Capítulo 36
Casa de Grace y Patrick, Mossley Hill, Liverpool.
Viernes 30 de marzo
Grace está sudando de nuevo. Y no se trata de ese sudor moderado que aparece en cualquier anuncio de desodorante, sino más bien del tipo que hace que se te ponga la cara colorada y que el pelo se apelmace en tu frente.
—Ojalá estuviera en las Maldivas —refunfuña mientras se agacha para buscar sus zapatos bajo la cama—. Podría acostumbrarme a ese ritmo de vida.
—¿Puedo hacer algo para ayudarte? —pregunto mirando el reloj mientras pienso que para cuando lleguemos a la despedida de soltera ya irán por los tequilas y el striptease masculino.
—Eh, sí —dice al tiempo que se pone el top—. Seguro que sí. Déjame pensar, ya sé, pregúntale a Polly si ha visto mis zapatos. Los que tienen diamantes.
Polly está en el piso de abajo viendo Bob Esponja y está tan ensimismada que solo si los alienígenas invadieran el salón saldría de su trance.
—Hola, Pol. ¿Qué tal? —pregunto.
—Bien —dice, sin apenas pestañear.
—¿Has visto los zapatos de tu mamá? —pregunto—. ¿Los que tienen diamantes?
—No —dice. Apenas mueve los labios.
—¿Estás segura?
—Mmm, sí —dice.
—Vale —digo, preguntándome qué hacer a continuación.
—Evie —dice mientras me dispongo a salir de la habitación—. ¿Por qué tienen diamantes?
¿Por qué?, son las palabras de moda para Polly, además de ¿Qué? y ¿Dónde? y de cualquier otra cosa que pueda ir al principio de una pregunta. Últimamente, desde que se levanta hasta que se va a la cama, bombardea a Grace, a Patrick y a cualquiera que se le ponga a tiro con preguntas, preguntas y más preguntas. El FBI podría aprender de ella.
Esta noche hemos tocado temas tan variados como la religión: ¿Por qué Dios crea a las personas y después las deja morir? Intenta contestar a eso cuando tratas de usar el perfilador de ojos; la física: ¿Qué hay en el cielo más allá de las nubes?; las matemáticas: ¿Cuántos números hay?; la historia militar: ¿Cuándo empezaron las guerras?; el cine: ¿Por qué nació Simba, (el Rey León)?; educación sexual: ¿Por qué nací yo?; y un montón de preguntas de diversa índole que incluyen: ¿Quién ganaría una batalla entre Superman y King Kong?; y ¿Por qué la señora Harris (su profesora) tiene bigote a pesar de ser una mujer?
Según la madre de Grace, todo eso demuestra que tiene una «mente muy curiosa».
—Creo que son un adorno, para que los zapatos sean bonitos —digo.
—¿Y por qué tienen que ser bonitos? —pregunta.
Soy consciente de que esto puede convertirse en una discusión filosófica muy larga y, como el taxi tiene que recogernos a las siete y media, no estoy segura de que tengamos tiempo.
Cuando subo para ver los progresos que ha hecho Grace, me la encuentro sacando un montón de cachivaches del fondo del armario, como perchas viejas, bolsas de plástico llenas de medias, una caja llena de cremas hidratantes a medio usar y de maquillaje pasado y seis o siete pares de zapatos, uno de los cuales está cubierto de telarañas. Es la clase de cosas que esperarías encontrar amontonadas en un destartalado rincón de un rastrillo.
—Mierda —dice de repente—. ¿Puedes echarle un vistazo a las tenacillas?
Las tenacillas han empezado a hacer un agujero en el tocador y huelen como una barbacoa oxidada. Las apoyo contra una botella de crema bronceadora y oigo a Patrick chillar desde el piso de abajo.
—¿Se supone que el culito de Scarlett tiene que tener este aspecto?
Grace inspira hondo y baja las escaleras a toda prisa, seguida de mí. No estoy segura de lo que yo pueda a aportar al tema, pero al menos estaremos más cerca de la puerta.
—Mmmm —dice Grace mientras se agacha para contemplar las pruebas—. Tiene una irritación causada por los pañales. Deja que el culito se le seque del todo y después ponle un montón de Sudocrem.
—Vale —dice Patrick.
—Es evidente que no estás tan familiarizado como yo con las obras completas de Miriam Stoppard o habrías sabido qué hacer —añade.
Sin duda está de broma, pero no puedo evitar darme cuenta de que Patrick la mira de una forma que resulta casi desagradable. Es el tipo de expresión que adopta Valentina con las dependientas si le insinúan que lleva una talla mayor de la 34. Nunca había visto a Patrick usarla con nadie, y mucho menos con Grace.
—¿Estás segura de que nos queda Sudocrem? —le grita a Grace, que ha ido a la cocina.
—Sí —grita ella a su vez, después de haber encontrado por fin sus zapatos.
—¿Estás segura? —pregunta.
—Afirmativo —responde.
—Porque aquí no hay.
—Sí que hay.
—No hay, te lo prometo —le dice con firmeza.
—Te prometo que sí —dice—. Compré la semana pasada.
—Bueno, pues es imposible que lo hayas dejado aquí —dice.
—Sí que lo dejé.
—Imposible —dice—. Porque no está aquí. —A estas alturas su rostro es tan sombrío que parece más un dictador militar que un abogado societario.
Sé que se trata de una pelea doméstica sin importancia, pero me quedo muda, sorprendida, porque no es nada propio de Grace y Patrick. Simplemente, ellos no se pelean. Al menos no lo hacen por costumbre. Pero aquí pasa algo, sin duda, porque con el resentimiento de Patrick un consejero matrimonial tendría como para celebrar sesiones hasta Navidad.
Grace entra el salón, lo aparta y rebusca en la caja de los pañales hasta sacar un tubo de Sudocrem.
—Oh —dice él—. No me había dado cuenta de que estabas hablando de eso.
—¿No te ha dado una pista el hecho de que en uno de los lados ponga Sudocrem? —pregunta Grace. Es otra de sus bromas bienintencionadas, de esas que ellos se gastan constantemente.
Pero Patrick no lo ve así. Dice algo por lo bajini mientras ella se dirige a la puerta, pero Grace se muestra muy diplomática y no le pide que lo repita. Resulta que no le hace falta.
—Mami —dice Polly—. ¿Qué significa coñazo?