TECNOESTRÉS

Desde que los ordenadores impusieron su lógica aplastante, un nuevo fenómeno está tomando cuerpo en las oficinas: el tecnoestrés. El psicólogo Craig Brod, primero en acuñar el término, lo define como «un mal moderno causado por la falta de adaptación a las innovaciones tecnológicas».

El tecnoestrés puede tener su raíz en el miedo, tan humano, a trabajar con las máquinas (se calcula que uno de cada tres trabajadores sufre algún grado de tecnofobia). Pero muchas veces se manifiesta incluso en consumados expertos informáticos, urgidos por el esfuerzo de mantenerse al día en los últimos avances, privados casi totalmente de contacto personal, compelidos a embarcarse en dos o tres tareas simultáneamente.

Nuestras rutinas laborales —y cada vez más las domésticas— están tan tecnificadas que una «caída» del ordenador, un error de transmisión en el fax o una interferencia en el celular nos acaban sumiendo en la mayor de las desesperaciones.

La gran ventaja de las nuevas tecnologías —la movilidad que permiten al trabajador— es una arma de doble filo... «El ordenador y el teléfono nos liberan de las cadenas del espacio, pero al mismo tiempo abren las puertas a una permanente intrusión en nuestras vidas —sostienen los psicólogos Michelle Weil y Larry Rosen, autores de Technostress (Tecnoestrés)—. Esa situación de "disposición permanente" puede llegar a crear una ansiedad extrema. A menudo olvidamos que la tecnología no es más que una herramienta y que no tenemos por qué estar a expensas de ella las veinticuatro horas del día».

La solución al tecnoestrés, afirman Weil y Rosen, no está en declarar la guerra a las máquinas: «Hay que saber controlar la situación. Primero, superando el miedo inicial, que muchas veces no es sino ignorancia. Después, siendo selectivo con su uso para evitar la sobrecarga mental. No hay que dejarse traicionar por los nervios al menor fallo técnico. Tenemos que huir de los comportamientos mecánicos y tomarnos las pausas necesarias».

Weil y Rosen aconsejan, siempre que la naturaleza de nuestro trabajo lo permita, que nos tomemos un día semanal de «descompresión tecnológica»: durante una sola jornada, hacer las cosas «a la antigua» (escribir a mano, echar las cuentas, visitar a clientes con los que sólo nos carteamos por e-mail).

Los autores de Tecnoestrés nos previenen contra una serie de síntomas del nuevo mal, como el multitasking: el hábito, contagiado por las «ventanas» del ordenador, de realizar varias tareas a la vez. Las víctimas del multitasking sufren, por lo general, frecuentes pérdidas de memoria y son incapaces de concentrarse en un solo cometido.

Otra de las manifestaciones más comunes del tecnoestrés es el llamado «síndrome de fatiga informativa», causado por la avalancha excesiva de datos (que el ordenador es capaz de procesar, pero no la mente humana). En un sondeo realizado en 1996 por la agencia Reuters entre 1313 ejecutivos americanos, ingleses, hongkoneses y australianos, el 33% reconoció haber sufrido problemas de salud —depresiones, jaquecas, recaídas— por culpa de la sobrecarga informativa a la que están sometidos por sus trabajos.

Un caso también muy frecuente cuando se trabaja con ordenadores es el de la «compresión del tiempo»: nos creemos capaces de realizar en dos horas tareas que, en realidad, exigen toda una jornada laboral. Y eso por no hablar de la impaciencia que transmiten los tiempos «cautivos», especialmente navegando a diario por Internet.

El aislamiento y la falta de contacto humano, sobre todo en los teletrabajadores, es otro desencadenante del tecnoestrés, acentuado aún más por el trato impersonal por correo electrónico y por la proliferación de centralitas y contestadores automáticos (por no hablar de la «llamada en espera», que genera una sensación de angustia e impotencia).

Pero además del factor psicológico en nuestra interacción con las máquinas, hay también un elemento insospechado que contribuye a generar trastornos como el insomnio, la fatiga crónica o las alteraciones del comportamiento. Nos referimos a la contaminación electromagnética.

Los teléfonos móviles, sin ir más lejos, pueden provocar serias perturbaciones en las ondas cerebrales, según se ha demostrado en varios estudios científicos. Uno de ellos se llevó a cabo en la Facultad de Ciencias Biológicas de Valencia...

A un grupo de ratones se les colocó cerca un celular que recibía un número de llamadas similar al de un usuario medio. Los ratones no escuchaban el timbre —se silenció a propósito para asegurarse de que no era el responsable de los efectos— pero sí la voz enlatada de un supuesto interlocutor y, por supuesto, las radiaciones.

Al final del experimento, se comprobó que el ciclo circadiano de los ratones —el que regula la actividad y el descanso— estaba notablemente alterado. En períodos de reposo, se mostraron extraordinariamente activos, mientras que en estado de vigilia se comportaban como si no tuvieran energías.

«Evidentemente, una persona no es un ratón, pero hay que decir que el estrés se produjo de forma inmediata al recibir las llamadas —apunta Raúl de la Rosa, uno de los autores del estudio—. Los portátiles digitales emiten la radiación directamente al aire sin ninguna clase de blindaje ni protección, y es obvio que lo más cercano al teléfono es la cabeza del usuario».

La vida simple
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