Capítulo 72
Café Tabac, calle Bold, Liverpool, miércoles 11 de abril
Estoy superando el fracaso de mi romance centrándome del todo en mi carrera.
Y lo que es más, me he dado cuenta de que solo hay una manera de que me den una noticia de primera página: salir y conseguirla por mí misma. Porque está claro que tengo tantas posibilidades de que Simon me encargue una historia decente como de que me regale una pedicura.
Así pues, mientras me he ocupado de algunas noticias breves sobre los cuartos de final de una competición de petanca para jubilados o sobre el hecho de que el suministro de gas se verá interrumpido en Skelmersdale durante una hora el viernes, he estado haciendo algo más. He llamado a mis contactos.
Vale, no todos han resultado útiles. Bueno, eso es decir poco. Lo único que se parecía remotamente a una noticia era una pista sobre unos robos en el almacén de una empresa de papel higiénico, que luego resultó ser totalmente falsa.
Pero ahora, sentada en mi cafetería favorita de todo Liverpool, frente al inspector de policía Gregg «Benno» Benson, las cosas van mejor.
—Tengo una historia para ti —me dice confidencialmente mientras devora una de las tres magdalenas que le he comprado.
—¿En serio? —Trato de parecer profesional, en lugar de postrarme tan patéticamente agradecida que podría llegar al punto de ofrecerme para ser la madre de sus hijos.
—Sí —dice, cogiendo la segunda magdalena.
No soy precisamente una experta en informes policiales, pero he conocido a suficientes oficiales de policía desde que empecé en este trabajo como para saber que Benno no sigue precisamente los cánones establecidos. Se mofa de los planes de capacitación para titulados universitarios que envían a chavales a hacer prácticas en los medios de comunicación, nunca se le ocurriría tratar con la Oficina de Prensa y, a pesar de los memorándums internos que indican lo contrario, prefiere tratar con los periodistas directamente. Al menos con periodistas que le caen bien y en quienes confía. No estoy muy segura de qué me hace estar en esa categoría, pero afirma que soy la única periodista que ha escrito su nombre correctamente en los artículos (Gregg con dos «g», y no con una) y eso podría tener algo que ver.
En fin, la historia que me cuenta es la siguiente: Pete Gibson, la estrella del pop nacida en Liverpool, con un historial sin mácula y una larga lista de éxitos en su haber, ha sido arrestado y puesto en libertad bajo fianza por ser sospechoso de traficar con cocaína.
Y no solo eso, sino que lo detuvieron, en una orgía en la que corría la droga, junto con otros famosos (modelos y futbolistas). Sin duda se trata de una historia excepcional. Sin embargo, hay un problema.
—Aún no puedes publicar el artículo —dice Benno.
—¿Qué? —Abro los ojos de par en par mientras siento que la primera historia buena a la que he tenido acceso se me escapa de las manos—. Eso es como que Papá Noel le diga a alguien que no puede abrir sus regalos de Navidad hasta Pascua. ¿Qué problema hay?
—El problema es que sospechamos que Gibson no es el único implicado —dice.
—No te entiendo —digo.
Benno tiene razones para creer que Gibson ha estado tratando de sobornar a un policía para que «pierda» algunas pruebas que se usarán contra él en un tribunal. Si es así, y lo consigue, también habrá que encargarse del poli corrupto.
—¿Y por qué no arrestas a los dos y ya está? —pregunto.
—Porque no tenemos pruebas suficientes aún —dice, lamiéndose el azúcar glaseado de los dedos.
—¿Y?
—Bueno, tenemos que pillarlos con las manos en la masa. Así que estamos siguiendo a Gibson. El chico ni siquiera puede ir a cagar sin que nosotros lo sepamos. Así que si aparece en casa de nuestro hombre con un sobre marrón en el bolsillo, llegaremos antes que Lance Armstrong en moto.
—¿Y cuánto tiempo llevará eso? —pregunto, ceñuda.
Sonríe.
—Evie, te prometo que serás la primera en saberlo.
Tengo el terrible presentimiento de que no va a pasar. Es imposible que esta historia no aparezca en los periódicos nacionales.
—¿Seguro? —gimoteo.
—Si quieres, podrás sacarle una foto cuando lo arrestemos —dice.
Vuelvo a abrir los ojos de par en par.
—Benno —digo—, si esta historia llega a buen puerto serás, sin duda, mi contacto periodístico favorito. Para siempre.
—Bien —dice—. Entonces ya puedes traerme un par de magdalenas más.