Capítulo 71
Después de la ejecución, pusieron a remar donde Caries y Jerònim a un par de buenas boyas y la flota tomó rumbo sur hacia las islas de San Pietro y San Antioco con la intención de cruzar a Sicilia.
Al segundo día de navegación el cómitre en persona fue a buscar a Joan junto con un alguacil que le soltó los grilletes.
—El capitán quiere verte —le dijo.
Encontró al capitán Perelló junto al almirante y al piloto, sentados en la mesa frente a unas cartas de navegación. El oficial despidió con un gesto al cómitre y al alguacil y continuó conversando sobre vientos y rutas marítimas sin reparar en el muchacho. Joan permaneció de pie, en silencio, a la espera de que le hablaran, inquieto pero interesado en lo que decían. Había crecido en una barca y los principios de navegación para una galera no eran tan distintos. Al fin, terminada la charla, el capitán le habló:
—A partir de hoy ya no servirás en los remos —le dijo—. Lo harás aquí en la carroza.
Joan no pudo evitar una sonrisa, entre sorprendida y feliz.
—No creas que tratamos de aliviar tu pena —le aclaró el oficial—. Resulta que los alguaciles piensan que deberíamos haberte ejecutado por la muerte de Garau y están decididos a matarte en la primera oportunidad. Creen que fuiste colaborador necesario en el crimen, que ya antes mataste en Barcelona a otro alguacil y que ahora te toca morir a ti.
La sonrisa desapareció de la cara de Joan. Era cierto que sin su ayuda Caries no hubiera podido librarse de sus violadores y que nunca habría matado a Garau.
—Quizá tengan razón —continuó el capitán—, pero nos gustó tu manejo de las culebrinas y puedes sernos útil. Además, nuestro mejor artillero murió hace unos meses. A ti te queremos vivo.
—Esos hombres iban a violar a Caries y ya lo hicieron antes en Barcelona. —Joan no pudo contenerse—. Estaba ya desnudo cuando logró desembarazarse de ellos y mató a Garau; lo hizo en defensa propia.
El capitán Perelló le miró unos momentos antes de hablar, ponderando la respuesta.
—Te dije que en mi nave no hay sodomitas. —Arrastraba sus palabras—. Si te vuelvo a oír eso, te haré arrancar la piel de la espalda a latigazos.
—La muerte de Caries fue muy injusta —insistió Joan con una rabia que le costaba contener y le hacía perder el temor—. Y también fue injusta mi condena a galeras: maté a ese alguacil en defensa propia tal como declararon los testigos.
El capitán cruzó una mirada con el almirante y este habló a Joan por primera vez:
—Lo justo en una galera es lo que el capitán decide que es justo —le dijo Vilamarí con voz pausada—. Por lo tanto, la muerte de ese chico fue justa y también fue justo que a ti no se te ejecutara y que solo recibieras diez latigazos. El único que podría cuestionar esa justicia soy yo. Y no lo hago porque esa es mi voluntad.
Joan no se atrevió a responder y el almirante le miró fijamente a los ojos.
—Un capitán debe usar su poder para proteger su nave y hacer de ella la máquina de guerra perfecta —continuó Vilamarí—. Y la tripulación es lo más importante. Mantener la disciplina, la autoridad y el respeto a la jerarquía es fundamental. Así, tu amigo tenía que morir de forma ejemplar por matar a un alguacil. El galeote que se subleva muere. De igual modo, tú eres el ejemplo para que nadie se atreva a atacar a un marino nuestro en tierra, con razón o sin ella. Proteger a la tripulación es proteger la nave. —Vilamarí calló unos momentos y dirigió una mirada al capitán, que afirmó con la cabeza—. Los alguaciles tienen razón. Sin tu ayuda ese chico no habría podido matar a su colega. Y si estás vivo, es por tu acierto con la artillería. Tú mejoras la eficacia de la galera, luego es de justicia que el capitán decida que solo mereces diez azotes por no hacer lo suficiente para salvar al alguacil.
Volvió a hacer una pausa. El día era soleado y el almirante miró las velas, henchidas de viento favorable que empujaba la galera al sur, y continuó.
—Y te diré por qué en nuestras naves no hay sodomitas. —Se detuvo otra vez y contempló a Joan escrutando su expresión—. En mis galeras no hay Inquisición ni la quiero. Cada uno puede vivir como mejor sepa mientras no altere el orden y la disciplina. Pero si aparecen sodomitas, serán ejecutados, y aparecen cuando alguien es violado y se altera el orden.
—¿Entonces si hay violaciones y no se altera el orden, no hay sodomitas? —inquirió Joan, sorprendido.
—No vamos a juzgar sobre lo que desconocemos —intervino el capitán.
—Mira, muchacho —continuó el almirante—, me dijeron de ti que eres un chico listo. No solo sabes de artillería, sino que eres un buen amanuense y hablas varias lenguas. Nos puedes ser útil, cumplir tu condena sin pena excesiva y salir de aquí vivo. No cometas más estupideces.
El joven afirmó con la cabeza y dijo:
—Como ordenéis.
Joan escribió en su libro: «Será mejor obedecer al almirante». Y añadió: «Pero continúa siendo injusto».