II
Una desagradable sorpresa esperaba a Nicolás Dragoumis cuando él y su guardaespaldas, Bastiaan, se dirigieron desde el aeropuerto de Alejandría hasta la necrópolis. Lo único que quería hacer era separar el pedestal de inmediato y ver qué había debajo, pero Ibrahim, evidentemente, había decidido montar un verdadero espectáculo. Los excavadores estaban alineados como un comité de bienvenida para estrecharle la mano, y había mesas preparadas, con manteles blancos y tazas para el té y pasteles de crema de asqueroso aspecto. Era evidente que esperaban que conversara con esa gente. No era precisamente su fuerte ser cortés con seres insignificantes. Pero estaba jugándose algo importante, así que apretó los dientes, escondió su mal humor e interpretó su mejor papel.