Capítulo 49
El convite tiene lugar en una enorme sala llena de la parafernalia nupcial que acostumbra a verse en un reportaje de veinte páginas de la revista Hola. Hay cuatro centros de mesa de metro veinte confeccionados con rosas blancas y plumas, un pastel de ocho pisos cubierto de chocolate blanco y de frutas y una enorme red por encima de nuestras cabezas llena a rebosar de globos.
—¿No te parece que las plumas son muy divertidas? —me dice mi madre, acercándose a mí con dos copas en la mano—. Tengo que preguntarle a Georgia de dónde las ha sacado.
—Teniendo en cuenta que tu boda va a celebrarse en un campo, mamá, no creo que el look que propone Full Length and Fabulous sea muy apropiado —le digo mientras le quito una de las copas.
—Oh, no estaba pensando en ellas para usarlas en la celebración —dice—. Pensaba que podría hacerme un tocado de plumas. Ya sabes, algo como en Moulin Rouge. Claro está, tendrían que ser del mismo color que mi vestido. Ya te he dicho que me he decidido por el verde, ¿no?
No estoy segura de si las islas Sorlingas estaban preparadas para el sentido de la moda de mi madre, pero hoy ha dado rienda suelta a su peculiar estilo. Ha escogido un poncho de color lila, un sombrero flexible y de ala ancha como los de los años sesenta y una falda tan corta que debería ser ilegal para una mujer de su edad.
Lo único bueno que puedo decir sobre su conjunto es que al menos sus piernas están bastante bien. Es una pena que vayan cubiertas por un par de medias de color naranja con estampado de cachemira que hacen que parezca que sufre principios de gangrena.
—Hola —dice una voz, y me doy la vuelta con el corazón a mil. Es Jack—. Pensaba que el mar se os habría tragado porque habéis estado con el fotógrafo durante muchísimo rato.
—Dímelo a mí —digo, mirándolo fijamente a los ojos.
Me devuelve la mirada como si quisiera decirme algo. No sé muy bien el qué.
—Soy Jack —dice al fin, alargando la mano para estrechar la de mi madre.
Oh, Dios, mi madre. Por alguna razón, durante un momento había olvidado que estaba presente. Con ese sombrero y esas medias tan horrendas. Y oh, mamá, por favor, compórtate.
—Encantada de conocerte —dice con una sonrisa—. Soy Sarah, la madre de Evie. Supongo que eres uno de los ex novios de mi hija.
Esta mujer es un incordio.
—No, mamá —interrumpo—. Jack es...
—Oh, perdona. Lo que pasa es que parece haber acumulado un gran número de ellos —añade, por si fuera poco—. Vaya donde vaya, me encuentro con alguien con el que ha salido.
—¡Jajajajajajajajaja! —espeto, con ganas de estrangularla—. Muy bueno, mamá. En fin, esto...
Trato de desviar la conversación a temas con los que mi madre no me deje en ridículo. Pero, de algún modo, me cuesta encontrar uno.
—Bueno, me alegro de conocerte, Sarah —dice Jack—. Aunque ya había adivinado que erais madre e hija. Os parecéis mucho.
¡Que Dios me ayude! Espero que no crea que tenemos el mismo tipo de ropa.
—Ooh, perdonadme un segundo —dice mi madre—. Me muero de hambre.
Tengo la esperanza de que desaparezca en busca de algo que comer, pero desgraciadamente no es así. En lugar de eso, está a punto de hacerle un placaje de rugby a una de las camareras que pasa ante nosotros con una bandeja de canapés.
—¿Sabes si alguno de estos es ecológico? —pregunta.
La camarera, que tiene pinta de haber acabado el instituto hace muy poco, niega con la cabeza.
—No, lo siento.
—¿Hay algo que lleve gelatina?
La chica vuelve a negar con la cabeza.
—No estoy segura —dice.
—¿Algo vegetariano?
—Esto... puede que ese sea de espinacas —dice al tiempo que señala algo verdoso sobre uno de los cuadrados de hojaldre.
—¿Y el hojaldre no contiene grasa animal?
—No estoy segura del todo.
—Mamá —interrumpo—. ¿Es necesario que hagas todas esas preguntas?
—Por supuesto —dice—. Y tú también deberías, jovencita, con todas las alergias que tienes.
Mis alergias se reducen a una: al marisco, y hace años que no he tenido una reacción.
—Y bien, ¿por dónde iba? —dice mi madre—. ¿Qué hay de los huevos? ¿Son de granja?
La expresión de la camarera indica que su cabeza puede explotar si le hacen otra pregunta.
—Puedo preguntárselo al cocinero si quiere —propone.
Mi madre se encoge de hombros.
—¿Sabes qué? Correré el riesgo —dice, y a continuación llena una servilleta con tantos canapés que serían suficientes para alimentar a una pequeña familia durante dos días.
Intento pensar en algo con lo que distraer a Jack de esta situación tan surrealista, pero una vez más me veo incapaz de encontrar nada que sea adecuado.
—¿Es bonita tu habitación? —inquiero, y de inmediato me doy cuenta de que podría pensar que quiero que me invite a verla—. No porque quiera verla —añado rápidamente—. Es decir, no me importaría verla. Pero no porque quiera... bueno, ya me entiendes. —Oh, Dios—. La mía tiene terraza —le informo. Eres imbécil, Evie. Incluso mi madre deja de engullir canapés y se pregunta qué narices estoy haciendo.
—Sí, lo es —dice Jack.
—¿El qué? —pregunto—. Es decir, ¿qué es qué? Es decir... ¿qué?
—Sí, mi habitación es bonita —dice con calma—. Y tiene una terraza con vistas a la bahía. En realidad, es espectacular. Nunca había estado en las Sorlingas y me pregunto por qué. Me gustaría volver alguna vez y quedarme más tiempo.
—Mmm, es un lugar maravilloso, ¿no es así? —dice mi madre—. Y todo este lujo es un gustazo. No estoy acostumbrada. Mis vacaciones suelen ser muy diferentes.
Oh, no, no menciones la semana en la que estuviste limpiando basura en Egipto. No menciones la semana en la que estuviste limpiando basura en Egipto. Por favor, no menciones la semana en la que estuviste limpiando basura en Egipto.
—Acabo de pasar una semana limpiando basura en Egipto —anuncia mamá.
—Es curioso, pero una chica con la que trabajo hizo algo parecido —dice Jack—. Le encantó. Y además cuando nos lo contó, hizo que pareciera divertido.
—¿Lo ves? —me dice mi madre. Entonces se vuelve hacia Jack—. Evie cree que estoy loca.
—Sé que estás loca —murmuro.
—Bueno, entiendo que no sea del agrado de todos —dice Jack—. Pero si tuviera que escoger entre esa posibilidad y pasar una semana en Benidorm, me decantaría sin duda por lo primero.
—¿Lo ves? —repite mi madre—. Yo también soy de esa opinión. Evie, deberías escuchar más a tus amigos.
No me gusta el rumbo que está tomando esta conversación.
—Bueno, sí —digo—. Yo también lo preferiría a una semana en Benidorm —cosa que no es completamente cierta—, pero hay muchos otros lugares por los que optaría primero. Ya sabes que no soy una de esas personas cuya idea de un viaje al extranjero se limita a lo que mostraban los folletos del siglo pasado.
—Bueno, no —dice mi madre—. Además, de todos modos pronto serás demasiado mayor para eso.