EL OJO ELECTRÓNICO
Viajar por Internet es lo más parecido a sentirse incorpóreo, invisible y anónimo. Sobre la pantalla, gozamos de una libertad plena para entrar donde queramos, fisgonear un rato y salir de un portazo, sin dejar rastro, sin que nadie nos vea... Aparentemente.
La realidad es tan impalpable como preocupante: miles de ojos electrónicos nos están vigilando. Con cada tecla que apretamos, vamos dejando una huella indeleble en el ciberespacio. Por eso conviene «surfear» con extremo sigilo, meditar cada paso que damos, pensárselo mucho antes de revelar cualquier detalle sobre nuestra vida privada, nuestra disponibilidad monetaria o nuestros gustos personales.
Internet es una auténtica «red» en la que pescan a diario las empresas de marketing directo. Y nosotros, los «peces» que ingenuamente mordemos el anzuelo a las primeras de cambio... En 1997 trascendió la noticia de que America Online traficaba con su fichero de ocho millones de abonados y facilitaba incluso la lista de artículos consumidos on line por sus clientes. Todo perfectamente legal, se excusó la compañía: los usuarios pueden pedir de antemano que su nombre y su dirección no vayan a parar a manos ajenas. ¿Alguien les advirtió a tiempo?
Ese mismo año se descubrió que Kellog's y McDonald's estaban usando la red para algo más que promocionar sus productos. A los niños que entraban en su web site se les sonsacaba información privilegiada sobre el sueldo del padre, la profesión de la madre o el cumpleaños de todos los miembros de la familia.
En 1990, las compañías Lotus y Equifax se propusieron comercializar un CD-ROM con datos «demográficos» de ochenta millones de familias americanas. La idea no cuajó por la oposición del frente pro-intimidad americano, alineado en asociaciones como Private Citizen o Computer Professionals for Social Responsibility y publicaciones al estilo de Privacy Journal o Privacy Times.
A mediados de los noventa circulaban en Norteamérica unas quince mil listas de consumidores en manos de las empresas de marketing directo. Con el «boom» de Internet, es de suponer que los bancos de datos hayan ampliado y perfeccionado... De un modo más sutil al que imaginó Orwell, el Gran Hermano nos está vigilando, aunque no le preocupa tanto lo que pensamos como lo que ganamos y gastamos.
«La unión de la informática y las telecomunicaciones puede convertirse en una pesadilla», alerta Simón Davis, fundador de Privacy International. Davis anda embarcado en una cruzada sin fronteras contra la intrusión de las nuevas tecnologías en nuestra vida privada. «No hay que dejar que los sistemas de control informático se implanten de manera voluntaria, porque al final acabarán imponiéndose como obligatorios», dijo a su paso por España.
En nuestro país, la defensa del derecho a la intimidad no está tan arraigada como en Estados Unidos o los países centroeuropeos, aunque las demandas planteadas a la Agencia española de Protección de Datos están aumentando a un ritmo considerable en los últimos años.
«La informática pone tus datos en manos de más personas de las que imaginas», nos advierten los expertos... Internet no es ya el espacio vasto e inexplorado que un día fue; lo han tomado al asalto las mismas fuerzas que dictan las leyes del mercado, prestas a convertirlo en un gigantesco centro comercial por el que será imposible pasear anónimamente.
«Imaginemos la red como un tablero capaz de capturar los nombres, direcciones y datos de cualquier persona que cae en ella —nos invita a reflexionar Janlori Goldman, directora del Centro para la Democracia y la Tecnología en Washington—. Si ese fichero lo vamos ampliando luego con la información que esa persona está goteando todos los días, será facilísimo trazar un perfil de su estilo de vida».
No sólo nuestro estilo de vida; también nuestra trayectoria profesional nuestras preferencias culturales y, si nos descuidamos, hasta nuestro árbol genealógico. Carole Lane, experta en bancos de datos, demostró hasta dónde se puede llegar con Internet en su libro Desnudo en el ciberespacio: cómo encontrar información personal «on line». Sus revelaciones causaron un pequeño gran revuelo en Washington: fue llamada a testificar en 1997 ante la comisión parlamentaria sobre el derecho a la intimidad.
Para evitar males mayores, la red ha creado ya su propio mecanismo de camuflaje: The Anonymizer. Conectando con su página en el web y pulsando el «click» en «Comienza a surfear anónimamente», uno puede deambular a sus anchas sin temor a ser desenmascarado.