DEL SHOPPING AL THRIFTING
El país que elevó el shopping a la categoría de deporte nacional es también el país del thrifting, el arte de la frugalidad, practicado por millones de americanos que no tienen el menor reparo en comprar una televisión usada en el patio del vecino o una mesa de comedor en una garage sale (venta de garaje). Los thriftstores, tiendas de segunda mano, gozan también de una gran tradición, sobre todo en los pueblos pequeños.
En España, tan dados como somos a los rastrillos, las tiendas de segunda mano habían caído en el más injusto de los olvidos. A mediados de los noventa, sin embargo, lo usado volvió a ponerse de moda, con clara influencia anglosajona... Second Market, Second Hand Deposit y Cash Converters son algunos de los negocios donde puede encontrarse todo tipo de artículos —ropa, palos de golf, cámaras fotográficas, vajillas, ordenadores— a la mitad de lo que costó la primera vez.
En la era del despilfarro, estas tiendas cumplen casi una función social: no sólo ahorramos dinero con ellas, también nos brindan la ocasión de reciclar todo lo que no usamos.
Si la filosofía del shopping consiste en acumular y acumular, la del thrifting empieza precisamente en el extremo opuesto: limpieza general. Amy Dacyczyn, también conocida en Estados Unidos como «la sacerdotisa de la frugalidad», publicó a primeros de los noventa una popularísima revista (The Tightwad Gazette), que estaba considerada como la Biblia del thrifting, con consejos prácticos para ir desprendiéndonos de todo lo accesorio y superficial...
Regla número uno: vaciar los armarios y prescindir de lo que no se haya utilizado en el último año (en Norteamérica funcionan incluso servicios especializados en limpiar las casas del clutter, o montón de objetos inservibles acumulados).
Los libros que no se hayan tocado en diez años, fuera. Los juguetes del niño que ya ha crecido, fuera. La mitad del ropero, fuera. Dejar sólo un par de pantalones y dos pares de zapatos. Nunca tener un duplicado de la misma cosa (dos televisiones, dos equipos de música). Descubrir el uso compartido con amigos y con vecinos. Aprender bricolaje y mecánica, hacerse los muebles, especializarse en chapuzas caseras. Vivir siempre por debajo de nuestras posibilidades.
Sin necesidad de llegar a la austeridad militante, el thrifting promueve la moderación y el ahorro. Y también, la prolongación al máximo de la vida de los aparatos caseros, de la televisión al equipo de música. Hasta el coche, extremando los cuidados, puede durar de doce a quince años. Los muebles que ya no nos gustan parecerán otros con una mano de pintura, y el sofá quedará irreconocible con una nueva funda y unos cojines vistosos.
Mientras el shopping alimenta sin medida la novofilia (la pasión por todo lo nuevo), el thrifting es fiel al lema de «lo viejo es bello».
Ahora bien, del shopping al thrifting hay todo un abismo y no se debe saltar sin precauciones: es difícil renunciar de un día para otro a la variedad multicolor de productos que ofrecen los hipermercados y conformarse con la limitada oferta de la cooperativa. Para moderar el consumo no basta con cambiar de hábitos; hay que reeducar los cinco sentidos y adoptar poco a poco una nueva actitud ante la vida.
Quienes nacimos entre los sesenta y los setenta, quienes pertenecemos a esas primeras generaciones de niños que lo tuvieron todo, necesitamos un período de «reciclaje» que puede durar años. La luz se nos encenderá, tal vez, el día en que decidamos hacer una mudanza —en el más amplio sentido de la palabra— y reparemos en la cantidad de objetos inútiles que fuimos acumulando con total despreocupación mientras duró nuestra pasión desmedida por el shopping.