Epílogo

Tres años después

—¿Sabes? —dice Valentina, admirando su perfil en el espejo—. Tenía mis reservas por tener que ponerme un vestido de dama de honor al estar embarazada de ocho meses, pero debería haber imaginado que si alguien podía hacerlo, esa era yo.

No puedo evitar sonreír. Puede que Valentina ya lleve tres años casada y que esté a punto de darle un hijo a Edmund, pero algunas cosas nunca cambian. Entonces, ¿os ha sorprendido? ¿Que sigan juntos? Bueno, no os preocupéis. Creo que hay unos cuantos que también están sorprendidos.

Seamos sinceros, cuando se conocieron, no hacía falta ser muy listo para ver que estaba tan interesada en la Visa Oro de Edmund como en el propio Edmund. Pero algo extraño ocurrió. Se enamoró de él. Si fue en el momento en el que vio cómo salvaba a otro hombre durante su luna de miel, o cuando descubrió que Baby Paris (u Orlando si es un niño) venía de camino, eso no lo sé. Pero pasó, y los Barnett no podrían ser más felices. Lo que, desde el punto de vista de Valentina, es fantástico, ya que el divorcio está muy pasado de moda.

La puerta de la suite se abre y entra Polly.

—¿Dónde está tu mamá? —pregunto, un poco nerviosa. Puede que ya me esperara que Grace fuera a llegar tarde, pero no por eso me siento menos inquieta.

—Ahora viene —dice Polly, que con ocho años ya está muy crecida—. No esperabas que llegáramos a tiempo, ¿verdad?

—¡Lo siento muchooooo! —dice Grace, irrumpiendo en la habitación, con Scarlett en una mano y las maletas en otra—. Hace una hora que tenía que salir de casa, pero mi madre me llamó para preguntarme si quería que me trajera algo de Debenhams. Después me llamó por si quería que me trajera algo de M&S. Después, de John Lewis. Después volvió a llamar para preguntarme si estaba completamente segura de no querer nada porque en M&S había un paté muy bueno. Sabía que era muy bueno porque Maureen Thomas, de la parroquia, compró un poco la última vez que estuvo allí y tenía un toque de Cointreau. En fin, en resumen: lo siento. ¿Dónde me cambio?

Vale, Grace y Patrick tuvieron problemas al principio, pero no han echado la vista atrás a lo que pasó al poco de casarse. A Patrick le costó que Grace volviera a confiar en él, pero una vez él consiguió un trabajo nuevo y ella se cambió a otro bufete de abogados (con una jefa que no podía ser más diferente de la anterior), las cosas empezaron a arreglarse.

—Bien —dice mi madre, poniéndose el turbante recto, que junto a los pantalones piratas que lleva puestos hace que parezca que acaba de salir de una lámpara mágica—. No puedo pasarme todo el día aquí. Tengo que recibir a los invitados. ¿Lo ves? ¿Ves lo responsable que puedo ser?

Me acerco a ella y le doy un beso.

—Tienes razón —digo cariñosamente—. Al menos cuando dices que tienes que irte. Me reservo mi opinión en lo que a la responsabilidad se refiere. Y asegúrate de que Bob llegue a tiempo, ¿de acuerdo?

Georgia trae el champán y vuelve a llenarme la copa hasta arriba.

—¡Madre mía, no me pongas tanto! —digo—. O después me veréis abriéndome de piernas en la pista de baile. Eso se lo dejo a Valentina.

—¿Crees que porque esté embarazada de ocho meses eso la va a detener? —pregunta Georgia.

—Oh, eso hará que resulte aún más impresionante.

Georgia se ríe. Y me doy cuenta de que hace mucho que no la oía reír.

Ella y Pete se separaron el año pasado, un hecho que hace que una novia se lo piense dos veces, a pesar de creer que está haciendo lo correcto. No ha habido resentimientos por ninguna parte, solo sentido común. Pero eso no significa que no les haya afectado mucho. Tal hecho demuestra que no siempre dos buenas personas hacen un buen matrimonio.

Quedan veinte minutos y me meto en el baño para retocarme el pintalabios y Valentina me sigue con su extensa colección de cosméticos.

—Uno de los trabajadores del hotel me ha dado esto para ti —dice, entregándome un sobre.

Dejo el pintalabios y abro el sobre, mientras Valentina se riza el pelo por quinta vez hoy.

—Dios —digo, mientras leo la nota.

—¿Qué es? —pregunta.

Se acerca y la leemos las dos.

Querida Evie:

Bueno, hace mucho tiempo que no hablamos, eso es verdad. Lo siento. Sé que trataste de ponerte en contacto conmigo después de la boda de Valentina, y me gustaría que supieras lo agradecida que te estoy por ello. Pero también espero que entiendas por qué no te devolví ninguna llamada ni ningún correo. Las cosas eran difíciles. Emocionalmente, estaba hecha un desastre y, lo más importante, empecé a darme cuenta de que lo que había hecho era imperdonable. Por eso acepté aquel trabajo en Escocia y me fui sin despedirme. Solo necesitaba alejarme de todos. En fin, Valentina me llamó y me contó lo de hoy y habría saltado de felicidad, ¡pero es que vuelvo a pesar ochenta quilos y ya no es tan fácil! El caso es que me sentí muy feliz, más que feliz, extasiada. Y aunque esa felicidad aumentó cuando recibí la invitación, espero que entiendas por qué tuve que rechazarla. No habría sido justo para nadie, especialmente para Grace, que yo asistiera. Dicho esto, me preguntaba si te gustaría tomar un café conmigo algún día, las dos solas. Te echo mucho de menos y me gustaría ponerme en contacto contigo la próxima vez que esté por allí, aunque entenderé que no quieras, después de todo este tiempo. Sigo teniendo el mismo número de móvil.

En fin, nadie se merece ser feliz más que tú, Evie. Así que buena suerte y todo mi amor.

Charlotte.

—¡Oh, Charlotte! ¿Crees que me da tiempo de llamarla? —le pregunto a Valentina.

—Por supuesto que no, solo quedan unos minutos —dice, arreglándome el pelo—. Hazlo después, o mañana. Después de tanto tiempo, puedes aguantar un día más.

La puerta del baño se abre y Polly y Scarlett se asoman.

—Vosotras dos lleváis los vestidos más bonitos que he visto nunca —les digo.

—Vamos, tía Evie —dice Polly—. Es hora de irse. Bob está aquí para llevarte al altar.

Salgo de la habitación del hotel y miro el reloj. Tiene razón. Faltan dos minutos.

—Estás preciosa, Evie —dice Bob a mi lado—. Estoy muy orgulloso de ti.

Nos cogemos del brazo y, con mis damas de honor a mis espaldas, bajamos hasta que llegamos a la puerta de la sala donde va a tener lugar la ceremonia. Puedo ver a Jack esperándome al otro extremo, y el corazón me da un vuelco.

—Bueno, le has demostrado a alguien que estaba equivocada —dice Grace, poniéndome bien el velo.

—¿A quién? —le pregunto.

—A mi madre —dice con una sonrisa—. Esta mañana ha dicho que nunca pensó que llegaría el día en que Evie Hart recorriera el pasillo hasta el altar.

—¿Sabes, Grace? —susurro, mientras los invitados guardan silencio y la música empieza a sonar—. No podría estar más de acuerdo.

Damas de honor
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