Capítulo 91
Supongo que tenía que pasar. Sabía que tenía que pasar. Lo que ocurre es que lo había apartado de mi mente y fingía que no iba a pasar. Pero Gareth es la clase de persona que no puede contenerse. Por mucho que a mí me gustase que lo hiciera.
—¡Evie! —grita mientras me acerco a Grace, que está al otro lado del entoldado.
Se me cae el alma al suelo, como si la hubieran atado a una roca.
—He intentado llamar tu atención durante la ceremonia —me dice—, pero, Dios, ¿qué te ha pasado?
—Oh, no es nada —digo mientras me toco el ojo. Me dan ganas de hacerle la misma pregunta porque la piel de Gareth tiene el aspecto de haber sido exfoliada con un rallador de queso.
—¿Estás bien? —pregunto.
—Claro que estoy bien —responde, rascándose una de las partes más secas de su barbilla y tirando la piel muerta que se le desprende al suelo—. ¿Por qué no habría de estarlo?
—No lo sé, lo que pasa es que no tienes muy bien aspecto —me atrevo a decir.
—Estoy bien —dice—. Mejor que nunca. En fin, ¿cómo estás? Dijiste que me llamarías y no lo hiciste. Pero no te lo tendré en cuenta. ¿Te has puesto los pendientes?
Los pendientes que me dio en el Jacarandá están en el fondo de mi cómoda, escondidos como si estuvieran hechos de criptonita. No quiero tenerlos allí, pero es que no sé qué hacer con ellos. No tengo intención de ponérmelos, pero tirarlos me parece un poco cruel.
Y a pesar de que encontrarme otra vez con Gareth es tan agradable como una sesión de electroshock, una parte de mí no puede evitar sentirse mal por el efecto que ha tenido en él el hecho de que yo le dejara.
—No deberías haberme comprado los pendientes, Gareth —digo tratando de que mi voz suene firme pero amable al mismo tiempo. No quiero parecer mandona o irritada—. Sé que lo hiciste con buena intención, pero no deberías haberlo hecho.
—Pero tú los querías, ¿no?
—Esa no es la cuestión —digo.
—Entonces, ¿cuál es la cuestión? —dice, rascándose la parte izquierda de la barbilla con tanta fuerza que parece estar a punto de hacerse sangre.
—La cuestión es que ya no estamos juntos —le digo amablemente—. Y no lo estaremos.
—Aún no —me recuerda.
Antes de tener la oportunidad de quitarle esa fantasía de la cabeza, aparece Bob. Fue Bob quien me presentó a Gareth y no puedo evitar sentirme inmensamente aliviada porque haya otra persona que me ayude a sobrellevar esta pesada carga.
—Bob, ¡felicidades! —dice Gareth, dándole unas palmaditas en el hombro con tanta fuerza que está a punto de tirarlo al suelo—. ¿Cómo va?
—Esto... bien, sí —dice Bob—. ¿Y tú? ¿Ya has encontrado trabajo?
Frunzo el ceño. No sabía que Gareth ya no trabajaba con Bob en la universidad.
—Oh, tengo muchos frentes abiertos, por decirlo de alguna forma, Bob —contesta, echándome una mirada nerviosa.
—¿Cuándo lo dejaste? —pregunto.
—Hace unas semanas —dice—. Decidí que aquello ya no era para mí.
Ahora es Bob el que frunce el ceño.
—En fin —continúa diciendo Gareth—, voy a dejaros para tomar un poco de esa deliciosa comida. Os veo después.
Mientras se aleja, me vuelvo hacia mi padrastro.
—¿De qué iba todo eso? —pregunto.
—Mmm, la verdad es que es un asunto espinoso —dice Bob—. No lo despidieron exactamente, pero corre el rumor de que él y el vicerrector llegaron al acuerdo de que nunca más volviera a pisar la universidad.
—¿Por qué? —pregunto. Puede que en estos momentos estar con Gareth sea tan divertido como estar con una plaga de ácaros, pero nunca pensé que podría ser despedido.
—La cosa no está del todo clara —dice Bob—. Solo sé que llevaban mucho tiempo tratando de librarse de él. No cabe duda de que es muy difícil trabajar con él. Es un poco traicionero, por lo que me han dicho. Pero no estoy seguro de las razones exactas por las que se fue, aunque tuvo una pelea tremenda con una de nuestras profesoras de periodismo, una señora muy agradable llamada Deirdre Bennett. Tiene un culo enorme y una dentadura terrible, pero es muy maja. En fin, él se marchó después de aquello. Pero nadie lo echa mucho de menos.
—Bien, recuérdame que no vuelva a confiar en ti para presentarme a hombres solteros en el futuro —digo.
Mira a Jack, que está hablando con mi madre en el entoldado, y asiente.
—No parece que vayas a necesitarlo, ¿verdad?