Capítulo 119
—Bueno, a pesar de todo la boda ha estado genial —dice Georgia, mientras compartimos los contenidos de su bolsa de maquillaje, que van desde los pintalabios Rimmel de 3,99 libras a polvos faciales que probablemente cuestan más que el oro en polvo.
—Hace que la tuya parezca insípida, ¿verdad? —digo, poniéndome un poco de colorete en las mejillas para tratar de darles un poco de vida—. No hubo peleas ni ataúdes ni rupturas matrimoniales. O sea, muy aburrida.
—Gracias a Dios —dice riendo—. Aunque Valentina ha estado increíble. Se lo ha tomado todo muy bien. Hablando de tomarse las cosas bien, ¿cómo estás tú, Evie?
—¿A qué te refieres? —pregunto.
—Bueno, he oído que todavía estás afectada por lo de Jack —dice—. Y no hemos tenido ocasión de hablar del tema, ¿verdad? No te había visto desde la boda de tu madre.
—Estoy bien —digo—. En serio, Georgia. Estas cosas pasan.
—Bueno, si te sirve de consuelo —continúa—, Beth me ha dicho que él parece un alma en pena en el trabajo desde que ocurrió.
Me quedo callada durante un momento.
—¿Beth? —repito.
—Sí, Beth. Ya sabes, mi prima —dice.
—Sí. Lo sé. Conozco a tu prima Beth. Pensaba que habías dicho que él parece un alma en pena en el trabajo.
—Es lo que he dicho —replica—. Trabajan juntos.
—¿En serio? —Me siento un poco confusa—. Dios, no tenía ni idea. Es decir, averigüé que estaban juntos pero...
—¿Que estaban juntos? —repite Georgia—. Evie, no están juntos.
Frunzo el ceño.
—Trabajan juntos —explica—. Pero desde hace muy poco. Beth siempre ha querido trabajar como cooperante y habló con Jack en nuestra boda sobre la empresa que dirige él. Le dijo que iba a quedar vacante un puesto de administrativa, así que le llamó el lunes y empezó a trabajar allí una semana más tarde.
—Entonces, ¿sigue trabajando allí? —pregunto.
—Sí —dice Georgia—, pero no hay nada entre ellos dos, lo prometo. Lo sé porque a Beth le ha gustado desde el primer momento, pero él ni siquiera le ha prestado atención. No está interesado en ella. Y ella no deja de quejarse al respecto.
Sacudo la cabeza de un lado a otro.
—¿Pero por qué no me dijo que trabajaba para él? —pregunto.
—Probablemente porque es hombre —dice Georgia, restándole importancia—. Entre los colegas de Pete hay gente que ha muerto, se ha quedado embarazada o se ha cambiado de sexo y ni siquiera se ha molestado en comunicármelo.
Eso podría explicar el intercambio de teléfonos. Y las llamadas perdidas.
—Pero hay algo que no entiendo —le digo a Georgia mientras cierra la bolsa de maquillaje. Le cuento lo de la llamada de Beth que yo respondí en la boda de mi madre. Que se había dejado una camiseta en el piso esa mañana. ¿Cómo podía explicar eso?
—No lo sé —dice, confusa—. Un momento, estás hablando de la noche en la que se casó tu madre, ¿no?
—Sí.
—Bueno, no podía haber estado con él la noche antes porque celebrábamos el cincuenta cumpleaños de mi tío Tom. Estuve con ella toda la noche. De hecho, nos quedamos en un hotel.
Se me cae el alma al suelo. No sé qué explicación hay para lo que me dijo por teléfono. Pero ahora sé que acusé a Jack públicamente de ponerme los cuernos cuando era totalmente inocente. Lo hice después de que se enterara de que le había mentido sobre mi pasado, sin dignarme después a coger el teléfono para pedirle perdón.
Nunca había tenido tanta necesidad de ponerme a llorar.
—Eh, cariño —dice Georgia—. No te preocupes.
—Lo siento —digo, tragando saliva—. Pero Georgia, es que esto es un desastre.