Capítulo 58
Esa debería ser la mejor noticia que he tenido en toda la noche, pero hay algo que me inquieta. ¿Por qué, si no se había reservado para Beth, le ha dado su número de teléfono? Me muerdo el labio inferior y pienso en ello mientras finjo buscar algo en mi bolso. ¿Debería sacar el tema? ¿Poner las cartas sobre la mesa y aclarar el tema de una vez por todas?
No, ni hablar. Es decir, ¿qué tiene eso que ver conmigo? Precisamente nada. Por otro lado, ¿cuándo he tenido yo tantos reparos? Le estoy dando vueltas a si existe una forma de hablar del tema sin parecer una acosadora obsesiva de primera categoría cuando, de repente, ocurre algo que me hace olvidar todo el asunto.
Su mano roza la mía.
Al principio no sé si ha sido fruto del azar. Pero después vuelve a hacerlo. Esta vez, sujeta mis dedos con decisión, provocando una descarga de electricidad que me recorre todo el cuerpo. Me vuelvo a mirarlo. Nuestros dedos se entrecruzan y me aprieta la mano.
—Si no te importa contestarme a una pregunta personal —dice—, ¿estás saliendo con alguien?
Sé que debería estar haciendo posturitas y mostrándome de lo más sensual pero, por triste que parezca, lo único que puedo hacer es no dejar de sonreír.
—No me importa contestarte —respondo—. Y no, no estoy saliendo con nadie.
Ahora el que sonríe es él.
—¿Y tú? —pregunto.
—No —dice, sacudiendo la cabeza—. Como ya sabes, salí un par de veces con Valentina, pero eso es todo desde, bueno, desde que rompí con mi novia.
—Oh —digo, y en parte lamento que haya tocado el tema.
Se hace un pequeño silencio mientras pienso en algo que decir.
—¿Fue una ruptura, ya sabes, amistosa? —pregunto, más por educación que por ganas de seguir esa conversación.
—Mmmm, supongo que sí... Pero creo que eso nunca hace que la ruptura sea menos dolorosa después de haber estado juntos durante mucho tiempo. Llevábamos tres años juntos.
—¿Estabas enamorado de ella? —pregunto.
Lo piensa durante un segundo.
—Creí que lo estaba —dice—. Aunque cuando echo la vista atrás, me doy cuenta de que las cosas ya no funcionaban mucho tiempo antes de que rompiéramos.
—¿Entonces no crees que exista la posibilidad de que volváis a estar juntos? —pregunto.
—No, en absoluto —dice—. He tardado mucho en llegar a esa conclusión, pero ahora sé que hicimos bien en seguir caminos diferentes.
Hace una pausa.
—Pero eso no ha impedido que me haga una promesa a mí mismo.
—¿Sí?
—Bueno —dice—, de ninguna forma voy a dejar que me ocurra de nuevo.
—¿Qué parte? —pregunto, indecisa.
—La parte en la que una persona que me importa me abandona —dice.
De repente me siento un tanto incómoda.
—¿Te parece estúpido? —me pregunta. Es evidente que lo ha notado.
—No, Dios, no —le digo—. Es horrible cuando pasa algo así. Que te dejen y todo eso.
Sonríe.
—Parece que hablas por experiencia —dice.
¿En serio? ¿Cómo ha pasado?
Se me ocurre que tengo dos alternativas. Una, confesarlo todo y contarle a Jack que, de hecho, soy la persona más disfuncional que pueda conocer en lo que a relaciones se refiere. Nunca he estado enamorada. Nunca he salido con alguien más de tres meses. Nunca me han roto el corazón.
O puedo dar una versión de la historia que no se ajuste a la realidad.
La segunda opción me parece más atractiva.
—Bueno, sí —digo—, tengo tanta experiencia como cualquiera.
—Vamos, cuéntamelo —dice.
Oh, mierda. ¿No podríamos hablar de algo menos complicado, como por ejemplo, el conflicto entre árabes e israelíes?
—Oh, no, no quiero aburrirte con eso —digo, sacudiendo la cabeza como si me resultara demasiado doloroso hablar del tema. Arquea una ceja y me da la impresión de que si no digo algo pronto, sabrá que hay gato encerrado, y uno muy grande, además—. Está bien —digo—. Bueno, yo tenía un novio.
—¿Nombre? —pregunta.
Examino lo que tengo alrededor en busca de inspiración.
—Jimmy —digo, con la esperanza de que su conocimiento de la industria de la moda no llegue hasta el Punto en el que sea capaz de identificar los nombres de los diseñadores de zapatos.
—¿Y cuánto tiempo estuvisteis juntos? —inquiere.
—Oh, una temporada —digo—. Una buena temporada.
—¿Dos años? ¿Tres?
—Dos —digo—. Y medio.
Espera que le dé más detalles, pero yo me hago la sueca.
—¿Y qué pasó? —pregunta al fin.
—Bueno, como ya he dicho, llevábamos juntos dos años y medio y un día, sin comerlo ni beberlo, rompió conmigo.
—Sí —dice.
Soy muy consciente de que la falta de detalles en esta historia hace que sea más sospechosa que una en la que se vieran implicados tres elementos del Cluedo: el coronel Mustard, un comedor y un candelabro manchado de sangre. Necesito más datos desesperadamente.
—Básicamente —me apresuro a decir—, me pidió que le acompañara a dar un paseo por Sefton Park. Bueno, pues caminamos y caminamos hasta llegar al templete, se volvió hacia mí y me dijo «Evie, tengo algo que decirte».
Más detalles, Evie, más detalles. Inspiro hondo.
—No sabía lo que me iba a decir —continúo—. Por lo que a mí respecta, podría estar a punto de pedirme que me casara con él.
Aguanta, Evie.
—Dios —dice Jack.
—Mmm —digo, y me doy cuenta, horrorizada, que he adoptado una expresión triste al estilo de la princesa Diana.
—Entonces me cogió la mano —continúo—, y dijo: «Evie, ya no quiero seguir contigo». ¿Y sabes qué? Habría llorado pero aquel lugar estaba atestado de adolescentes en sus monopatines.
Madre mía, ¿qué estoy diciendo?
Jack me aprieta la mano, como diciendo que no tengo que seguir hablando si no quiero, y me debato entre el asco que siento por mí misma y lo conmovida que me siento por su amabilidad. Las dos cosas hacen que el corazón me vaya a toda pastilla.
Afortunadamente, hay algo que llama la atención de Jack y yo aprovecho para tomar aire y tratar de relajarme.
—Oh, mira allí —dice, señalando el mar.
Examino el agua y me pregunto qué estoy buscando.
—No veo nada —digo.
—¡Es una foca! —exclama.
Estoy a punto de decirle que ya había visto una antes, pero al final no lo hago porque se está arrimando mucho a mí para mostrarme dónde se encuentra. Sigo buscando pero esta vez no veo ninguna foca. Tengo que admitir que probablemente se deba a que me cuesta concentrarme en otra cosa que no sea la curva que forma su antebrazo alrededor de mi cintura.
—Sigo sin poder verla —digo, casi sin aliento—. Es evidente que tienes mejor vista que yo.
Entonces reparo en que me está mirando y me vuelvo para mirarlo a él. Nuestros rostros están a escasos centímetros. Sonríe.
—¿Qué? —digo, preguntándome si todavía tengo manchas o compota de moras pegada en los dientes.
—Nada —dice con suavidad.
El corazón me late a mil por hora. Va a besarme, lo sé. Nunca he estado más segura de algo en mi vida. Cierro los ojos cuando él me atrae hacia sí, sintiendo el calor de su cuerpo. Incluso antes de tocarlos, ya puedo sentir la suavidad de esos labios. Casi puedo saborear su boca, la humedad de su lengua... Estoy tan excitada ante la perspectiva de que nuestros labios se unan que casi me mareo.
—¡Evieeeeeee!
Oh, Dios.
—¡Evieee! ¿Eres tú?
Si no fuera porque ya sé quién es, diría que es el perro de los Baskerville.
—¡Evie, te necesitamos!
Hay veces en las que podría matar a Valentina sin dudarlo.