Capítulo 117
Empiezo a pensar que tengo más posibilidades de encontrarme con el Yeti que con Grace en esta boda.
Me he pasado la última media hora buscándola, desesperada por aclarar las cosas, sin éxito. Entonces, cuando empiezo a creer que se ha marchado, la veo al otro lado de la sala hablando con Bob. Me dispongo a llegar hasta ellos cuando oigo una voz familiar que me causa tanto placer como el sonido que hace la tiza al rascar la pizarra.
—¡Evie! Estás increíble, como siempre.
Me doy la vuelta y veo a Gareth, en el balcón, dando caladas a un Marlboro con la fuerza de succión propia de una aspiradora industrial.
—No quiero hablar contigo, Gareth —digo.
Es la primera vez que le veo desde que decidió hablarle a Jack sobre mí, sobre mi pasado y sobre esos malditos pendientes.
—Oh, ¿por qué no? —dice—. ¿No quieres hablar sobre el tema de los pendientes? ¿O de tus problemas con el compromiso? Espero que no metiera la pata.
—Se lo contaste a Jack a propósito, ¿verdad?
Gareth se encoge de hombros, tratando de parecer calmado, pero se rasca la cara con tanto ahínco que sé que no lo está en absoluto.
—Creía que no era el adecuado para ti, eso es todo —murmura.
—Ah, ¿y por qué no? ¿Porque me gustaba más que tú?
—No te pega lo de estar enfadada, Evie —dice, señalándome con el dedo.
—Gareth —digo, decidiendo que quizá sí quiero hablar con él después de todo—, ¿puedo hablarte sin tapujos?
—Claro —dice.
—He intentado ser amable contigo —le digo—. Traté de dejarte de la mejor manera posible. Traté de no decirte que aunque fueras el último animal, mineral o vegetal que quedara en el planeta, antes me pasaría la noche sola en casa viendo Countdown. Te he perdido perdón por romper contigo en incontables ocasiones y, para ser sincera, no voy a hacerlo más. Porque ahora no lo lamento. Me alegra haberte dejado. Desearía haberme dado cuenta antes de lo miserable que eres.
—Veamos si lo he entendido bien —afirma, con el ceño fruncido—. ¿Estás diciendo que nunca, nunca más accederás a salir conmigo otra vez? ¿En serio?
Le quito el cigarrillo de la mano y se lo apago en su corbata de poliéster rosa. Abre los ojos de par en par, incrédulo.
—Gareth —le digo—. Creo que por fin empezamos a entendernos.