MÁS POR MENOS
Medrar es de humanos. Todos aspiramos a más por naturaleza. Lo malo es que a menudo nos cegamos en ese empeño; nos volcamos únicamente en la acepción material del progreso y olvidamos todo lo que no sea el cultivo de las apariencias.
El único límite es el que queramos poner nosotros, pero una vez iniciada la carrera es muy difícil frenar la marcha. Subido un escalón, alcanzado un estatus, hay que seguir trepando. Todos los lujos nos parecerán pocos.
Llegará un momento en que por el afán de acumular más y más, nuestras vidas irán a menos. Lo que ganamos por un lado, lo perdemos por muchos otros. Acabaremos «poseídos» por nuestras posesiones: serán «ellas» las que dicten nuestro destino y consigan robarnos la libertad de decidir por nosotros mismos.
La idea de tener más por menos no entra dentro de nuestros esquemas. El mundo en el que nos movemos nos ha hecho creer que, una vez encaramados a la montaña rusa, no existe punto posible de retorno. Jamás nos detendremos a escuchar la voz interior cuando nos advierta: «Has llegado a lo más alto; si pasas de aquí, comienza el descenso».
Joe Domínguez y Vicki Robin, los autores de La bolsa o la vida, hablan de la inevitable relación entre la experiencia de satisfacción y el dinero que gastamos. Cubiertas las necesidades básicas, la «curva de la satisfacción» sigue ascendiendo hasta alcanzar ciertas comodidades. A partir de ahí, el exceso de consumo invierte el sentido de la curva: más gastos equivalen a la necesidad imperiosa de más trabajo, más preocupaciones, más agobios de tiempo. La satisfacción es cada vez menor y entramos en una progresión «funesta» que puede arrastramos de cabeza a la infelicidad.
Domínguez y Robin no nos invitan a quedarnos en lo más alto de la curva, a instalarnos en lo «suficiente»: «un lugar valiente, seguro, honesto y reflexivo donde se aprecia y se disfruta plenamente lo que aporta el dinero a nuestra vida, sin adquirir jamás nada que no sea necesario o deseado».
«Suficiencia» no es ni mucho menos resignación o conformismo. Teniendo lo suficiente para vivir relativamente bien —«suficientes comodidades y hasta suficientes pequeños lujos»— podemos dedicarnos a enriquecer otros aspectos casi siempre sacrificados por nuestra devoción al dinero.
«El crecimiento económico y el crecimiento personal son enemigos declarados», sostiene Paul Wachtel en otro libro imprescindible: The Poverty of affluence (La pobreza de la abundancia).
«El énfasis que nuestra sociedad ha puesto en el aumento del consumo y de la productividad se ha hecho a costa del empobrecimiento de nuestra salud y nuestro bienestar».
Wachtel critica el individualismo cerril y el vacío absoluto que se esconde tras el american way of life: «La clase media se siente perdida por el enorme peso que la dimensión económica ha cobrado en sus vidas. El sistema está tan viciado que la gente ha perdido el norte y no sabe lo que realmente quiere o necesita».
«¿Tener o ser?». Es el eterno dilema, tan profusamente analizado por Erich Fromm hace más de veinte años, en los albores de la sociedad de consumo: «Si yo soy lo que tengo, y si lo que tengo se pierde, entonces ¿quién soy? Nadie, sino un testimonio frustrante, contradictorio, patético, de una falsa manera de vivir».