Alguien se acordará del teatro de marionetas
Es muy probable que el acto final de la representación de la comedia humana se parezca al teatro de marionetas que el neurocientífico Gero Miesenböck montó con su compañía de moscas de la fruta. ¿Por qué? Por una razón muy sencilla: hasta hace muy poco tiempo lo más preclaro del pensamiento consistía en saber observar, tanto si se trataba del pensamiento racional como de la conducta inconsciente de los distintos organismos, fueran o no considerados inteligentes.
Gero ha consagrado a nivel científico, y por lo tanto al de todo el pensamiento analizable, la imperiosa necesidad de controlar, de saber por qué ocurren determinadas cosas; ha establecido, en definitiva, que la pura observación no puede desvelar el propósito de modelar el futuro. La ciencia y los científicos no sirven sólo para observar y explicarse las razones de lo que están viendo, sino también para controlar y variar los procesos con vistas a inventar un mundo distinto.
Alicia aprendió en su viaje al antiguo Oxford —¿hay alguna otra ciudad que pueda comparársele en la cristalización del tiempo, del tiempo pasado?— que no basta con observar, sino que es preciso conocer en detalle las posibilidades de controlar, de repetir en beneficio del resto de los humanos escenarios hasta entonces nunca imaginados.