EL PRECIO «JUSTO»
Salir de compras puede convertirse, ya lo hemos visto, en una peligrosa adicción o en un costoso entretenimiento. Pero hay otra manera de comprar, lejos de la cadena consumista, sabiendo que nuestro dinero tendrá un destino «justo» y no servirá para fomentar la explotación laboral o para pagar el contrato millonario de publicidad a Michael Jordán.
Consumir no es necesariamente despilfarrar. Consumir de un modo más consciente, con una mano en el corazón y la otra en la billetera, puede servir incluso para expresar nuestras inquietudes y nuestros valores...
Corría el año 1969 cuando unos comerciantes holandeses, preocupados por algo más que hacerse ricos, tuvieron la idea de abrir una tienda «solidaria»: productos importados directamente del Tercer Mundo, sin intermediarios ni «mercenarios» de la economía global. Tres décadas después, funcionan en Europa nada menos que 45 000 puntos de venta «solidarios», capaces de facturar al año más de 32 000 millones de pesetas.
En España, el fenómeno es relativamente nuevo, pero desde 1995 estamos asistiendo a una auténtica explosión de la economía social paralela al «boom» del voluntariado. Las cadenas como Intermón, Alternativa 3 o Ideas se han hecho tremendamente populares y están ampliando su oferta mucho más allá de los complementos y la artesanía. En las tiendas solidarias se puede comprar ropa, alfombras, muebles, productos alimenticios y un sinfín de objetos de uso cotidiano, a un precio no necesariamente más alto que en cualquier otro comercio.
Con el tiempo, y siguiendo el ejemplo de países como Inglaterra o Alemania, los productos «justos» podrán adquirirse en cualquier tienda o incluso en centros comerciales. La «etiqueta social» será el equivalente a la «etiqueta verde» que destaca los artículos que no degradan el medio ambiente.
Una vez al año, el 11 de mayo, se celebra en Europa el día del Comercio Justo. En vez de incitar al consumo por el consumo, al estilo del día del Padre o de la Madre, la fecha sirve más bien de jornada de reflexión, con puestos en la calle para llegar a ese espectro de la población —la inmensa mayoría— que sigue comprando sin interesarse lo más mínimo por todo lo que hay detrás de un determinado artículo.
En Estados Unidos, más que de comercio «justo» se habla de consumo «consciente»: se invita a los ciudadanos a que, antes de comprar, se informen de dónde se fabricó el producto y cuál es la política social de la empresa que lo comercia.
Las multinacionales están bajo permanente sospecha. Grupos como Development and Peace, Global Exchange o National Labour Committee denuncian incansablemente los métodos de explotación laboral —auténtica esclavitud del siglo XX— que utilizan algunas contratas en países como China, Pakistán, Indonesia o Haití, Todos los años, en vísperas de los excesos navideños, arrecian las campañas contra conocidísimas marcas como Nike, Disney o Mattel, fabricante de las muñecas Barbie, por la manera en que se lucran sin escrúpulos con la mano de obra barata en el Tercer Mundo. La única manera de presionar es dejando de comprar sus productos.
El consumo «consciente» tiene también su vertiente positiva. Periódicamente, el Consejo de Prioridades Económicas de Nueva York publica un ranking de las «empresas socialmente comprometidas». Negocios por la Responsabilidad Social es otra institución que agrupa a más de ochocientas empresas y que certifica con un sello de garantía que sus afiliados practican una política laboral justa.
Poniendo nuestra conciencia de ciudadanos por delante de la de meros consumidores, «leyendo» en la etiqueta de fabricación de los productos, en vez de dejarnos embaucar por Claudia Schiffer o por cualquier otro cebo, seremos capaces de dar un sentido al dinero que gastamos.