IV
El teléfono móvil de Nessim sonó cuando se estaba aproximando a Suez.
—¿Sí? —preguntó.
—Soy yo —dijo una voz masculina.
Nessim no reconoció quién lo llamaba, pero sabía que no convenía preguntar. Había contactado con mucha gente la noche anterior, y pocos disfrutaban de que se supieran sus relaciones con Hassan. Los móviles eran muy vulnerables; uno tenía que asumir que estaba siendo controlado todo el tiempo.
—¿Qué tienes?
—Tu hombre tiene un expediente.
¡Ah! Ahora se daba cuenta. Así que el servicio de inteligencia egipcio tenía un expediente de Knox. Curioso.
—¿Y?
—Por teléfono no.
—Estoy camino de El Cairo. ¿Igual que la vez pasada?
—A las seis en punto —acordó el hombre. Y la comunicación se interrumpió.