Las emociones y los sentimientos tóxicos

Y es que nada, o muy poco, había alterado la vida emocional de Alicia hasta esos extremos, sobre todo desde que a los diecinueve años decidiera sumergirse en el aprendizaje de competencias totalmente desacostumbradas para ella. Su boda con Julio, un músico al que había conocido en la Coral de Puebla, sólo rozó de lejos sus sentimientos; a pesar del apoteósico inicio con el Amarre de Tilma en el bosque de Chapultepec, duró poco más de tres años. Los viajes de él y los estudios de ella, concentrada en sus nuevos aprendizajes, los mantenían distantes, cada uno en su universo. La única emoción fuerte e inolvidable, que se había sedimentado para siempre en los circuitos comunes de la memoria de ambos, era su boda en dos tiempos: la interminable ceremonia azteca del Amarre de Tilma y la boda oficial poco después.

La voluntad de Alicia de profundizar en la cultura indígena le había llevado a celebrar, unos días antes de su primera y única ceremonia matrimonial, a los veintiún años, el ritual sagrado del Amarre de Tilma. Se pretendía fusionarse con la Naturaleza mediante flores, danzas y el copal, una resina que, a modo de incienso, ofrecían a los dioses los primigenios habitantes de México. El ruido de los tambores contribuiría a sincronizar a los asistentes a la ceremonia con el ritmo del corazón marcado por los vestigios ancestrales.

El ritual del Amarre de Tilma es una ceremonia sagrada en la cual una pareja se compromete ante lo divino, ante la naturaleza y el universo para formar una nueva unidad. La ceremonia la dirigen jefes de danza, personas consagradas en los ritos que otorgan la fuerza y la sabiduría necesarias a la pareja. La ceremonia consta de cuatro etapas bien diferenciadas. Primero, el llamado apalabramiento, una especie de permiso solicitado ante el altar a las esencias, el dador de la vida y los abuelos; los preparativos ocupan fácilmente seis meses antes de llegar a la ceremonia, puesto que deben efectuarse diversos rituales, como el temazcal, un intenso, y terapéutico, baño de vapor, que encierra una simbología ancestral.

Las demás etapas incluyen las promesas juramentadas de amor eterno, los rituales orquestados por los jefes de danza, que duran unas cinco horas de las diez que se prolonga la ceremonia. Ésta suele comenzar en torno a las ocho de la mañana y terminar al anochecer, a eso de las seis de la tarde. Es un rito hermoso, aunque muy exigente para los que asumen el compromiso de la unión.

Pero los días de vino y rosas de los primeros tiempos pasaron. Julio se quejaba de la imperturbabilidad de Alicia a la hora de relacionarse con los amigos y conocidos de la pareja, de su tendencia a aislarse; ella no conseguía interesarse cuando se le presentaba a otro ser, que sólo pedía un saludo o una sonrisa.

«¡Dios mío! ¡Yo tan social y tú siempre hosca y callada!», se lamentaba a menudo Julio.

Y es que Alicia no podía evitar vivir hacia dentro, centrada en la reflexión y el estudio, cada vez más ajena a su vida junto a Julio. En una ocasión, años después, ya separada de su marido, le había planteado esa realidad suya a Luis, una realidad que había dado al traste con su matrimonio:

—El resto de los humanos siempre me ha echado en cara mi hermetismo. ¿De qué me viene esa incapacidad de comunicarme con los demás, a pesar de estar a su lado?

—Creo que ya lo hemos hablado alguna vez, Alicia. Cuando eras pequeña, a tu padre sólo le interesaban el resto de los animales y los árboles. A vosotras no quería ni veros, y a los demás ni siquiera en la tele… Y tu madre imagino que bastante tenía con el trabajo en la hacienda, el cuidado de la casa, un marido nada fácil y los hijos. Es probable que las circunstancias de tu infancia espolearan una carga genética con cierta predisposición a la soledad, a la escasa necesidad de interacción social. No soy Richard Davidson, el gran especialista en este tema, pero creo que el perfil emocional de tu siempre inquieto cerebro se mueve en la parte baja de la intuición social. Hay bastantes personas como tú, Alicia, no te inquietes más de la cuenta.

El sueño de Alicia
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