Los límites cognitivos
Un trabajo de investigación reciente del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT, por sus siglas en inglés) ha demostrado que las bases neuronales de la memoria visual de trabajo tienen una capacidad limitada. De media, un humano adulto sólo puede retener en su mente consciente cuatro cosas al mismo tiempo; enfrentado con una lista de objetos, lo más probable es que sólo recuerde los cuatro primeros. Quizá, por ello, cuando no llevamos la lista de la compra al mercado siempre olvidamos algún artículo. El estudio del MIT demostró, mediante experimentos con monos Rhesus, que tienen la misma capacidad de memoria de trabajo que los humanos, que este tipo de memoria está repartida entre los hemisferios cerebrales, y que ambos operan independientemente. Si había un objeto en el lado derecho del campo visual, el mono lo recordaba sin problemas, independientemente de que en el otro lado hubiera múltiples objetos. Sin embargo, si en el mismo lado donde estaba el objeto a recordar había otros cuatro o más objetos, entonces el mono se equivocaba un mayor porcentaje de veces. Esto quiere decir que cada hemisferio cerebral tiene una capacidad independiente y limitada para percibir estímulos externos. Cuando los monos no recordaron algo fue porque sus neuronas no registraron el objeto, y no porque hubiera un fallo en su memoria.
Parece milagroso el poder de un niño, tanto como el de un anciano, para concentrar la atención súbitamente en algo, al tiempo que se borra todo lo demás del horizonte visual o del pensamiento. No tiene nada de extraño que los educandos más prestigiosos hayan intentado entresacar de los mejores especialistas en meditación y concentración —los físicos cuánticos educados en el budismo— cuáles son los requisitos para fijarse en las nuevas competencias exigidas por la sociedad del conocimiento. No han tenido demasiado éxito, todo hay que decirlo. La primera de esas competencias resultó ser, paradójicamente, la capacidad de concentración.
La concentración no es un fenómeno de todo o nada, y hay varios tipos de foco atencional para cada actividad específica. La clave radica en saber utilizarlos. Precisamente de la capacidad del cerebro para la multiplicidad de tareas hablaban en otra ocasión Alicia y Luis.
—Me ha ocurrido tantas veces que podría recordar a todas las madres que intentaron convencerme de que la culpa de la falta de concentración de sus hijas o hijos se debía a la multiplicidad de tareas. «Es imposible que puedan concentrarse en tantas cosas a la vez», decían.
—Resulta que es falso —añadió enseguida él—. Ahora se ha comprobado científicamente que podemos prestar atención a varios asuntos a la vez.
—¿Cómo han podido demostrarlo? —quiso saber Alicia.
—Los investigadores grabaron la actividad de neuronas individualizadas en los cerebros de dos simios, mientras se concentraban ambos en dos objetos que distraían de un tercero que servía de señuelo. El resultado mostraba claramente que se puede concentrar la atención en las dos luces distintas pero importantes, sin que la luz que debía servir para distraer la atención lo consiguiera. Esos resultados demuestran que el cerebro puede prestar atención, a la vez, a más de un objeto y abrir el abordaje de tareas múltiples. Sin embargo, es de sobra conocido el lado negativo de la multitarea; debemos alertar a los jóvenes de hoy que la atención simultánea a la televisión y los deberes, mientras el adolescente espera el siguiente aviso del chat en el móvil, impacta negativamente en los resultados académicos y en su salud.
Es de justicia no pasar por alto que nuestra capacidad cognitiva y nuestra habilidad para la comunicación nos ha permitido innovar y elevarnos sobre las demás especies. Cada humano, además, es un universo diferente. No hay ni ha habido nunca uno que no sea distinto del resto.
Ahora empiezan a ser muchos los científicos, no obstante, que ponen límites futuros a la capacidad innovadora de los humanos. El estudio de la evolución indica las razones por las que los humanos no son más inteligentes de lo que realmente son. Son muchas las personas interesadas en el tipo de drogas que podrían desarrollar la capacidad cognitiva. Ahora bien, cabe preguntarse: ¿por qué no se han superado ya los límites cognitivos?
Es cierto que en la evolución se han dado compensaciones entre pérdidas y beneficios. Puede que resultara ventajoso medir tres metros de altura, pero la gran mayoría de corazones no podrían entonces hacer llegar la sangre a esas alturas, por lo que en promedio los humanos se contentan con estaturas inferiores. A Alicia le habían mencionado en cantidad de ocasiones que faltaban pocos años para que los avances de la robótica permitieran fabricar ordenadores tanto o más inteligentes que los cerebros. Estaba anclado en su diagrama del futuro.
—¿Es cierto que tenemos un cerebro limitado para siempre? Quiero decir: ¿se me está sugiriendo que, tarde o temprano, mis neuronas chocarán con un espacio finito en un universo infinito? Sencillamente, no me lo creo —afirmaba, rotunda, Alicia.
—Otros antes que yo lo han demostrado —le contestó Luis—. De la misma manera que hay límites en el mundo de las coordenadas físicas, también surgen contraprestaciones o negociaciones evolutivas en lo tocante a la inteligencia. Lo ha explicado muy bien Thomas Hills, de la Universidad de Warwick, especialista en cognición y en los orígenes evolutivos de la conciencia.
—Sigo sin creerme que tengamos una compuerta delante que nos barre la visión del futuro —le replicó Alicia.
—Se supone que el promedio del volumen de un cerebro lo limita la anchura de la pelvis de la mujer; de lo contrario se producirían más muertes al nacer. No podemos soslayar que el volumen de la pelvis de la mujer constituye el mayor impedimento físico para que nazcan bebés con grandes cerebros. El ámbito que deja la pelvis para adecuarse al volumen del cráneo del bebé es muy reducido.