«BORRACHOS» DE DINERO

Cuando nuestro estado de ánimo oscila en función del saldo del banco, como las subidas y las caídas de la Bolsa. Cuando todas nuestras decisiones, aun las más personales, pasan necesariamente por el filtro monetario. Cuando la única manera de curar la desazón es comprando y comprando. Cuando empezamos a endeudarnos y acabamos perdiendo el control de lo mucho que debemos... Estamos, sin lugar a dudas, bajo los efectos «etílicos» del dinero.

El dinero engancha como la peor de las drogas; de su poder destructivo dan fe millones de ludópatas y de adictos a las compras. Mark Brian y Julia Cameron pasaron por el trago y ahora nos previenen en The Money Drunk (Borrachos de dinero), un repaso a las insospechadas dimensiones del problema, con un programa de noventa días para superar la «resaca».

El «ebrio» de dinero acude a «beber» casi a diario al cajero automático. Unas veces le da miedo y prefiere no consultar el saldo (lo mismo hará cuando reciba las cartas del banco). Otras, decide pulsar la tecla mágica: si le queda menos de lo que esperaba, se hunde en la depresión; si resulta que hay más de lo que calculó, se hace instantáneamente un regalo, probablemente por la primera tienda que pase.

Luego, tal vez, se arrepiente por lo inútil de la compra. Al día siguiente, intenta que le devuelvan el dinero o que se lo cambien por otra cosa. O a lo peor prefiere esconderlo en el fondo del armario: ojos que no ven, billetera que no siente.

Hablar de dinero suele ser su conversación favorita. Probablemente mentirá sobre lo que gana y presumirá de lo que gasta (un reloj de oro, un modelo a la última, un coche imponente). Se pondrá agresivo al mínimo comentario sobre sus hábitos derrochadores y se sorprenderá a sí mismo discutiendo a menudo por culpa del dinero. Perderá amigos y sembrará la cizaña en su familia.

Vivirá en el límite o por encima de sus posibilidades. Coleccionará tarjetas de crédito y abusará de ellas: cargará la cuenta más de lo debido, aplazará los pagos, le cobrarán intereses, acabará debiendo mucho más de lo que tiene.

«Como cualquier otro adicto, el ebrio de dinero es incapaz de reconocer su problema —escriben Bryan y Cameron—. Los más escépticos cuestionarán incluso su poder adictivo y llegarán, como mucho, a admitir que están pasando apuros económicos».

El adicto al dinero no es consciente de su «borrachera». Habrá que esperar muchas veces a una situación límite, una crisis laboral o personal, para hacerle abrir los ojos y obligarle a aceptar que su relación con el dinero no es normal, que entre la quiebra económica y la bancarrota personal no hay más que un paso.

Bryan y Cameron proponen un programa draconiano de recuperación en doce semanas, comenzando por un balance diario de gastos desglosados (alimentación / hogar / entretenimiento), pasando por un período de «abstinencia» (prohibido endeudarse o hacer compras superiores a las diez mil pesetas) y desembocando en un «plan de ajuste» para equilibrar nuestros presupuestos, con el rigor de un ministro de Hacienda.

El objetivo final es alcanzar la solvencia: el equilibrio económico como llave para la estabilidad emocional.

«Ser solvente significa sentirse cómodo en el manejo del dinero —escriben los autores—. Con la solvencia recuperamos nuestra dignidad personal y la tranquilidad de espíritu: ni ansiosos ni despreocupados. La solvencia nos da la libertad para poder llenar nuestra vida de otras cosas que no sean dinero».

Bryan y Cameron hablan en su libro de una desviación, radicalmente opuesta, que también se da en nuestra sociedad, aunque menos: la adicción a la pobreza... «El rechazo sistemático del materialismo puede desembocar en una enfermiza autoprivación. Los adictos a la pobreza son como mártires de la austeridad: rechazan cualquier tipo de posesión, un trabajo bien pagado les resulta alienante y se instalan en una especie de limbo marginal. La falta de dinero les parece una virtud». Tampoco es eso...

La vida simple
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