La intuición es un conocimiento tan válido como la razón

La intuición y la razón son dos estrategias que empleamos para la predicción y para resolver problemas. Sin embargo, escuchamos tan a menudo las virtudes de la razón que tendemos a creer que es un método superior, y olvidamos que también empleamos la intuición para realizar la mayoría de nuestras acciones diarias.

Desde siempre se ha considerado el conocimiento intuitivo como una manera menos eficiente que el razonamiento crítico cuando se compara con los méritos del pensamiento analítico. De hecho, históricamente en muchas ocasiones la ciencia ha ridiculizado el concepto de intuición, incluyéndola en la misma caja que otras prácticas seudocientíficas como la parapsicología. Socialmente, está considerada casi como un poder místico. Nuestras instituciones educativas tampoco han ayudado, y han proporcionado poca atención al desarrollo de la inteligencia intuitiva y la creatividad. Albert Einstein nos advirtió: «La mente intuitiva es un regalo sagrado y la mente racional es un fiel sirviente. Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y ha olvidado el regalo».

Por fortuna, esto está cambiando, y gracias a la psicología y la neurobiología por fin se confirma la importancia de la intuición como herramienta cognitiva; la neurociencia moderna nos demuestra que es una capacidad real que se puede visualizar mediante escáneres cerebrales.

Evolutivamente, la intuición llegó antes que el pensamiento racional y facilitó la supervivencia de los primeros homínidos, quienes carecían de maneras formales de comunicación estructurada y dependían fundamentalmente de la interpretación intuitiva y subjetiva del medio. Desde entonces, la intuición permanece con nosotros y debemos conceder a esta valiosa herramienta el mérito que se merece, con el fin de dirigir nuestros esfuerzos para liberar todo el potencial de esta parte de nuestra mente no consciente.

A menudo, nuestra mente no consciente, la intuición, el instinto, nos muestra lo que debemos hacer mucho antes de que nuestra mente consciente reaccione. ¿Por qué y cómo?

La neurociencia moderna ha demostrado que la mayoría de nuestros pensamientos y acciones están influenciados por procesos cerebrales no conscientes escondidos de la introspección consciente. Así, nuestro cerebro procesa diariamente millones de estímulos, y demasiado a menudo las imágenes entran en nuestro cerebro sin que nos demos cuenta. Por ejemplo, y por citar alguno de los cientos de experimentos que lo corroboran, se ha demostrado que los hombres prefieren fotografías de mujeres con las pupilas dilatadas, presumiblemente porque nuestros cerebros reconocen la dilatación pupilar como un indicador de la excitación sexual. Por lo general, las personas experimentamos procesos intuitivos bajo presión, cuando estamos sobrecargados de información o en situaciones de grave peligro. El caso del corredor de fórmula uno que frena en seco su automóvil antes de un cambio de rasante, sin saber que a la vuelta se encontrará otros coches accidentados, nos demuestra una vez más que en muchas ocasiones nuestro cerebro no consciente está al mando. La explicación del fenómeno radica en que el cerebro del corredor percibe inconscientemente y en milésimas de segundo que hay algo extraño, fuera de lugar y que no se ajusta a un patrón familiar: el público no estaba pendiente de él, sino dirigiendo su atención a lo que sucedía unos metros más allá, al otro lado del cambio de rasante.

Aunque se puede definir de muchas maneras, la intuición es un tipo de conocimiento que se basa en la capacidad para percibir señales, pistas y patrones asociados con experiencias previas. Por ello esperamos que un doctor con años de experiencia pueda realizar juicios intuitivos de diagnóstico más eficaces que un recién licenciado.

El psicólogo Daniel Kahneman, premio Nobel de Economía por sus estudios sobre los mecanismos de toma de decisiones, considera que en el cerebro humano coexisten dos sistemas, inconsciente y consciente, sistemas I y II, para organizar el conocimiento. El sistema I es rápido, intuitivo, emocional, se realiza sin esfuerzo aparente y no espera a la conciencia racional. Este sistema accede instantáneamente a nuestra memoria y la utiliza de referencia para la toma de decisiones. El sistema II es más deliberativo, lógico y, consecuentemente, muchísimo más lento. Aunque ambos interactúan entre sí, el sistema I funciona por defecto controlando nuestras acciones, y el sistema II monitoriza y se activa siempre que el sistema I tiene dificultades. Siguiendo con el símil automovilístico, durante la conducción, un conductor experto realiza multitud de acciones sin prácticamente percatarse de ello, empleando fundamentalmente el sistema I hasta que encuentra una situación que demanda la actuación del sistema II, como por ejemplo un coche que invade su carril. Kahneman nos cuenta en su libro Pensando, rápido y lento que ninguno es intrínsecamente mejor o infalible por sí mismo. Podemos suprimir nuestras intuiciones pero no las podemos apagar totalmente, y, por otra parte, el sistema II requiere de esfuerzo mental, consume mucha energía y es demasiado lento para ser eficiente en la toma de decisiones rutinarias. Por ello, una mente sana debe mantener un diálogo permanente entre el razonamiento y la intuición.

El desarrollo del conocimiento y la inteligencia intuitiva podría traernos grandes beneficios, porque, además de ayudarnos en la toma de decisiones, genera creatividad e innovación. De hecho, desde hace unos pocos años la empresa está prestando muchísima atención a estos conceptos tan importantes. De ese modo, y tras la exitosa irrupción de la inteligencia emocional en la empresa, finalmente le ha llegado el turno a la intuición. A muchos les podría parecer absurdo y muy arriesgado aplicar la intuición en los negocios, hasta que comprenden que los ejecutivos pasan la mayor parte del tiempo tomando complejas decisiones y resolviendo problemas. Naturalmente, la clave radica en saber cómo y cuándo emplear la intuición de forma correcta. En no pocas ocasiones estamos sometidos a situaciones de estrés y no nos damos cuenta de que la solución a nuestros problemas está al alcance de nuestra mano. Para ello, debemos desconectar del mundo que nos rodea y prestar la debida atención a nuestro subconsciente.

No parecería muy descabellado pensar que en un futuro se podrían implementar mecanismos de inteligencia intuitiva en los ordenadores u otros dispositivos para mejorar sus prestaciones y hacerlos más humanos. ¿Podría la domótica de nuestra casa o el ordenador de a bordo de nuestro coche detectar nuestro estado de ánimo? Son preguntas para las que esperamos respuestas apasionantes.

El sueño de Alicia
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