.xhtml
Section0004.xhtml
Section0005.xhtml
Section0006.xhtml
Section0007.xhtml
Section0008.xhtml
Section0009.xhtml
Section0010.xhtml
Section0011.xhtml
Section0012.xhtml
Section0013.xhtml
Section0014.xhtml
Section0015.xhtml
Section0016.xhtml
Section0017.xhtml
Section0018.xhtml
Section0019.xhtml
Section0020.xhtml
Section0021.xhtml
Section0022.xhtml
Section0023.xhtml
Section0024.xhtml
Section0025.xhtml
Section0026.xhtml
Section0027.xhtml
Section0028.xhtml
Section0029.xhtml
Section0030.xhtml
Section0031.xhtml
segunda.xhtml
Section0032.xhtml
Section0033.xhtml
Section0034.xhtml
Section0035.xhtml
Section0036.xhtml
Section0037.xhtml
Section0038.xhtml
Section0039.xhtml
Section0040.xhtml
Section0041.xhtml
Section0042.xhtml
Section0043.xhtml
Section0044.xhtml
Section0045.xhtml
Section0046.xhtml
Section0047.xhtml
Section0048.xhtml
Section0049.xhtml
Section0050.xhtml
Section0051.xhtml
Section0052.xhtml
Section0053.xhtml
Section0054.xhtml
Section0055.xhtml
Section0056.xhtml
Section0057.xhtml
Section0058.xhtml
Section0059.xhtml
Section0060.xhtml
Section0061.xhtml
tercera.xhtml
Section0062.xhtml
Section0063.xhtml
Section0064.xhtml
Section0065.xhtml
Section0066.xhtml
Section0067.xhtml
Section0068.xhtml
Section0069.xhtml
Section0070.xhtml
Section0071.xhtml
Section0072.xhtml
Section0073.xhtml
Section0074.xhtml
Section0075.xhtml
Section0076.xhtml
Section0077.xhtml
Section0078.xhtml
Section0079.xhtml
Section0080.xhtml
Section0081.xhtml
Section0082.xhtml
Section0083.xhtml
Section0084.xhtml
Section0085.xhtml
Section0086.xhtml
Section0087.xhtml
Section0088.xhtml
Section0089.xhtml
Section0090.xhtml
Section0091.xhtml
Section0092.xhtml
Section0093.xhtml
Section0094.xhtml
Section0095.xhtml
Section0096.xhtml
Section0097.xhtml
Section0098.xhtml
Section0099.xhtml
Section0100.xhtml
Section0101.xhtml
Section0102.xhtml
Section0103.xhtml
cuarta.xhtml
Section0104.xhtml
Section0105.xhtml
Section0106.xhtml
Section0107.xhtml
Section0108.xhtml
Section0109.xhtml
Section0110.xhtml
Section0111.xhtml
Section0112.xhtml
Section0113.xhtml
Section0114.xhtml
Section0115.xhtml
Section0116.xhtml
Section0117.xhtml
Section0118.xhtml
Section0119.xhtml
Section0120.xhtml
Section0121.xhtml
Section0122.xhtml
Section0123.xhtml
Section0124.xhtml
Section0125.xhtml
Section0126.xhtml
Section0127.xhtml
apendice.xhtml
plano.xhtml
galeria.xhtml
otros.xhtml
agradecimientos.xhtml
autor.xhtml
notas.xhtml