Un curioso binomio: creatividad y trastorno mental
Dos hallazgos en el laboratorio han permitido identificar esa correlación entre éxito y desvarío mental. El primero fue darse cuenta de que la creatividad es un proceso lo suficientemente exigente para demandar la colaboración de los dos hemisferios cerebrales, y no sólo del izquierdo, como se había pensado hasta entonces. Curiosamente, como había descubierto el propio Gustavo, interesado desde pequeño en profundizar en el conocimiento de la creatividad, la relación entre psicosis y diversidad, entre competencias distintas, está en la base de la innovación disruptiva; es decir, de la inventiva fruto de relacionar horizontalmente, en vez de profundizar en un espacio menguante.
El segundo paso en consolidar los vínculos entre psicosis y creatividad se produjo en la Universidad de Semmelweis de Budapest, donde un equipo de investigadores del departamento de Psiquiatría descubrió que una determinada variante del gen neuregulin 1, previamente asociado con trastornos mentales como la esquizofrenia o el trastorno bipolar, también se encuentra en personas con altos niveles de creatividad. Curiosamente, la universidad de Semmelweis adquirió su nombre en honor a un médico húngaro a quien la incomprensión por parte de sus colegas le causó un desarreglo mental que le provocaría la muerte.
A Gustavo le encantaba profundizar en la biología de la creatividad. Se sentía muy a gusto con ella; sumido en sus elucubraciones creativas, no tiene nada de extraño que siguiera pegado a su madre hasta el final. Fue el último en irse cuando ya no quedaba nadie.
—¿Pensaste algo, bueno o malo, me da igual, de João hijo? Casi toda la especie humana dormía acompañada todavía, pero João ya no frecuentaba a nadie. Yo misma tengo un cierto complejo de culpabilidad —añadió Alicia.
Y, de repente, después de doce años de permanecer callado, João reapareció y dijo:
—Nunca supisteis por qué me considerabais un extraño, alguien maldito. Comparado con mis otros hermanos, yo era un malcriado; me considerabais un señorito, lo que contribuyó a que siempre echara de menos otro universo. Allí nadie quería a nadie.
—Nunca le compadecisteis a pesar de lo mal que lo pasó —suspiró Magdalena con sus dieciocho años recién cumplidos—. Nadie supo cómo, pero logró hacerse con una bici para traficar hierbas aromáticas y divisas argentinas. Sólo soñaba con hacerse millonario jugando con divisas en Buenos Aires. Recuerdo muy bien cuando padre le dijo: «Ahí van parte de mis ahorros para tu primera escala en Montevideo y luego para Buenos Aires; ahora bien, no hay viaje de vuelta. Allá tú con tu vida», le recalcó.
Se despeñó un día por un terraplén con la bicicleta. Quedó agarrado a un tronco a mitad de camino entre la carretera de donde se había caído y el lago a sus pies; fueron seis horas interminables antes de que alguien le sacara de allí. Dos años después de aquello, le dijo un día a su hermana Magdalena que había entendido perfectamente lo que le pasaba a João por dentro: «No sé nunca dónde he guardado la bicicleta, y de un tiempo a esta parte empiezo a temblar sin saber si tengo que doblar a la derecha o a la izquierda».
—Hoy dirían que había muerto de una enfermedad degenerativa, pero siempre pensé que la caída por el barranco había dislocado para siempre su cerebro —intervino Alicia.