SUBIRSE A LA CORRIENTE
Los psicólogos lo llaman el «flujo» o la «corriente». Y también: la «zona zen», el estado de gracia, la armonía perfecta. En suma, la felicidad fugaz que uno experimenta cuando siente que todo fluye, que el tiempo es suyo, que hemos conseguido atrapar mágicamente el aquí y ahora.
Mihaly Csikszentmihalyi, profesor de la Universidad de Chicago, lo ha bautizado en un libro como La experiencia óptima: «Se trata de un estado físico, intelectual y emocional que nos transporta como a otra dimensión».
El 85% de la gente lo ha experimentado alguna vez, y el 20 % confiesa llegar a sentirlo todos los días. A la «corriente» se llega por vía de la concentración y la abstracción. A veces basta con la repetición mental de ciertas palabras clave, o con enfocar la vista a un punto inmóvil; en otras, hay que recurrir a técnicas más complejas de visualización o autohipnotismo. Se puede aprender a entrar en ella desde niño, y aplicarla mayormente al estudio y al trabajo.
Quienes mejor conocen la «corriente» son los deportistas. Los atletas, los arqueros y los remeros del equipo olímpico americano la pusieron en práctica en Atlanta (el equipo español también experimentó en gimnasia). Se trata, en definitiva, de lograr el mayor rendimiento posible poniendo el énfasis exclusivamente en lo que se está haciendo en ese momento y evitando distracciones mentales que frecuentemente nos trasladan al futuro y al pasado. El secreto está en saber mantenerse en un estado de «concentración relajada».
El «flujo», sostiene el profesor Csikszentmihalyi, es perfectamente alcanzable en nuestra vida cotidiana: «Basta con ubicarse mentalmente en esa delicada franja que separa el aburrimiento de la ansiedad, que son los dos extremos entre los que habitualmente nos movemos».
Cuando metemos el pie y la cabeza en la «comente», nuestra percepción del tiempo cambia como de la noche al día. Fluimos con el agua y nos sumergimos en una especie de atemporalidad. Las horas nos parecerán minutos, y los minutos, horas. «Lo que ocurre en nuestra mente en esos momentos tiene muy poco que ver con la forma convencional de acotar el tiempo a que nos tiene habituados el reloj», asegura Csikszentmihalyi.
El autor de La experiencia óptima nos sugiere que saltemos con frecuencia a la «corriente» como una forma de disfrutar más del momento y acercarnos a la felicidad: «Hay dos estrategias que podemos adoptar para mejorar nuestra calidad de vida. La primera es cambiar las condiciones externas para que se ajusten a nuestros objetivos. La segunda es cambiar el modo en que experimentamos desde dentro esas condiciones externas».
Vivir el ahora de una manera mucho más consciente. Algo parecido nos proponen Diana Hunt y Pam Hait en El tao del tiempo, un intento de tender un puente entre la milenaria filosofía oriental y las rígidas prácticas empresariales de time management en Occidente:
«Hay que descubrir el regocijo de concentrarnos en la tarea y no en el minutero. Los temores que alimentan la aceleración —no terminar a tiempo, dejar asuntos inconclusos al final del día, no llegar nunca al meollo de la cuestión— se evaporan cuando abandonamos la planificación innecesaria para vivir en el ahora. Al confiar en el momento presente, nos liberamos de la presión del tiempo».
La meta, pues, es olvidarse por completo del reloj. Aprender a sembrar el día de «ahoras intencionales», que serán como los hitos que nos van marcando la pauta. Disfrutar sin agobios de la sensación de que no existe el tiempo.
¿Y las interrupciones? «No son necesariamente malas», dicen Hunt y Hait. Podemos aprovecharlas como «llamadas de alerta» para entrar en nueva secuencia temporal, o como pausas reflexivas: «En vez de coger automáticamente un teléfono, déjelo sonar dos o tres veces, y antes de descolgar, respire hondo para no acumular tensiones».
Habrá que evitar, eso sí, el exceso de compromisos, que no es sino una acumulación involuntaria y previa de interferencias. La persona que no sabe decir «no», que carece de una «elección consciente», acabará ahogándose en una maratón de compromisos laborales, sociales y familiares.
Las autoras sugieren que no nos obsesionemos con estar permanentemente ocupados y que llenemos nuestras agendas de amplios espacios en blanco, reservados para lo que en filosofía taoísta se conoce como wu-wei: «hacer» no haciendo nada.