¿Quién inventó el amor?
A Alicia, absolutamente cautivada por la conversación y, sobre todo, por el despliegue de conocimiento del neurofisiólogo, le interesaba saber si mediante la luz se podían manipular emociones como el desprecio o el amor. En la cena que siguió a la entrevista tuvo la oportunidad de charlar, meditar e imaginar sobre todo ello. La primera reflexión, que surgió frente a un magnífico Rioja, planteaba la idea de que la gente, según Alicia, sigue sin saber realmente qué le mueve, por qué actúa como lo hace.
—¿Todos los animales como nosotros sienten lo mismo? ¿De verdad todo pasa por el cerebro? ¡Dios mío, es incomprensible que se sepa tan poco todavía!
—Alicia, tú no puedes ignorar que la ciencia ha rehuido hasta ahora explorar el contexto emocional; sólo existía para ella el llamado método científico, que en ningún caso se aplicaba al mundo de las emociones. Por fortuna, hace ya tiempo que todo eso ha cambiado, de la mano de hombres tan interesantes como Richard Davidson, neurocientífico mundialmente reconocido por su investigación acerca de los mecanismos que contribuyen a generar desórdenes emocionales como la depresión y la ansiedad. —Luis se detuvo de repente para llevarse la copa de vino a los labios, a la espera de la retahíla de preguntas que estaba seguro le lanzaría Alicia, siempre curiosa, siempre Kalmikia.
—¿Se sabe por lo menos quién inventó el amor? No me digáis que a estas alturas no se conocen todavía las circunstancias concretas de su nacimiento… Vamos a ver, ¿es un subproducto cultural o es fruto de la biología?
—Alicia, ¿cómo negar que la sorpresa expresada en el rostro de los chimpancés es una expresión biológica? De igual modo, está comprobado que la idea del amor no depende de las culturas. El amor, como el miedo, es innato, y lo llevamos dentro. Porque hay unos circuitos cerebrales del amor dentro de cada uno de nosotros, y la base genética es muy fuerte. Los niveles de oxitocina, vasopresina, dopamina, testosterona, estrógenos, serotonina, cortisol… Todas esas hormonas nos influyen de manera irremediable, no tendría sentido negarlo. Pero también es cierto que enamorarse depende en buena medida también de nuestras experiencias pasadas. Hay quien afirma que el enamorarse tiene connotaciones de transferencias del pasado, y muchos psicólogos ven en el enamoramiento un retorno a la infancia, a aquello que nos hizo felices o a aquello que se nos hurtó, ya sea el cariño de un padre o una madre, un amor platónico o unos celos exacerbados.
—Cómo te gusta incitarme a pensar, Luis… Seguiré indagando sobre ello, me interesa mucho. En definitiva, que con independencia de la influencia cultural y del pasado, el amor tiene que ver más con la biología, ¿es eso?
—Eso es, Alicia, eso es. Somos química e impulsos eléctricos. Y nuestras percepciones y el mundo que vemos no son más que la representación de la realidad en el lenguaje de impulsos eléctricos en miles de millones de neuronas. Almacenamos y rememoramos recuerdos mediante impulsos eléctricos…, y los impulsos eléctricos también controlan nuestros movimientos y determinan nuestras emociones. Es más, tus neuronas deciden antes que tú.
—Para que luego se hable del imperio de la razón. No somos nada. Y lo somos todo. Unos seres bien curiosos, ¿no lo crees así? —Él asintió con un gesto de su blanca cabeza, los ojos pícaros clavados en su discípula, antes de proseguir.
—A veces en broma, a veces muy en serio, les digo a mis amigos del ambiente judicial que no deberían dar tanta importancia a lo que dice la gente en sus declaraciones, porque probablemente no sea más que lo que les digan sus neuronas.
—Sería genial poder generar en el cerebro la sensación de satisfacción, o de recompensa, empleando un simple haz de luz. Es indudable que el cerebro busca recompensas todo el rato… Eso podría cambiar la manera de vivir de la gente…
»Me puedo imaginar un futuro en el que sea posible desactivar un deseo en particular o determinados sentimientos del cerebro. Si alguien está siempre enfadado o es violento, ¿crees que lograremos desembarazarnos de algunas de estas sensaciones?
Fue la última reflexión de Alicia, sin duda con la imagen, cada vez más difuminada, del mariachi en mente. Racionalizando lograba aprehender, y de ese modo racionalizar y controlar, y eso la ayudaba.