Capítulo 79

Oh, Dios. ¿Qué estoy haciendo?

He cantado delante de toda clase de público: padres y profesores en la escuela, estudiantes en la universidad, y también he cantado muchas veces delante de la gente en este local. Pero después de que Jack se haya pasado una hora tratando de convencerme para que hiciera esto, cosa que ha acabado por conseguir, de repente me siento extremadamente nerviosa.

Me sudan las manos, tengo el estómago como cuando como un curry de mala calidad y, ahora que estoy aquí, solo puedo pensar en por qué demonios he accedido a hacer algo así. Vale, la copa de vino y las dos cervezas probablemente tienen algo que ver con eso.

Al menos la banda es muy buena, tanto que me sorprende que hayan querido acompañarme en el escenario. Al del bajo lo conocí vagamente en mis tiempos como cantante de Bubblegum Vamp, cuando salí con uno de sus amigos. Duramos cuatro días. Un momento reseñable de mis problemas con el compromiso.

Cuando suenan los primeros acordes, me doy cuenta de que la canción que he escogido no es la adecuada. Vi a Ruby Turner cantando Nobody But You en directo en el show de Jools Holland hace unos años y me enamoré de esa canción al instante. Pero debería haber recordado uno de los principios básicos de cantar en público: nadie debería tratar de emular a Ruby Turner si no es Ruby Turner.

Un foco me ciega de repente y me pregunto si todo el mundo es consciente, como yo, de la gota de sudor que me recorre la frente.

Ya es demasiado tarde para preocuparse. Inspiro hondo y, en cuanto empiezo a cantar esas bellas palabras, desaparecen mis nervios. Porque, aunque parezca increíble, la verdad es que mi voz no suena mal.

Nunca nadie me dio nada... —digo con voz quejumbrosa.

Levanto la vista y me doy cuenta de que la gente me mira como si tuviera ganas de escucharme. Cierro los ojos y me imagino cantando en el baño, desinhibida, sin público, solo con la compañía de una radio crepitante y un montón de botes de acondicionador de cabello.

Puede que me equivoque, pero de repente tengo la total convicción de que lo hago bien. No, nada de bien. ¡Lo hago de maravilla!

Nunca nadie me cogió de la mano —susurro.

Miro al bajista y hace un gesto de aprobación. Aún estoy nerviosa, pero me siento en la cima del mundo.

Nadie. Nadie excepto tú.

Fijo los ojos en Jack y canto para él con toda mi alma. Pero cuando me dispongo a cantar la segunda estrofa, alguien más llama mi atención. Alguien de la primera fila. Alguien que me saluda.

Oh, Dios mío.

Oh, mierda.

No puede ser.

Sí que lo es.

Es Gareth.

Vaya, la última frase de la canción no ha sonado muy bien.

Cada vez que me sentía perdida...

Oh mierda, mierda, mierda. Aún peor.

Trato desesperadamente de concentrarme, pero solo puedo centrar mi atención en Gareth, cuya sonrisa de pronto se parece a la de Jack Nicholson en las últimas escenas de El resplandor.

Intento por todos los medios que mi voz suene suave y ronca, pero parece que haya cogido un resfriado. Cuando la gente empieza a darse la vuelta, miro al bajista en busca de un poco de apoyo moral. Esta vez, evita mirarme a los ojos, y es evidente que desearía estar tocando para alguien con más habilidades vocales. Como las Cheeky Girls, por ejemplo.

Gareth se encuentra en la parte delantera y es la única persona de la sala que se mueve al ritmo de la música, con los ojos fijos en mí. Nerviosa, miro a Jack, que está en el otro extremo de la sala. Me ve y me sonríe, dándome ánimos. Por alguna razón, me recuerda a mi profesora de la escuela dominical, aquella vez que me tire un pedo con disimulo cuando tenía seis años en mitad de la representación de la Natividad. Incluso a esa edad, fui consciente de que la Virgen María no podía peerse, al menos no en público, y por muy comprensiva que se mostrara mi profesora, la humillación que sentía no iba a desaparecer así como así.

La canción llega a un punto álgido. Cierro los ojos, tratando desesperadamente de no ver a Gareth y decidida a dar todo lo que tengo al llegar a la frase final y más difícil.

Nadie excepto ¡TÚUUUUU!

He dado todo lo que tenía, sin duda.

Qué pena que pareciera una gallina a la que están matando.

Damas de honor
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