La entrada de Alicia en el universo
«¡Es la ley de Herodes, o te chingas o te jodes!», dice el refrán. Obedecer o aguantarse.
El gran Octavio Paz, mexicano de pro, abunda en el espíritu de los suyos señalando que «para el mexicano, la vida es una posibilidad de chingar o de ser chingado, es decir: de humillar, castigar, ofender. O a la inversa». Para este inmenso poeta, uno de los elementos más contradictorios y definitorios de la mexicanidad es la simulación: «Mentimos por placer y fantasía, sí, como todos los pueblos imaginativos, pero también para ocultarnos y ponernos al abrigo de intrusos. La mentira posee una importancia decisiva en nuestra vida cotidiana, en la política, el amor, la amistad. La mentira es un juego trágico en el que arriesgamos parte de nuestro ser». Esta concepción de la vida social como combate engendra fatalmente la división entre los que aman por una parte y los que pretenden ser amados por otra. Definitivamente, como apunta el antropólogo David Lagunas, el mexicano es maestro en el disimulo de sus pasiones, en mentir ocultando lo que se posee, ya sea el amor o el desprecio hacia el otro. En la simulación, en cambio, se pretende tener lo que no se tiene. Ahí podemos encontrar el origen de la pasión y el arrebato que sintió Alicia por su mariachi. Un combate que terminó dejando casi arrasado su joven corazón.
Los inicios del amor en otros países son parecidos al juego de las montañas rusas en la feria: se asciende hacia el compromiso y se desciende luego, para volver a subir y después retraerse de nuevo para tomar aliento o abandonar. Entretanto, el amor va aflorando y domesticándose entre risas y cuentos. En México, en cambio, el drama está envuelto en la simulación, y se trata no tanto de amar o ser amado como de ganar por encima de todo. Y esa manera de vivirlo, claro, puede provocar grandes pasiones, pero también grandes desgarros emocionales.