V
Knox seguía de pie en el balcón de Augustin, esperando a que en cualquier momento las puertas de cristal se abrieran y el intruso apareciera. Sólo en ese instante se dio cuenta de la ratonera que era el apartamento. La salida de emergencia, el ascensor y las escaleras principales quedaban al otro lado de la puerta de entrada. Además de eso…, no había otros balcones a los que saltar ni ningún saliente al que aferrarse. Se agarró con fuerza a la barandilla, inclinándose para mirar seis pisos más abajo, hacia el poco acogedor aparcamiento de hormigón. Quizás pudiese dejarse caer en el balcón inmediatamente inferior, pero si llegaba a calcular mal…; le hormiguearon los dedos de los pies sólo de pensarlo.
Dentro del apartamento de Augustin, las toses se hacían más fuertes: un desconocido que entraba en el apartamento tan sólo para permanecer de pie tosiendo. Echó una rápida mirada por las puertas de cristal, y no vio nada que lo alarmara. Otra tos, luego un suspiro, y por fin se dio cuenta. Volvió a entrar, sacudiendo la cabeza, y encontró la cafetera de Augustin salpicando gotas de café. Se sirvió una taza y se hizo un brindis a sí mismo, burlándose de su imagen en el espejo. No era bueno para estas cosas, entre otras razones porque el encierro le resultaba difícil de soportar. Ya empezaba a sentir cierta claustrofobia, una especie de hormigueo en los brazos y en las pantorrillas. Necesitaba dar un largo paseo para quemar algo de esa energía nerviosa, pero no se atrevía a salir. Los hombres de Hassan seguramente ya estarían enseñando su fotografía en las estaciones de trenes, hoteles y compañías de taxis, e inspeccionando los aparcamientos en busca de su jeep. Knox sabía que tenía que permanecer oculto. Pero aun así…
Augustin había salido apresuradamente a primera hora para examinar un yacimiento recientemente descubierto. Dios, cómo deseaba haber ido él también.