Una conversación terapéutica con el Gran Sabio
Cuando Alicia dejó de sentirse tan terriblemente mal, cuando llegó la mañana en la que pudo sonreír, a pesar de la punzada de dolor que le provocaba la imagen del mariachi en su memoria, decidió contactar con Luis. Necesitaba su consejo, su consuelo, la paz que le transmitían sus palabras, y su forma, tan sensata, tan ponderada, de ver la vida. Alicia se sorprendía de no haberlo hacho antes, obnubilada como estaba por la atracción agridulce que ejercía sobre ella Benjamín. Fue un día cualquiera, por teléfono.
—Querida niña… ¡Cuánto tiempo sin hablarnos! ¿Cómo estás? ¡Qué pregunta tan absolutamente retórica! Seguro que sigues siendo mi inquieta Alicia de siempre, abismada en ti y a la vez conectada con el universo…
La calidez y complicidad de su voz hicieron sentir a Alicia que los meses, algunos años ya en realidad, no habían pasado entre ellos. Luis lograba ese efecto en ella. Alicia le contó lo que había sido su vida en aquel tiempo y, sobre todo, su mal momento vital por la ruptura con el mariachi. Luis, quizá influido por su reciente encuentro con el gran neurocientífico Antonio Damasio, le ayudó a centrar un poco lo que le pasaba por dentro y, de ese modo, a relativizarlo, primer paso para controlarlo y no permitir que te afecte más de lo debido.
—Mira, Alicia, las emociones pertenecen al cuerpo y los sentimientos a la mente, son dos asuntos diferentes. Relacionados, pero diferentes. Cuando estabas bien porque sentías que tenías a tu mariachi junto a ti, que él te era fiel, surgía en ti un sentimiento de tranquilidad, incluso de placer. Pero ahora tienes miedo, estás enfadada, en conflicto, creas falta de armonía, y es entonces cuando percibes que hay algo que no va bien. Y eso que no va bien en tu vida se llama pasión, una emoción que surge de muy adentro, de tu química y de la de él… ¿Cómo podemos controlarlo?
—No lo sé. Yo lo intento, pero no sé cómo hacerlo en realidad. Dímelo tú.
—Hay dos formas, dos posturas sobre cómo contener la pasión. La primera es la más racional, la que requiere de una férrea fuerza de voluntad, que no siempre se tiene, por la que simplemente dices no, y por la fuerza de tu voluntad te alejas del foco perturbador. Y luego está una postura más humana, más, quizá, realista, comprensiva con nuestras debilidades: si la voluntad no puede con ello, contrarrestemos esa emoción negativa con una emoción igualmente intensa pero de signo contrario, una emoción que minimice la emoción negativa que te convierte en una persona disminuida.
—Tiene sentido, Luis, claro…
—Por supuesto que lo tiene. ¿Y qué es, Alicia, lo que a ti te hace conectar con el universo, lo que te hace sentir plena, sentirte bien contigo misma? ¿He de contestar yo?…
—Claro que no. Ya lo sabes. Aprender, conocer, avanzar, leer, intentar aprehender un poco más este desbordante mundo nuestro. Eso me hace feliz. Mucho.
—Ahí tienes tu respuesta, siempre ha estado ahí. Busca la gratificación que te da todo eso, y llegará un día en que el dolor por esa emoción negativa que te corroe se irá suavizando, difuminando, hasta casi desaparecer. Sólo quedará una pequeña cicatriz, ya lo verás.
—Tú eres una emoción positiva para mí, Luis, y lo había olvidado. Aunque la nuestra sea una relación atípica, desigual, imposible… Tú me ayudas y me haces mejor.
—Tú también a mí, Alicia, te lo aseguro. Tú también a mí…
Siguieron hablando y se despidieron con promesas cargadas de buenas intenciones que ambos sabían serán difíciles de cumplir. Como siempre entre ellos. Pero Alicia colgó el teléfono con una sonrisa en los labios y en los ojos como hacía mucho que no se dibujaba en su rostro.