II
Caía ya la tarde. Hosni estaba dormitando en el asiento del conductor de su abollado Citroën verde cuando la moto negra y cromo aparcó delante del edificio de apartamentos, con dos hombres en ella. El conductor llevaba vaqueros, una camiseta blanca y una chaqueta de cuero; el acompañante, pantalones marrón claro, una sudadera azul y un casco rojo que se quitó para hablar con el conductor. Hosni sacó una foto de Knox, pero no podía estar seguro de que fuese el mismo a semejante distancia y con una imagen tan pequeña. Los dos hombres se dieron la mano. El pasajero entró, mientras que el conductor dio una curva cerrada y partió a toda prisa. Hosni contó los pisos. Augustin vivía en el sexto. Unos veinte segundos más tarde, vio que se abrían las puertas del balcón y que el hombre salía al exterior y estiraba los brazos. Hosni buscó su móvil, y luego llamó a Nessim.
—¿Sí? —respondió Nessim.
—Soy Hosni, jefe. Creo que lo he encontrado.
Nessim respiró hondo.
—¿Estás seguro?
—No al cien por cien —dijo Hosni, que conocía demasiado bien a Nessim como para generar falsas expectativas—. Sólo tengo la fotografía. Pero sí, estoy bastante seguro.
—¿En dónde te encuentras?
—En Alejandría. Delante de la casa de Augustin Pascal. ¿Lo conoce? El arqueólogo submarino.
—Buen trabajo —dijo Nessim—. No lo pierdas. Y que no se entere de que lo estás siguiendo. Estaré contigo tan pronto como me sea posible.