Capítulo 89
Al salir del Registro Civil, el sol brilla y se respira una euforia generalizada.
—Pareces muy feliz —le digo a mi madre con cariño.
—Soy muy feliz —dice, sorprendida cuando le doy un beso en la mejilla.
—¿A qué ha venido eso?
Me encojo de hombros.
—Yo también me siento feliz por ti.
Dios, últimamente me he vuelto muy sentimental. A pesar de que mi madre parece haber estado jugando con el baúl de los disfraces, cuando Bob y ella hacían sus votos, yo tenía lágrimas en los ojos. El porqué de todo esto, no lo sé. Bueno, quizá sí.
Mientras los invitados van saliendo del Registro Civil, nos encontramos con una ventisca de confeti sobre la que mi madre asegura a todo el mundo durante largo rato que es cien por cien biodegradable.
—Hacen una pareja encantadora —dice Charlotte, justo a mi lado.
—Lo es —accedo—. Y hablando de personas encantadoras, hoy has recibido un montón de cumplidos. Estás increíble.
—Gracias, Evie —dice con una sonrisa—. Nunca imaginé que podría tener este aspecto, en serio.
—Bueno, te lo mereces, Charlotte —digo—. Debes de haber hecho más abdominales que La Recluta Benjamín.
Charlotte no solo pasa más tiempo en el gimnasio que en casa, sino que en el espacio de unos meses también ha aprendido esas cosas que la mayoría de las mujeres tardan en aprender toda la vida: cómo depilarte las piernas con cera sin que te pongan la epidural, cómo ponerte lápiz de ojos sin parecer Boy George, cómo pintarte las uñas de la mano derecha sin acabar con el brazo perdido de esmalte. Hoy el resultado de todo eso está en todo su apogeo: está delgada, preciosa y, lo más increíble de todo, segura de sí misma.
Hay una muchedumbre en el minúsculo camino de entrada y está claro que la gente no debería quedarse ahí demasiado tiempo.
—Mamá —digo, cogiéndola del brazo—, tienes que tirar el ramo antes de que nos vayamos.
—Oh, tienes razón —dice.
Es curioso cómo las mujeres parecen tener un sexto sentido para esas cosas. A los pocos segundos de que mi madre se ponga en posición para tirar el ramo, unas cuantas de ellas empiezan a agruparse con una expresión en el rostro parecida a la de una manada de Cocker Spaniels al oír que van a darles galletas de chocolate para perros.
Para mi sorpresa, falta alguien. Valentina sigue hablando con Edmund y Jack al otro extremo del camino de entrada y ni siquiera se ha dado cuenta de lo que ha pasado.
—¡Valentina! —grita Grace—. ¡Si te descuidas te lo perderás!
Cuando el ramo surca los aires, a punto de enredarse en el tocado de mi madre, todas salen despedidas hacia adelante. Todas empiezan a darse codazos suave pero firmemente. Pero ninguna de las presentes tiene la agilidad, o la determinación, de Valentina.
Al oír gritar a Grace, se ha levantado el vestido y se dirige hacia nosotras a toda velocidad, abriéndose paso a codazos entre los invitados. Hace que a la madre de Grace se le caiga el sombrero de color azul pálido, que el ramo de flores de la prima Denise salga despedido, que el caftán de Gloria acabe enredándosele en la cabeza. Y, al fin, como una jugadora olímpica de voleibol, Valentina se tira a por el ramo. Milagrosamente, todo el mundo se las apaña para apartarse de su camino en este momento crucial. Bueno, todo el mundo a excepción de una persona. Yo.
Mientras Valentina vuela por los aires, casi puedo ver a cámara lenta cómo su anillo de compromiso se acerca cada vez más a mí, como si fuera un pequeño cometa que estuviera a punto de estrellarse en mi cara. Cuando me alcanza directamente en el ojo, produciendo un terrible sonido, me quedo sin aliento. El único pensamiento que cruza mi mente con absoluta claridad en estos momentos es que nunca había sentido nada así en toda mi vida.
Sentada en el suelo, me lleva unos segundos entender lo que ha pasado. Tardo en darme cuenta que la sangre me resbala por la nariz y del dolor punzante de mi ojo.
Cuando empiezo a preguntarme si tengo estrellas dando vueltas alrededor de mi cabeza, tal y como pasa en los dibujos animados, alguien más choca contra mí. Nadie se ha dado cuenta de lo que me ha pasado. Todos están demasiado ocupados mirando las flores. Aturdida, observo la escena a través de la multitud desde mi posición privilegiada en el suelo del aparcamiento.
Veo a Patrick, que hoy viste de manera mucho más desenfadada que cuando se casó con Grace, sonriéndole a Charlotte.
—Tú debes de ser la próxima en casarse, cariño —bromea mientras pone un brazo alrededor de los hombros de Charlotte. Señala las flores que sujeta firmemente entre las manos. Se las ha arrebatado a Valentina por segundos.
—¿Acaso sales con alguien en secreto y no nos lo has dicho? —dice él, con una silenciosa risita.
Charlotte lo mira y se pone tan colorada que parece que sus mejillas hayan alcanzado los 200 grados Fahrenheit. Es evidente que está encantada por haber cogido el ramo de flores, porque nunca, en todos los años que la conozco, le había visto sonreír tan ampliamente. Decido tratar de ponerme de pie e ir a felicitarla.
Pero justo en ese momento me desmayo.