Capítulo 5
Es difícil que la magia de un día como el de hoy no te atrape.
Incluso alguien tan propensa al cinismo como lo soy yo, no puede evitar recrearse con todas las cosas no cínicas de tal ocasión. Como por ejemplo lo increíble que debe de ser querer tanto a alguien como para hacerte vieja e incontinente junto a él.
Porque el brillo que hoy tiene Grace no se debe solo a la laca. Es por Patrick, el hombre con el que está a punto de casarse. Y por el hecho de que ella crea sin rastro de duda que él es el hombre adecuado para ella. Para siempre.
—¿Qué ocurre? —susurra Charlotte, mientras esperamos ante la sala principal a que la ceremonia empiece.
—Nada —digo—. ¿Por qué?
—Has suspirado, eso es todo —contesta.
—¿En serio? —susurro, un poco sorprendida.
Ella sonríe.
—No te preocupes, Evie —dice—. Algún día conocerás a alguien especial.
Eres más optimista que yo, Charlotte.
Mientras sigo a Grace por el pasillo al son de What a Wonderful World, cantada por Louis Armstrong, localizo a Gareth entre los asistentes y empiezo a pensar en la última vez que lo vi, secándose las lágrimas con la servilleta después de decirle que nuestra relación había terminado.
Trato de sonreírle para demostrarle que no quiero que nos guardemos rencor, pero él se da la vuelta a propósito para concentrarse en su libro de cánticos y oraciones. Me muerdo el labio durante un momento. ¿Qué problema tengo exactamente? Gareth no era tan malo. Ninguno de ellos era tan malo.
Miro a mi izquierda y otro de mis ex, el productor de televisión Joe, cruza la mirada conmigo y me guiña un ojo. Vale, quizá él sí era tan malo. Pagado de sí mismo, con su traje Paul Smith y su bronceado artificial. Desde el otro lado de la estancia puedo oler los cuatro litros de Aramis en los que probablemente se ha bañado.
No he visto a Peter, el músico, la tercera de mis relaciones fracasadas, pero sé que está aquí en alguna parte, jugueteando con la anilla que lleva en la lengua y haciendo sonar su omnipresente cadena, que estoy segura que lleva soldada al cuerpo.
Grace y Patrick se encuentran e intercambian unas miradas nerviosas. Supongo que aunque hayan pasado los últimos siete años juntos, estampar su firma para tratar de asegurar los próximos setenta es algo que haría que a cualquiera le diera un vuelco el estómago.
Los dos se conocieron cuando trabajaban como becarios en el mismo despacho de abogados y, aunque aquello había pasado años atrás, cuando sus amigos conocimos a Patrick supimos que él era el hombre adecuado para ella. Se produjo una conexión inmediata entre ellos y, dos niños y una hipoteca más tarde, aún sigue siendo evidente para cualquiera que los conozca.
La juez de paz es una mujer de aspecto excéntrico que lleva una falda evasé que probablemente no estaba muy de moda en 1982, cuando sospecho que la compró. Parece algo en lo que las consejeras sobre moda Trinny y Susannah escupirían para después prenderle fuego. Mientras lleva a cabo la primera lectura, me doy cuenta de que hay una persona a la que no he visto mientras recorría el pasillo.
El de los profundos ojos castaños y mandíbula esculpida. Action Man.
No, son buenas noticias. Eso significa que no tengo que volver a pensar en uno de los episodios más espeluznantes de mi vida. Porque la única persona que ha sido testigo de ello ni siquiera está invitado a esta boda. Ya puedo olvidarlo. Del todo.
Pienso en sus marcadas facciones y en la perfección de su piel, que cada vez se hacía más evidente a medida que me acercaba a él. Y recuerdo su olor, una embriagadora combinación de piel limpia y una loción para después del afeitado muy sensual. Me dejo caer sobre mi asiento. Y una mierda son buenas noticias.
Action Man, ¿dónde estás?