HAZ LO QUE TE GUSTE...

Mientras los niños estudiaban cosas de provecho, Daniel se escapaba a la playa y construía castillos de arena en Almería. Cuando los «niños», ya mayores, se metían a estudiar Medicina o Derecho en la gran ciudad, Daniel se las ingeniaba para ganarse la vida y, encima, disfrutar con lo que hacía. A los treinta años, esa peligrosa edad en la que todo se sacrifica por el trabajo, Daniel Escribano estaba de vuelta: «Sacaba "limpios" un millón y medio de pesetas todos los meses. ¿Para qué más?». Comprada ya una casa «estupenda», con todas las comodidades a su alcance, decidió echar el cierre a su tienda de moda urbana y vivir exclusivamente del alquiler del local.

Ganaba mucho menos dinero, cierto. No se podía permitir grandes excesos, cierto. Pero lo que conseguía a cambio no tenía precio: la libertad de poder hacer lo que siempre quiso (que en su caso fue dedicarse por entero «a un tipo de arte deliberadamente invendible»).

Para Daniel Escribano, el trabajo —remunerado o no— tiene un valor muy distinto del que habitualmente le damos. Ni entonces, cuando se volcó en su negocio, ni ahora, que se encierra largas horas en su estudio, ha sentido el peso diario de la jornada laboral, la opresión de tener que ajustarse a unas reglas y a unos horarios, el deber de cumplir con los demás antes que con uno mismo.

«Hubo un momento en que sí empecé a notar que se me venía encima todo eso: fue cuando la tienda dejó de divertirme y se convirtió en un negocio como otro cualquiera —confiesa—. La cosa iba sobre ruedas, y de haber seguido, seguro que ahora iría por la cuarta o la quinta tienda, ganando a lo mejor millones al mes. Pero decidí dar ese paso y nunca me he arrepentido, aunque hubo mucha gente que no acabó de entender por qué lo hacía.

»Me gusta vivir bien, como a todo el mundo, pero una cosa la tuve muy clara desde cierto momento: por el afán de ganar más no me voy a complicar la vida...». Daniel Escribano tiene cuarenta y un años y lleva ya más de diez entregado por completo a su vocación «gratuita», que no le da dinero, pero sí satisfacción y reconocimiento: «Nunca he tenido la tentación de volver a un ajetreo como el de antes. Ahora trabajo también todos los días, pero dispongo de tiempo para reflexionar, y eso es todo un privilegio si me comparo con la gente de mi edad. La felicidad se parece mucho más a como estoy ahora; no me cabe la menor duda».

Intuición, riesgo y suerte son los tres ingredientes que le han permitido a Daniel fabricarse su propio estilo de vida. Curiosamente, esos tres factores suelen ser los últimos que la mayoría de la gente tiene en cuenta a la hora de elegir su trabajo. Lo que prima, normalmente, es la racionalidad, la seguridad y la resignación.

Las presiones sociales y familiares nos sitúan a menudo en un camino que no sentimos como nuestro, pero que acabamos aceptando sin remedio. Hay que elegir una carrera con salida si no queremos acabar engrosando el pelotón de los parados. «De algo hay que vivir», intentamos autoconvencernos. El trabajo lo vemos como un castigo divino (o como una tara que hay que sobrellevar con dignidad de lunes a viernes).

Si lo que elegimos nos gusta, que también se da el caso, al llegar al mercado laboral nos estrellamos con situaciones que escapan a nuestro control y que terminan degenerando en una suerte de yugo. Hasta el trabajo más creativo deviene así en pesada rutina. Entonces nos vence el miedo: podríamos estar peor, mejor no quejarnos.

«Haz lo que te guste; el dinero irá detrás»... La frase le vino a la cabeza como una iluminación a Marsha Sinetar, psicóloga californiana, mientras conducía por un bulevar de Los Ángeles. Al día siguiente se puso manos a la obra: decidió despedirse de su trabajo en una escuela pública, hacer las maletas, vender su casa y marcharse al campo.

Todo esto lo cuenta en un libro, Do what you love, the money will follow (Haz lo que te guste...), que la consagró como autora de éxito y le permitió vivir de lo que siempre quiso: escribir, escribir, escribir.

Sinetar nos anima a combatir ese enemigo invisible que ella llama «la resistencia»: «La gente, por lo general, rehúye los retos y prefiere instalarse en el conformismo y la seguridad. El cambio infunde miedo. El riesgo, en lo personal y en lo profesional, es mínimo... La resistencia es ese mecanismo interior que nos urge a replegarnos ante las dificultades y las exigencias de la vida».

El virus, dice Sinetar, lo contraemos de pequeños: pasarán décadas antes de que hagamos nuestra primera «elección laboral consciente». Hasta ese momento, no nos daremos cuenta de las energías malgastadas y del error de planteamiento. El trabajo no tiene por qué ser un mero medio de subsistencia; puede y debe convertirse en una prolongación de nosotros mismos, en un medio de enriquecimiento personal.

A quienes quieran seguir su ejemplo, Sinetar les recomienda «dejarse llevar». Es aconsejable un «salto con red» (un cierto colchón económico o una excedencia laboral), pero lo más importante es el olfato intuitivo y un cierto sentido del riesgo.

Después vendrá el necesario «período de espera», tan largo a veces que muchos no lo podrán soportar. La fe en las posibilidades propias —lo que Sinetar llama «riqueza interior»— es el tercer y definitivo elemento para acabar atrayendo el dinero.

Una vocación «frustrada», una afición que cada vez nos ha ido enganchando más o incluso una actividad como voluntario en una ONG pueden acabar siendo ese trabajo que de verdad nos llena y por el que tanto suspirábamos.

La vida simple
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