I
Knox llegó a la embarcación con rapidez. Se quitó las aletas, las lanzó a bordo y subió. No había ni rastro de Fiona ni de Hassan. Ahora que se encontraba allí, ya no estaba muy seguro sobre qué debía hacer. Se sentía bastante estúpido. Se quitó el cinturón, el BCD y la botella de oxígeno, y los sostuvo en las manos mientras se dirigía silencioso en dirección a las cabinas de proa. Abrió las puertas una por una, y miró en su interior. Finalmente llegó a una que tenía llave. Intentó abrirla. Se oyó en el interior un sollozo ahogado, y luego silencio.
Alguna gente busca la violencia y disfruta con ella. No era el caso de Knox. Tuvo una imagen de sí mismo, allí de pie, y esto lo puso muy nervioso. Dio media vuelta y se alejó con lentitud, pero entonces, detrás de él, se abrió la puerta.
—¿Sí? —preguntó con autoridad Hassan.
—Lo siento —dijo Knox, sin darse la vuelta—. He cometido un error.
—¡Vuelve! —dijo Hassan con irritación—. Sí, tú, empleado de Max, te estoy hablando. Vuelve inmediatamente.
Knox se dio la vuelta con reticencia, y se encaminó hacia Hassan con la mirada baja, sumisa. Hassan ni siquiera se molestó en taparle la escena, por lo que Knox pudo ver a Fiona en el lecho, con los brazos cruzados sobre sus pechos desnudos, los pantalones de algodón a medio bajar sobre sus rodillas encogidas y apretadas. Tenía un corte sobre el ojo derecho; el labio superior le sangraba. Una camiseta rasgada estaba tirada sobre el suelo.
—¿Y bien? —exigió Hassan—. ¿Qué querías?
Knox volvió a mirar a Fiona. Ella negó con la cabeza, haciéndole saber que estaba bien, que podía lidiar con aquello, que no debía involucrarse. El leve gesto despertó un sentimiento completamente inesperado en Knox: la ira. Hizo girar su equipo de buceo como un ariete contra el estómago de Hassan, que se dobló en dos. Después lo golpeó en el maxilar y lo mandó desorientado hacia atrás. Ahora que había comenzado, ya no podía detenerse. Golpeó a Hassan una y otra vez hasta que éste cayó al suelo. Sólo cuando Fiona lo apartó, su mente empezó a aclararse.
Hassan estaba inconsciente, con el rostro y el pecho manchados de sangre. Tenía tan mal aspecto que Knox se arrodilló y se sintió aliviado al percibir el pulso en la garganta.
—Rápido —lo instó Fiona tirando de su mano—, los otros están a punto de volver.
Salieron a toda prisa de la cabina. Max y Nessim estaban nadando en dirección al barco. Gritaron furiosos cuando vieron a Knox. Éste corrió hacia el puente y arrancó los cables de la radio y del contacto. Todas las llaves estaban en un tubo de plástico en el suelo. Las cogió. La lancha motora estaba atada con una cuerda a la popa. Se apresuró a bajar por la escalerilla, ayudó a Fiona a descender a la proa, la siguió, y luego desató la cuerda de remolque, saltó al asiento del conductor y metió la llave en el contacto en el momento en que Max y Nessim los alcanzaban y comenzaban a subir a bordo. Knox hizo girar la embarcación en un círculo cerrado y salió a toda velocidad; la ola generada hizo que Max se soltara, pero Nessim se sostuvo y, subiendo a bordo, se puso de pie. Nessim era un duro bastardo, furioso como mil demonios, pero caminaba torpemente por culpa de su traje de submarinismo y la botella de oxígeno. Knox hizo que la motora diera otro giro cerrado y salió volando al agua, sobre la cubierta.
Knox enderezó el rumbo y se dirigió a toda prisa hacia Sharm. Sacudió la cabeza quejándose de sí mismo. «Esta vez sí que lo he hecho. La he cagado». Necesitaba llegar a su jeep antes de que Hassan o Nessim pudieran dar aviso. Si lo atrapaban… ¡Dios! Se sintió enfermo de pensar en lo que le harían. Necesitaba salir de Sharm, del Sinaí, de Egipto. Necesitaba hacerlo esa noche. Miró a su alrededor. Fiona estaba sentada en el banco de popa, con la cabeza gacha y los dientes castañeteando, con una toalla azul encima de sus temblorosos hombros. Aunque le fuera en ello la vida, no podía imaginar por qué le recordaba a Bee. Golpeó el salpicadero con la palma de la mano, furioso consigo mismo. Si había algo que detestaba era la memoria. Uno se rompía las pelotas para asentarse en un lugar como ése, sin vínculo alguno con su pasado; ni amigos, ni familia, nada que pudiera lastrarle. Pero no era suficiente. Uno lleva consigo sus recuerdos adondequiera que vaya, y eso te busca la ruina en un instante.