Capítulo 57

Me escabullo entre un grupo de mesas y sillas para tratar de llegar a la puerta todo lo rápido que puedo. Pero vaya donde vaya, hay alguien que me cierra el paso, y todo el mundo me mira como si fuera la protagonista de un remake de La noche de los muertos vivientes. Empiezo a apartar a los invitados como si de bolos se tratara, consciente de que estoy siendo extremadamente maleducada, pero convencida de que esta vez van a tener que excusarme.

Por fin alcanzo la salida, sin aliento, y el sol se está poniendo en el Atlántico mientras las olas rompen en la orilla. Me quito mis Jimmy Choos y, con uno en cada mano, me dirijo a toda prisa hasta una roca que queda cerca. En ese momento me parece el lugar más idóneo en el que puedo estar, una roca bajo la que puedo esconderme.

Vuelvo la vista para comprobar si me ha seguido alguien y me siento aliviada al ver que he dado esquinazo a Jack. Exhalo un suspiro y me siento al otro lado de la roca, de cara al mar, y de repente me encuentro más relajada de lo que he estado en todo el día. Es genial estar aquí sentada sin más compañía que la de las olas y un par de cormoranes.

De pronto veo algo en el agua y en seguida me doy cuenta de que es más grande que un pez. Examino el lugar en el que lo he visto y vuelve a ocurrir. Recuerdo lo que ponía en la guía de viajes e imagino que debe de tratarse de una foca. En efecto, una pequeña cabeza sale del agua y se vuelve directamente hacia mí. Sonrío.

—¿Qué estas mirando? —le digo—. ¿Tengo tan mal aspecto que tú también me miras de forma extraña?

—Evie —dice una voz—. ¿Eres tú?

Miro a la foca, ceñuda, preguntándome durante un momento que diablos está pasando. Entonces oigo unos pasos que se acercan.

¡Jack me ha encontrado!

Me tapo la cara con las manos de inmediato.

—¡No me mires! —digo con voz chillona, consciente de que probablemente esta táctica tendrá el efecto contrario del que pretendo.

—Solo vengo a ver lo alérgica que ha sido tu reacción —dice—. Tu madre me ha contado lo que ha pasado.

—Oh, Dios, gracias, madre —digo, con la cara aún tapada.

Jack se sienta junto a mí.

—¿Te vas a pasar la noche así, tapándote la cara con las manos? —pregunta.

Levanto la cabeza, sin despegar las manos.

—Probablemente —mascullo.

Suelta una carcajada.

—Vale, está bien —dice—. Pero debes de creer que soy terriblemente superficial.

—¿Por qué lo dices? —pregunto.

—Bueno, está claro que piensas que no voy a sentarme a conversar con alguien porque tiene unos cuantos granos.

—En realidad no son granos —aclaro—. Son manchas.

—¿Solo manchas? —dice—. Eso no es nada.

—Escucha —digo, sin apartar las manos de mi rostro—. Te lo agradezco, pero me facilitarías mucho las cosas si volvieras a la fiesta y practicaras tus pasos para Mira quién baila.

—Bromeas, ¿no? —dice—. No puedo soportarlo. Venga, Evie, sé sensata. Deja que te vea.

Lo pienso durante un segundo. O más bien durante un minuto. En contra de lo que me dicta el sentido común, aparto las manos de la cara poco a poco y lo miro a los ojos.

Oh, Dios mío —chilla.

—¡Arrrgghhh! —grito, y vuelvo a taparme la cara.

—¡Es broma! —dice—. Evie, de verdad, es broma.

Me rodea con su brazo, cosa que hace que se me acelere el pulso. Entonces me aparta las manos de la cara lentamente.

—En serio, era broma. Lo siento —dice—. Lo siento mucho. Evie, creo que no es ni por asomo tan malo como tú crees.

Hago una mueca.

—Sé que solo estás siendo educado —digo—, pero gracias de todos modos.

Jack coge una piedra y empieza a juguetear con ella mientras nos quedamos mirando el mar.

—Por cierto, creo que tu madre es genial —dice.

Lo miro, sorprendida.

—¿Sí? —pregunto—. Es decir, yo también creo que es genial, pero mucha gente saldría corriendo al ver ese par de medias.

Sonríe.

—¿Te ha invitado ya a su boda? —pregunto.

—Sí —contesta—. ¿Debo pensar que no soy un privilegiado?

—Podrías decirlo así —le digo—. Es mi deber advertirte que no será nada tan civilizado como esto. Para ponerte en antecedentes, espero que te guste el licor de ortigas.

—Valdrá la pena solo por eso —bromea—. Y volverás a ser dama de honor, ¿no?

—Sí, por tercera vez este año. Soy una dama de honor en serie.

Se ríe y me mira.

—Me alegro de haberme escapado un rato —me dice.

—Yo también —digo—. Aunque yo había pensado que te habías reservado para alguien.

—¿Te refieres a Beth? —pregunta.

—Ajá —digo, con una inclinación de cabeza.

—No —dice—. Es muy dulce y todo eso, pero no, no me había reservado en absoluto. No para Beth.

Damas de honor
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