ENFERMIZAMENTE SANOS

Los gimnasios, con sus baterías de cintas correderas y aparatos que recuerdan a los instrumentos de tortura, son la expresión más patente de comportamiento compulsivo al límite. Para sus asiduos clientes, la cita con las pesas se ha convertido en una condena voluntaria a «trabajos forzados» después de la jornada laboral. Necesitan castigarse duro no sólo con la intención de descargar adrenalina y eliminar toxinas; también para autoafirmar su ego, huir de los conflictos personales y ahogar la soledad.

Hasta aquí hemos llegado: el empeño por mantenernos sanos puede convertirse en una obsesión enfermiza. Del cuidado corporal pasamos al culto al cuerpo, y de ahí a la fitness addiction: la adicción a estar en forma.

La atmósfera que se respira en la mayoría de los gimnasios invita, más que al ejercicio saludable, a la actividad frenética y al automatismo impetuoso. La presencia ineludible de televisiones y espejos, los walkman y la música estridente de fondo nos transportan a un mundo donde la acción por la acción es la única norma. El gimnasio engancha, y cualquier contratiempo que obligue a aplazar o demorar la tabla diaria de abdominales y pectorales acabará provocando una sensación de angustia parecida a la del «mono».

A los adictos se les distingue fácilmente por su propensión a mirarse en los espejos y a subirse en las básculas. Los expertos han detectado en ellos un fenómeno también presente en los casos de anorexia: la «dismorfia muscular». Quienes lo sufren tienen el sentido de la percepción alterado; se ven a sí mismos y no se convencen. Solución: hay que trabajar más duro el músculo y atiborrarse de esteroides y suplementos.

«Su busca de la perfección les lleva a extremos como el no comer jamás en un restaurante porque son incapaces de medir la cantidad exacta de hidratos de carbono y de proteínas en los alimentos», sostiene el psiquiatra Harrison Pope en la revista Psychosomatics. «Su preocupación por la forma física es tal que renuncian a relaciones personales o se despiden del trabajo para poder dedicarle más tiempo al gimnasio».

Los hombres son tan proclives como las mujeres a la fitness addiction. Los casos llegan aún con cuentagotas a las consultas de los psiquiatras, que recomiendan un tratamiento con antidepresivos para combatirla. Pero los pacientes suelen negar su condición y se siguen dejando la piel en el gimnasio hasta que sufren una recaída. Y es que el exceso de ejercicio físico puede llegar a ser tan insalubre como el sedentarismo.

Otra de las tentaciones más frecuentes de la gente «saludable» es el atracón diario de vitaminas y suplementos, vendidos como las soluciones naturales para reforzar la memoria, esquivar el cáncer o prevenir los ataques al corazón. Varios estudios médicos han puesto en duda su efectividad y han alertado contra los incontables riesgos de las sobredosis (trastornos neurológicos, problemas gastrointestinales, irritaciones en la piel).

La «vitamanía» estalló en Estados Unidos a finales de los ochenta y se convirtió en la expresión más visible del nuevo culto nutricional. «Que no pase un solo día sin tu paquete de vitaminas» fue el mensaje que acabó calando en la población. Hasta tal punto que en 1997 había ya cien millones de americanos abonados a los suplementos. La facturación superó ese año el billón de pesetas, el doble que en 1990.

«Los consumidores se están ofreciendo voluntarios para un vasto experimento de resultados inciertos —asegura Jane Brody, columnista de salud del New York Times—. La evidencia de los supuestos beneficios de las vitaminas y los suplementos minerales en cápsulas es bastante escasa [...] Las necesidades de cada persona dependen de muchos factores —como la edad, el sexo o la constitución— que a menudo no se tienen en cuenta. La gente, en realidad, se está automedicando, cuando lo que se debería hacer es acudir a las fuentes naturales, que están en los alimentos».

Los remedios de hierbas y extractos, hasta hace poco considerados alternativos, han entrado también a saco en el mercado de la salud. Aluvión de pastillas para gente sana: el ginseng, el ginkgo, la echinacea, el alga azul... Pociones mágicas y sin contraindicaciones, preparadas por la madre naturaleza para procurarnos una mente lúcida, una energía sin límite y una perenne sonrisa. Ja.

La vida simple
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