PARIR EN CASA
«¿Y si en vez de ir al hospital tenemos al niño en casa?».
No es una propuesta muy habitual en los tiempos que corren. Todos damos por hecho que lo más «natural» es ponerse en manos de los médicos y dejarles hacer, con la ayuda de los últimos avances de la tecnología. Nos han hecho creer que dar a luz equivale a jugársela a vida o muerte, de ahí la necesidad de tenerlo todo bajo estricto control y de intervenir a las primeras de cambio.
Bajo esta perspectiva, el hecho de parir en casa se ve como algo oscuro y temerario, una rémora del pasado, cuando morían miles de mujeres y de niños por falta de asistencia...
Nada de esto ocurre en un país como Holanda, donde cuatro de cada diez nacimientos se producen en casa, costeados por la Seguridad Social y controlados por las comadronas. En el 90% de los casos no suele haber problemas: el parto vuelve a ser una experiencia palpitante e íntima, adaptada a las necesidades físicas y emotivas de la mujer, y no a la urgencia aséptica del médico.
«¿Y si en vez de ir al hospital tenemos al niño en casa?». La idea partió de mi mujer, Isabel, al poco de quedarse embarazada. Mi reacción inicial fue de incredulidad y sorpresa, pero ella acabó contagiándome su seguridad en sí misma. Desde ese momento me «incorporé» a su embarazo.
La decisión final la tomamos al cuarto mes. Las tediosas esperas en la consulta del obstétrico dejaron paso a las cálidas visitas de Cara, la comadrona. Nuestros padres aceptaron sin más la decisión; la incomprensión vino precisamente por parte de los amigos de nuestra edad, incapaces de entender por qué renegábamos de los hospitales.
Leímos todo lo que pudimos sobre el parto natural, desde los clásicos de Michel Odent y Frederick Leboyer a La revolución del nacimiento de Isabel Fernández del Castillo. Hablamos con gente que había dado a luz en casa; nos animaron mucho. Nos apuntamos a un cursillo de preparación al parto y nos mentalizamos para lo que se nos venía encima. Miguel se adelantó casi un mes y nos pilló totalmente desprevenidos.
Isabel rompió aguas en mitad de la noche. Llamamos a la comadrona; nos pidió paciencia... Todo lo que nos explicaron sobre las contracciones fue poco. Isabel tardó en descubrir que lo que más le aliviaba era concentrarse en un punto fijo; también la calmaron bastante las duchas calientes y los masajes en la espalda. Durante las doce horas que duró el trance, tuvo total libertad para moverse por la casa y elegir la postura que más le convenía...
En el parto natural, la matrona propone, la madre dispone y el padre se descompone, estupefacto, ante el más prodigioso de los acontecimientos. Nadie ni nada se interpuso entre nosotros; la comadrona se limitó a seguir la corriente y a intervenir lo justo. Yo tuve el privilegio de cortar el cordón umbilical y velar por él la primera noche.
Ni la vida de la madre ni la del recién nacido estuvieron en peligro en ningún momento. Cara Muhlhahn, enfermera titulada, se trajo su equipo de emergencia a casa, recuperador de oxígeno incluido. A tiro de piedra teníamos el Saint Vincent Hospital, uno de los centros más acreditados en nacimientos; en diez minutos podíamos habernos plantado allí de surgir complicaciones. No las hubo.
«En un hospital, todo parece diseñado para intimidar a las mujeres, bloquear el curso natural del parto y hacer imprescindible la intervención agresiva del médico —sostiene Cara, que abandonó la práctica en una maternidad porque atentaba contra sus principios—. Todo sería mucho más fácil si el médico cediera el protagonismo a la mujer, y no a la inversa».
«La gente parece resignada a las cesáreas, a las espisiotomías y a las epidurales —dice María Jesús Montes, directora de la Asociación Nacer en Casa y una de las contadísimas matronas que practica el parto natural en España—. Las mujeres no son conscientes de que se están perdiendo la experiencia más fabulosa de su vida... Imagino que la cosa cambiará, pero de momento es una alternativa bastante minoritaria».
La vuelta al parto natural está haciendo reflexionar también a la clase médica. «Menos obstetras y más comadronas», recomienda la Organización Mundial de la Salud en su informe Tener un hijo en Europa: «La evidencia señala que no sólo la mujer parturienta ha perdido el control, sino que también la tecnología de la natalidad está incontrolada».
En 1996 supimos que España figura en los primeros puestos de Europa por cesáreas innecesarias: unas veinticuatro mil todos los años. Por esas mismas fechas tuvo un gran impacto un programa sobre el parto natural emitido por televisión. Aun así, las madres que se decidían a dar a luz en casa no pasaban de las doscientas al año.
Holanda y Dinamarca son la avanzadilla del parto en casa, que también se está extendiendo por Inglaterra y por Estados Unidos. En 1997, el 2 % de los niños americanos nacieron a domicilio, según datos de la asociación NAPSAC, pionera en defensa del nacimiento natural.
En los países de nuestra esfera, las impersonales maternidades están dejando paso poco a poco a los «centros de nacimiento», un modelo importado de los países nórdicos que combina la calidez de un hogar con la «protección» de un hospital. El Centro Acuario, en Denia (Alicante), ha sido el primero en abrir brecha en nuestro país.
Como solución intermedia, los "centros de nacimiento"| una buena alternativa para quienes no se atrevan a niño en casa. Siempre y cuando no existan complicaciones en el parto debería volver a ser una experiencia familiar y humanamente simple y al mismo tiempo enriquecedora, nada traumática. A la mujer embarazada no se la puede tratar como a un enfermo de apendicitis; ni al niño recién nacido como a un «paciente» que conviene blindar a toda costa frente a la amenaza de sus propios padres.