Capítulo 76
Cuando llegamos a la otra dirección, está claro que esta sí que es la mejor candidata. Porque, desgraciadamente, no somos los primeros en llegar. De hecho, nada más lejos de la realidad. Ya hay cuatro periodistas esperando fuera y seguro que vienen más de camino.
—¿Ha habido suerte? —le pregunto a Andrew Bright, del Daily Mail.
—Qué va —dice—. No hay nadie en casa, pero me han ordenado que me quede hasta que vuelvan.
Me temo que eso será exactamente lo que haremos nosotros.
Veinte minutos más tarde miro el reloj y sé que la versión de Graham sobre la noticia del día será la que aparezca en la portada del Echo, con unas líneas más añadidas por el periódico y sin ninguna foto o entrevista hecha a la familia.
Ya no llego a la segunda edición y el período de entrega (evidentemente imposible) ha expirado. Sé que la única opción que me queda es conseguir algo espectacular para mañana. Aunque, a juzgar por las conversaciones a las puertas de la casa de los Harper, me va a resultar tan difícil como al resto de los que están allí.
De repente, mi teléfono empieza a sonar y me pongo en guardia. Podría ser Jack.
—Evie Hart —digo, y me sorprendo al notar la combinación de esperanza y desesperación que percibo en mi voz.
—Evie, ¿seguís a las puertas de la casa de los Harper?
Genial. No se trata del nuevo amor de mi vida, sino del jefe de Redacción que menos me gusta.
—Sí —digo—. Aunque estaba pensando en dejar aquí a Graham para seguir con las llamadas de teléfono. Es absurdo que estemos aquí los dos.
—Y que lo digas —dice Simon—. Ya puedes traer tu culo hasta aquí. Has malgastado toda la maldita mañana.
Voy en un taxi camino a la redacción cuando el móvil vuelve a sonar. Me doy toda la prisa que puedo, pero es evidente que Simon no se da cuenta de que los taxis contratados por el periódico no son famosos precisamente por su sentido de lo que es una urgencia.
—Estoy de camino —digo en cuanto descuelgo el teléfono.
Pero nadie contesta y se corta la comunicación. La verdad es que ese hombre es el encanto personificado. Aún no ha pasado un mes entero desde que nos conocemos profesionalmente y ya me cuelga el teléfono. Cuando vuelve a sonar, decido que quizás debería ser más educada si quiero que empecemos a llevarnos bien.
—Hola —digo, pero sé que mi voz sonaría más alegre si estuviera hablando con el médico por una infección de gonorrea.
—Evie, ¿eres tú?
Casi pego un salto en el asiento.
—¡Jack! ¡Madre mía! ¿Estás bien?
—Estoy bien —dice—. Pero esta línea es terrible y tendré que darme prisa. Escucha, perdona por lo del fin de semana.
—No te preocupes —digo—. No puedo enfadarme con alguien que coge un avión para rescatar rehenes.
—No estoy seguro de si lo que he hecho es tan heroico —dice—. Escucha, tengo que volver pasado mañana. Entonces te llamaré, si te parece bien. Mientras tanto, lo lamento mucho. Si puedo hacer algo para compensarte, dímelo.
—Ahora que lo dices —comento—. Hay algo que sí podrías hacer por mí.